Por Fabio Ladetto
06 Marzo 2013
El impacto político y social del deceso de Hugo Chávez sólo se podrá mensurar en el tiempo, no en la conmoción inmediata y lógica de una sociedad que lo tuvo como su protagonista principal desde febrero de 1992. Su partida impone repensar también el escenario latinoamericano, en el que tuvo tanta trascendencia como en su país, y en el que la ausencia de su voz se hará sentir en los temas calientes.
Venezuela nunca será la misma después de él. Chávez surgió de las ruinas del poder político tradicional, a partir del hartazgo en los manejos corporativos entre los dos partidos que se alternaron en el Gobierno desde 1958: el socialcristiano Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) y la Acción Democrática, formaciones hoy agonizantes.
En 1982, el mandatario muerto fundó el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, en homenaje anticipado a los dos siglos del nacimiento de Simón Bolívar. Desde ese germen lanzó su intento de golpe de Estado contra la gestión corrupta de Carlos Andrés Pérez, que le valió tanto la cárcel como su trascendencia pública. De allí había un solo paso a la Presidencia, impulsado como máxima expresión de la contrapolítica, de la desconfianza a los dirigentes, del cansancio a lo malo conocido.
Chávez trasladó a la política la particular formación militar venezolana, caracterizada por la lectura de distintas corrientes del pensamiento pero siempre con un verticalismo férreo. Su palabra no era (ni podrá ser nunca) discutida; la duda sobre el camino no existía.
Le dijeron arrogante, soberbio, egocéntrico, autorreferencial, desafiante. Fue el enemigo continental perfecto para Estados Unidos por casi 15 años, al grito de "¡Exprópiese!", latigillo que irritó a los neoliberales hasta la coronilla. Maná de fondos frescos para sus aliados (en especial, Cuba, Nicaragua y Bolivia) gracias a los recursos petroleros, su presencia monopolizó cuanta cumbre internacional hubo, sea si estaba o si faltaba.
Fronteras adentro, la notoria evolución de millones de venezolanos, que lograron tener acceso a servicios y bienes básicos (desde agua corriente y salud hasta comida y educación), lo consagró a la categoría de un líder mítico, más allá de los altos índices de violencia urbana y de inflación.
Su deceso deja huérfana la idea de un desarrollo basado en el pensamiento bolivariano de la unidad latinoamericano. Buena parte del pueblo venezolano demorará mucho tiempo en recuperar la sonrisa.
Venezuela nunca será la misma después de él. Chávez surgió de las ruinas del poder político tradicional, a partir del hartazgo en los manejos corporativos entre los dos partidos que se alternaron en el Gobierno desde 1958: el socialcristiano Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) y la Acción Democrática, formaciones hoy agonizantes.
En 1982, el mandatario muerto fundó el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, en homenaje anticipado a los dos siglos del nacimiento de Simón Bolívar. Desde ese germen lanzó su intento de golpe de Estado contra la gestión corrupta de Carlos Andrés Pérez, que le valió tanto la cárcel como su trascendencia pública. De allí había un solo paso a la Presidencia, impulsado como máxima expresión de la contrapolítica, de la desconfianza a los dirigentes, del cansancio a lo malo conocido.
Chávez trasladó a la política la particular formación militar venezolana, caracterizada por la lectura de distintas corrientes del pensamiento pero siempre con un verticalismo férreo. Su palabra no era (ni podrá ser nunca) discutida; la duda sobre el camino no existía.
Le dijeron arrogante, soberbio, egocéntrico, autorreferencial, desafiante. Fue el enemigo continental perfecto para Estados Unidos por casi 15 años, al grito de "¡Exprópiese!", latigillo que irritó a los neoliberales hasta la coronilla. Maná de fondos frescos para sus aliados (en especial, Cuba, Nicaragua y Bolivia) gracias a los recursos petroleros, su presencia monopolizó cuanta cumbre internacional hubo, sea si estaba o si faltaba.
Fronteras adentro, la notoria evolución de millones de venezolanos, que lograron tener acceso a servicios y bienes básicos (desde agua corriente y salud hasta comida y educación), lo consagró a la categoría de un líder mítico, más allá de los altos índices de violencia urbana y de inflación.
Su deceso deja huérfana la idea de un desarrollo basado en el pensamiento bolivariano de la unidad latinoamericano. Buena parte del pueblo venezolano demorará mucho tiempo en recuperar la sonrisa.
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