Cerámicas en un negocio de adobe

Cerámicas en un negocio de adobe

Dos artesanas llevan adelante el emprendimiento Los Suris, que se distingue por la producción de utensilios de cocina. Cazuelas, ollas, pavas, fuentes y sartenes "cobran vida" a partir de la arcilla cocida.

MESA ALFARERA. MUESTRA DE LOS OBJETOS aRTESANALES QUE COMERCIALIZA EL EMPRENDIMIENTO LOS SURIS.  FOTOS DE DIEGO ARáOZ / ESPECIAL PARA LA GACETA   MESA ALFARERA. MUESTRA DE LOS OBJETOS aRTESANALES QUE COMERCIALIZA EL EMPRENDIMIENTO LOS SURIS. FOTOS DE DIEGO ARáOZ / ESPECIAL PARA LA GACETA
27 Febrero 2013
Desde pequeña observaba con admiración cómo su abuela Matea elaboraba recipientes de cocina con sus propias manos. Con el paso del tiempo, esa inquietud se trasladó a sus dedos. En 2000, Miriam Carrazano se inscribió en un curso de cerámica sólo con la idea de entretenerse y "jugar con barro". Como si su camino estuviese marcado por un torno alfarero, las vueltas de su historia personal hicieron que lo que debía ser un pasatiempo se transformase en un medio de vida.

Carrazano trabajó durante 11 años como docente en una escuela de alta montaña, en La Ciénaga. En el tiempo que le quedaba libre, la mujer practicaba con arcilla y creaba ollas que luego, cuidadosamente, bajaba crudas en las alforjas del caballo. En 2004 se quedó sin trabajo. Fue allí cuando se asoció con su amiga, Rosa González (también cursó el taller dictado por Daniel Saravia), y, entre barros y moldes de yeso, crearon el emprendimiento Los Suris (calle Félix Sosa S/N, Tafí del Valle).

"Al principio hacíamos sobre todo máscaras: de la Pachamama, el Yastay y lechuzas. Pero los clientes que llegaban hasta el negocio nos pedían vasitos o tazas. Entonces comenzamos a producir artículos de cocina. Hoy nos dedicamos prácticamente de lleno a eso. Hacemos ollas, pavas, sartenes, cazuelas, fuentes, mates y bombillas. Por suerte, trabajamos sin descanso", explica la artesana en su local edificado con bloques de adobe.

Mientras atiende a los turistas, la ceramista detalla cómo es el proceso de creación de las artesanías. "Traemos la arcilla de Cafayate (Salta); le quitamos las impurezas y, luego, moldeamos las piezas. Una vez terminadas, estas pasan por un proceso de secado de dos días, si el tiempo acompaña. Los objetos luego son lijados y colocados durante 10 horas en un horno de leña que llega a 900 grados. Si las piezas salen sanas es porque hemos trabajado bien. Si algo se rompe es porque había aire u otra cosa en la materia prima", precisa.

Entre las cuatro manos de las artesanas y las de un ayudante eventual llegan a fabricar hasta 100 objetos diarios. "Todo es bien natural", explica. "Comenzamos a trabajar con la salida del sol; a veces pasamos ratos largos en silencio porque estamos muy concentrados. Es como olvidarse de todo", agrega la maestra. Lejos de la tiza, el pizarrón y las clases, Carrazano afirma que no extraña la docencia y que disfruta a pleno de su ocupación de artesana. "Vivir de esto es fantástico. Estoy trabajando en lo que me gusta y Rosa también, algo que poca gente puede hacer. A esto hay que sumar la libertad de que, si queremos, cerramos y nos vamos a pasear", resume con una sonrisa.

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