05 Abril 2013
Algunos de los desastres naturales, gracias a los avances tecnológicos y científicos, pueden prevenirse, como los huracanes o inundaciones. Otros son imprevisibles, es decir que pueden ocurrir en cualquier momento. Las catástrofes suelen producirse por alteraciones en la naturaleza, pero a veces son provocadas por el hombre. "La deforestación, por ejemplo, agrava la peligrosidad de las inundaciones, y las construcciones que incumplen las normas de seguridad o los planes deficientes de ocupación de los suelos tienen repercusiones catastróficas... Los países más pobres son los más afectados porque, al carecer de recursos financieros e infraestructuras suficientes, son incapaces de prever esos fenómenos", señala un informe de la Unesco.
La tragedia climática en la ciudad de La Plata, que quedó anegada, conmocionó al país. Los 181 milímetros de lluvia que cayeron el martes durante 24 horas, dejaron hasta el momento un saldo de más de 50 muertos y alrededor de 1.000 evacuados, así como incalculables perjuicios económicos en la población.
El desastre desnudó imprevisiones, obras que podrían haber atenuado los perjuicios y que no se hicieron, y desató un vendaval de acusaciones por responsabilidades y culpas a través de los medios y de las redes sociales que tuvo por protagonista a buena parte de la clase dirigente del oficialismo y de la oposición. Ni siquiera este siniestro de tal magnitud que debería provocar la inmediata unión de los argentinos tras la solidaridad, pudo convertirse en una tregua en este año electoralista. Dio la impresión de que el drama de la gente quedaba en segundo plano o, en todo caso, era un pretexto para ganar adeptos para su molino. Por ejemplo, el dirigente Luis D'Elía que se pasó casi todo el día criticando a Macri y algunos de sus funcionarios por irresponsables y a los medios de comunicación por exagerar lo que estaba sucediendo en la capital bonaerense. Cuando el gobernador Scioli anunció que había 25 muertos, admitió que estaba equivocado y tuvo que pedir perdón. La mentira mostró una vez más que tiene patas cortas -muy cortas en este caso-. Quedó al descubierto, por ejemplo, el mismo intendente de La Plata que dijo a través de una de las redes sociales que estaba ayudando a evacuados, cuando en realidad se hallaba en Brasil. Funcionarios nacionales versus provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, buscando responsables. Lejos de las rencillas y chicanas políticas y mediáticas, una buena parte de los argentinos, sacudidos por las imágenes y testimonios que difundía la televisión, estaban preocupados por cómo canalizar la ayuda para los miles de damnificados.
Cuando las desgracias ocurren, las palabras siempre están de más. En forma urgente hay que socorrer a las víctimas, evitar que haya más muertos, encontrar a los desaparecidos, llevar ayuda concreta, así como contener psicológicamente a la población afectada.
Cuando las catástrofes suceden, las peleas no solucionan nada, sólo ponen en evidencia el egoísmo, la incapacidad de percibir el sufrimiento del otro y de arremangarse para trabajar conjuntamente con los que piensan diferente o defienden otros intereses. En las situaciones límite aflora lo bueno y lo malo, la solidaridad, pero también el egoísmo. Ante el desastre, de nada sirve lamentarse. Este debe servir para unirnos y trabajar en la prevención y en las soluciones posibles para evitar o morigerar nuevas tragedias.
La tragedia climática en la ciudad de La Plata, que quedó anegada, conmocionó al país. Los 181 milímetros de lluvia que cayeron el martes durante 24 horas, dejaron hasta el momento un saldo de más de 50 muertos y alrededor de 1.000 evacuados, así como incalculables perjuicios económicos en la población.
El desastre desnudó imprevisiones, obras que podrían haber atenuado los perjuicios y que no se hicieron, y desató un vendaval de acusaciones por responsabilidades y culpas a través de los medios y de las redes sociales que tuvo por protagonista a buena parte de la clase dirigente del oficialismo y de la oposición. Ni siquiera este siniestro de tal magnitud que debería provocar la inmediata unión de los argentinos tras la solidaridad, pudo convertirse en una tregua en este año electoralista. Dio la impresión de que el drama de la gente quedaba en segundo plano o, en todo caso, era un pretexto para ganar adeptos para su molino. Por ejemplo, el dirigente Luis D'Elía que se pasó casi todo el día criticando a Macri y algunos de sus funcionarios por irresponsables y a los medios de comunicación por exagerar lo que estaba sucediendo en la capital bonaerense. Cuando el gobernador Scioli anunció que había 25 muertos, admitió que estaba equivocado y tuvo que pedir perdón. La mentira mostró una vez más que tiene patas cortas -muy cortas en este caso-. Quedó al descubierto, por ejemplo, el mismo intendente de La Plata que dijo a través de una de las redes sociales que estaba ayudando a evacuados, cuando en realidad se hallaba en Brasil. Funcionarios nacionales versus provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, buscando responsables. Lejos de las rencillas y chicanas políticas y mediáticas, una buena parte de los argentinos, sacudidos por las imágenes y testimonios que difundía la televisión, estaban preocupados por cómo canalizar la ayuda para los miles de damnificados.
Cuando las desgracias ocurren, las palabras siempre están de más. En forma urgente hay que socorrer a las víctimas, evitar que haya más muertos, encontrar a los desaparecidos, llevar ayuda concreta, así como contener psicológicamente a la población afectada.
Cuando las catástrofes suceden, las peleas no solucionan nada, sólo ponen en evidencia el egoísmo, la incapacidad de percibir el sufrimiento del otro y de arremangarse para trabajar conjuntamente con los que piensan diferente o defienden otros intereses. En las situaciones límite aflora lo bueno y lo malo, la solidaridad, pero también el egoísmo. Ante el desastre, de nada sirve lamentarse. Este debe servir para unirnos y trabajar en la prevención y en las soluciones posibles para evitar o morigerar nuevas tragedias.
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