15 Marzo 2013
Resultaría sobreabundante ponderar la dimensión del impacto que ha producido en el mundo la designación de un cardenal argentino para conducir la grey católica universal. Ella integra un conjunto que, según las estimaciones más recientes, suma aproximadamente unos 1.196 millones de personas.
Y sería reiterativo, también, abundar sobre la repercusión que ha tenido en nuestro país la sensacional novedad. Se trata de un prelado conocido por muchos miles de conciudadanos, no solamente a través de su actividad pública como cardenal primado de la República Argentina. También, por esa actitud de perenne contacto con la gente, que ha constituido una característica inconfundible de su perfil de pastor.
Los medios de comunicación han difundido algunas anécdotas, que ilustran tanto sobre la vida anterior como sobre los primeros pasos del flamante pontífice Francisco y que cobijan en el fondo implicancias de vasto significado.
El nuevo Papa ha tenido, como normas de su vida, la sencillez y la austeridad. Se ha alejado inveteradamente de todo lo que signifique diferenciarse de los seres humanos que circulan por la calle. Preferir el subte y el colectivo al auto oficial, confesar en la Catedral porteña como un sacerdote más, preferir la sotana a la vestimenta púrpura de su rango, ser frugal en la comida y llano en el trato con todos, son rasgos que lo han singularizado siempre. Esto junto con su concentración en un trabajo cotidiano de muchas horas, dedicadas a atender a la gente y a buscar la solución de sus problemas.
Su figura es conocida en las villas de emergencia que visita detenidamente, y su opción por los pobres es clara. "Vivimos en la parte del planeta con más desigualdad; la que ha crecido más y, sin embargo, ha reducido menos su pobreza. La injusta distribución de la riqueza persiste, creando una situación de pecado social que clama al cielo y que limita las posibilidades de una vida más plena para muchos de nuestros hermanos", dijo hace pocos años a los obispos latinoamericanos. Son expresiones que definen, con toda precisión, las responsabilidades que entiende prioritarias en su tarea de pastor.
Ya elegido Papa, sabemos que ha querido pagar su alojamiento como cualquier huésped, y que ha preferido viajar con los otros cardenales en vez de usar la limusina oficial. Con todo esto, y acaso sin proponérselo, el nuevo pontífice está enviando un mensaje lleno de fuerza, que parece conveniente asimilar y que debe generar reflexión. En un mundo dominado por las ambiciones de riqueza y de bienestar, propone nada más y nada menos que la sencillez, la austeridad, la mesura, el desdén por la embriaguez de la figuración y del predominio. Entiende que practicar todo eso no solamente es posible, sino también saludable. Y que el conflictuado orbe de hoy necesita seres que den ese ejemplo.
En el momento en que apareció en el balcón de la basílica de San Pedro, el pontífice comenzó pidiendo que el pueblo rezara por su persona, antes de impartir la tradicional bendición. La multitud congregada en la plaza, y los millones de personas que seguían el momento por televisión, se sintieron sacudidas y emocionadas.
Es que, al ver a un pastor que irradiaba tanta serenidad y tanta humildad, experimentaron la sensación de que, bajo su gobierno, la Iglesia Católica aumentará exponencialmente su capacidad de dar respuestas a las dramáticas inquietudes que plantea la época actual. Ojalá que sea así.
Y sería reiterativo, también, abundar sobre la repercusión que ha tenido en nuestro país la sensacional novedad. Se trata de un prelado conocido por muchos miles de conciudadanos, no solamente a través de su actividad pública como cardenal primado de la República Argentina. También, por esa actitud de perenne contacto con la gente, que ha constituido una característica inconfundible de su perfil de pastor.
Los medios de comunicación han difundido algunas anécdotas, que ilustran tanto sobre la vida anterior como sobre los primeros pasos del flamante pontífice Francisco y que cobijan en el fondo implicancias de vasto significado.
El nuevo Papa ha tenido, como normas de su vida, la sencillez y la austeridad. Se ha alejado inveteradamente de todo lo que signifique diferenciarse de los seres humanos que circulan por la calle. Preferir el subte y el colectivo al auto oficial, confesar en la Catedral porteña como un sacerdote más, preferir la sotana a la vestimenta púrpura de su rango, ser frugal en la comida y llano en el trato con todos, son rasgos que lo han singularizado siempre. Esto junto con su concentración en un trabajo cotidiano de muchas horas, dedicadas a atender a la gente y a buscar la solución de sus problemas.
Su figura es conocida en las villas de emergencia que visita detenidamente, y su opción por los pobres es clara. "Vivimos en la parte del planeta con más desigualdad; la que ha crecido más y, sin embargo, ha reducido menos su pobreza. La injusta distribución de la riqueza persiste, creando una situación de pecado social que clama al cielo y que limita las posibilidades de una vida más plena para muchos de nuestros hermanos", dijo hace pocos años a los obispos latinoamericanos. Son expresiones que definen, con toda precisión, las responsabilidades que entiende prioritarias en su tarea de pastor.
Ya elegido Papa, sabemos que ha querido pagar su alojamiento como cualquier huésped, y que ha preferido viajar con los otros cardenales en vez de usar la limusina oficial. Con todo esto, y acaso sin proponérselo, el nuevo pontífice está enviando un mensaje lleno de fuerza, que parece conveniente asimilar y que debe generar reflexión. En un mundo dominado por las ambiciones de riqueza y de bienestar, propone nada más y nada menos que la sencillez, la austeridad, la mesura, el desdén por la embriaguez de la figuración y del predominio. Entiende que practicar todo eso no solamente es posible, sino también saludable. Y que el conflictuado orbe de hoy necesita seres que den ese ejemplo.
En el momento en que apareció en el balcón de la basílica de San Pedro, el pontífice comenzó pidiendo que el pueblo rezara por su persona, antes de impartir la tradicional bendición. La multitud congregada en la plaza, y los millones de personas que seguían el momento por televisión, se sintieron sacudidas y emocionadas.
Es que, al ver a un pastor que irradiaba tanta serenidad y tanta humildad, experimentaron la sensación de que, bajo su gobierno, la Iglesia Católica aumentará exponencialmente su capacidad de dar respuestas a las dramáticas inquietudes que plantea la época actual. Ojalá que sea así.