Las tarjetas fueron el instrumento que le permitió a los argentinos, que veranearon en el exterior, sortear el cepo cambiario que Cristina Fernández aplica desde el mismo mes que fue reelecta presidenta, en octubre de 2011. Aún con el recargo del 15%, en muchos casos los precios que se pagaron fueron relativamente competitivos a los que se pedían en las zonas turísticas argentinas. Además, hubo y hay cierta percepción de que el consumo en el exterior es mucho más barato con tarjetas si se toma como referencia al valor del dólar "blue". El Estado pone una sino mil trabas para adquirir divisas a quienes quieren disfrutar unos días de descanso en otros destino o a los que deben viajar por otras circunstancias. La suba del 20% de la alícuota por operaciones con tarjetas es otra demostración que el cepo cambiario seguirá profundizándose en la medida en que el Gobierno vea formas alternativas de fuga de dólares y otras divisas.
En esa línea, las medidas constituyen la confirmación de otra embestida hacia la clase media que, al criterio oficial, parece no mover el amperímetro electoral. En esta movida, todos los contribuyentes caen en la misma bolsa; pagan justos por pecadores porque no se puede entender que organismos como la AFIP o el Banco Central no identifiquen cuáles son los individuos, empresas o sociedades mediante los cuales se motoriza la fuga de capitales. La economía se mueve al ritmo del dólar "blue" y esto implica más riesgos, más ruidos, más inflación y menos confianza de los agentes económicos. Un verdadero cambalache.