27 Febrero 2013
SANTOS PASTRANA. Cacique de la comunidad de Tafí. FOTOS DE DIEGO ARÁOZ / PARA LA GACETA
El violín empezó a gustarme cuando era chico. Tenía siete u ochos años. En esa época íbamos mucho a los espectáculos musicales con mi familia. Como no teníamos las posibilidades del presente, con mis compañeros de la escuela hicimos un violín con tablas y las cámaras de las ruedas de las bicicletas, cortadas bien finitas. Para tocarlo, formábamos un "arquito" con la cerdas de los caballos como los que usaban los indios para tirar las flechas. Lo mojábamos y sonaba. Y así, jugando, me hice "violinista".
"Orejero"
Como a los ocho o nueve años, un tío artesano me regaló un violín fabricado con una lata de aceite de oliva. Él mismo hizo el clavijero con madera y, luego, unió esa pieza a la lata. Un músico me regaló las cuerdas y ahí nomás comencé a practicar. Aprendí a afinar y a tocar de oído. Era muy buen "orejero". Con mis amigos nos juntábamos y yo siempre interpretaba algo: zambas, chacareras y gatos. También me dedicaba a la música de danza conocidas como "El amor", "El palito", "El remedio" y "La Mariquita". Toqué mucho hasta los 11 años, pero luego dejé.
Volver a empezar
Cuanto tenía unos treinta y pico, no recuerdo exactamente la fecha, sentí la necesidad de regresar a la música. La encontré, otra vez, con el violín. Pude hacerme de un instrumento, aunque había perdido todo lo aprendido de chico. A las danzas ya no las podía tocar o me costaban mucho. Así que comencé a interpretar cosas más nuevas, siempre de oído.
En mi mejor época actué en el escenario de la Fiesta del Queso acompañado por una guitarra y un bombo. Incluso llegué a presentarme en varias provincias.
En el Tafí del Valle de antes había una costumbre muy linda que se fue perdiendo: la de tocar el violín en los casamientos. Los novios llegaban a caballo al lugar de la fiesta y, antes de bailar el vals, el violinista homenajeaba a la pareja. Era una melodía muy tranquila y linda, que hacía sentir bien a todos, como si fuese un sedante. Interpreté esa música en varias oportunidades y por ahí todavía me piden que la toque.
El violín llegó a América con la evangelización; si bien no es propio de la cultura indígena, los habitantes originarios lo adoptamos enseguida. Particularmente me interesó ese instrumento porque era lo primero que se escuchaba en cualquier celebración, incluso antes que la guitarra. La melodía del violín anuncia alegría.
"Orejero"
Como a los ocho o nueve años, un tío artesano me regaló un violín fabricado con una lata de aceite de oliva. Él mismo hizo el clavijero con madera y, luego, unió esa pieza a la lata. Un músico me regaló las cuerdas y ahí nomás comencé a practicar. Aprendí a afinar y a tocar de oído. Era muy buen "orejero". Con mis amigos nos juntábamos y yo siempre interpretaba algo: zambas, chacareras y gatos. También me dedicaba a la música de danza conocidas como "El amor", "El palito", "El remedio" y "La Mariquita". Toqué mucho hasta los 11 años, pero luego dejé.
Volver a empezar
Cuanto tenía unos treinta y pico, no recuerdo exactamente la fecha, sentí la necesidad de regresar a la música. La encontré, otra vez, con el violín. Pude hacerme de un instrumento, aunque había perdido todo lo aprendido de chico. A las danzas ya no las podía tocar o me costaban mucho. Así que comencé a interpretar cosas más nuevas, siempre de oído.
En mi mejor época actué en el escenario de la Fiesta del Queso acompañado por una guitarra y un bombo. Incluso llegué a presentarme en varias provincias.
En el Tafí del Valle de antes había una costumbre muy linda que se fue perdiendo: la de tocar el violín en los casamientos. Los novios llegaban a caballo al lugar de la fiesta y, antes de bailar el vals, el violinista homenajeaba a la pareja. Era una melodía muy tranquila y linda, que hacía sentir bien a todos, como si fuese un sedante. Interpreté esa música en varias oportunidades y por ahí todavía me piden que la toque.
El violín llegó a América con la evangelización; si bien no es propio de la cultura indígena, los habitantes originarios lo adoptamos enseguida. Particularmente me interesó ese instrumento porque era lo primero que se escuchaba en cualquier celebración, incluso antes que la guitarra. La melodía del violín anuncia alegría.
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Tafí del Valle