Por Miguel Velardez
06 Marzo 2013
Bajó por la escalerilla del avión. Se detuvo en la mitad y levantó la mano derecha para saludar. Había llegado por primera y única vez a Tucumán. El aeropuerto era un hervidero de periodistas locales y foráneos aquel 30 de junio de 2008. En el patio, pegado a la pista de aterrizaje, se había dispuesto un espacio para la conferencia de prensa. La ansiedad y la adrenalina se mezclaban entre las tonadas de los reporteros de diarios, de televisión y de radio. Los canales transmitían en vivo, lo que aumentaba la cantidad de cables, micrófonos y cámaras que aguardaban en un "corralito" vallado y rodeado por custodios de saco y corbata con transmisores en los puños y auriculares en un oído.
Tras saludar a los anfitriones (el matrimonio Alperovich), Chávez llegó hasta los periodistas. Inspeccionó el tumulto y rompió el hielo. "¿Tú eres de aquí?", me preguntó en medio de la marea de micrófonos. "Sí", le respondí. ¿Y cómo le llaman a ese corte?, ¿Corte liso?", agregó sonriente. Aquella chanza de Chávez todavía me persigue entre los amigos periodistas que, a veces, al verme llegar a la Redacción, me gritan desde un extremo: ¿Tu eres de aquí?, ¿corte liso?...
Tras saludar a los anfitriones (el matrimonio Alperovich), Chávez llegó hasta los periodistas. Inspeccionó el tumulto y rompió el hielo. "¿Tú eres de aquí?", me preguntó en medio de la marea de micrófonos. "Sí", le respondí. ¿Y cómo le llaman a ese corte?, ¿Corte liso?", agregó sonriente. Aquella chanza de Chávez todavía me persigue entre los amigos periodistas que, a veces, al verme llegar a la Redacción, me gritan desde un extremo: ¿Tu eres de aquí?, ¿corte liso?...
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