Por Carlos Páez de la Torre H
20 Febrero 2013
SALTA AL PROMEDIAR EL SIGLO XIX. En 1854, el pintor Carlo Penuti ejecutó esta célebre imagen de la ciudad, vista desde la cima del cerro San Bernardo. FOTOS ARCHIVO LA GACETA
El 14 de febrero de 1813, al día siguiente de la jura a orillas del río Pasaje, el Ejército del Norte con su jefe, el general Manuel Belgrano, prosiguió la marcha rumbo a Salta. Su vanguardia cayó sobre los soldados realistas que guarnecían Cobos. Mató a varios, hizo algunos prisioneros, y el resto fugó a Salta llevando la noticia del ataque. Cuando se enteró el jefe realista, brigadier Pío Tristán, no le dio importancia al comienzo. Pensó que el incidente no pasaba de ser una de las tantas operaciones de esa guerrilla rebelde, con la que pronto pensaba terminar de raíz.
Pero nuevos y numerosos testimonios que fueron llegando lo convencieron de que, de alguna manera, el ejército de Belgrano había cruzado el Pasaje y marchaba a atacarlo. Entonces, resolvió fortificar y artillar los llamados Portezuelos, el grande y el chico. Eran quiebres del cerro San Bernardo, al este de la ciudad, y constituían la única entrada posible al valle de Lerma. La misma medida adoptó en el ancho zanjón que seguía, así como en el puente de tres arcos que se cruzaba para entrar a la ciudad.
Mientras tanto, proseguía el avance de los patriotas. Al grueso del ejército se sumó la vanguardia, que aguardaba en Cobos, y desde allí continuaron la marcha. Antes, Belgrano comisionó al coronel Santiago Figueroa y a Saturnino Saravia para molestar y distraer a los realistas por el sur, persuadiendo a Tristán de que la batalla se trabaría sobre los cerros de la entrada. Al lado de Belgrano cabalgaba Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien suministró al general preciosos datos de la zona donde iba a internarse. Además, le entregó un plano de Salta y de sus alrededores, territorio que era desconocido para el jefe patriota.
La ruta inesperada
Al llegar a la bifurcación de Punta del Agua, el general dispuso que su vanguardia -con los coroneles Díaz Vélez y Zelaya- marchara por el camino de la izquierda, para tomar los Portezuelos y asegurarse la entrada a la ciudad. Mientras, el grueso de la fuerza tomó por la derecha, rumbo a la Lagunilla, a donde llegó el 18 de febrero. Pero Díaz Vélez y Zelaya fueron rechazados por guerrillas desprendidas de los fortificados Portezuelos, y debieron retirarse.
Se presentaba entonces a Belgrano el grave problema de buscar otra entrada a Salta, sin chocar con la fuerza que aguardaba en los Portezuelos, con los cañones colocados en las sendas y en el puente, y todo un ejército desplegado alrededor de esa posición.
El capitán Apolinario Saravia, uno de sus ayudantes, aportó entonces una solución inesperada. Indicó una senda fragosa y muy poco conocida que, trepando dos leguas por los montes, caía a la quebrada de Chachapoyas. Esta desembocaba en la estancia de Castañares, propiedad del coronel Pedro José Saravia, padre de Apolinario, a poco más de una legua de la ciudad y al norte de ella. Belgrano mandó reconocer el paso y, cuando anochecía el 18 de febrero, encaró la senda con todo el ejército.
Bajo la lluvia, 3.000 soldados -entre los que formaba el nutrido contingente de Tucumán- con 10 cañones y 50 carretas, se desplazaron trabajosamente por esa huella de ganado, "rellenando los hoyos, rebajando las prominencias peligrosas, barriendo, por fin, la senda de todo peligro", narra el historiador Bernardo Frías. En ese trajín emplearon toda la noche.
Así, al amanecer del 19 de febrero el Ejército del Norte arribó a la planicie de Castañares, que procedió a ocupar. También ocupó las pequeñas eminencias llamadas Tres Cerritos, contra la sierra. Pronto se le unió la vanguardia rechazada en Higuerillas, llegada por la misma senda.
Belgrano en Castañares
La posición era inmejorable. El ejército patriota aparecía a espaldas de su enemigo, y a una altura desde la cual dominaba todo el espacio tendido hasta la ciudad. Además, cortaba a los realistas la comunicación con Jujuy, donde estaba el medio millar de soldados del coronel Miguel Tacón.
Al amanecer del 19 de febrero, alguien dijo a Tristán que venían fuerzas por el norte. No le dio importancia. Creía imposible el paso por otro lado que los Portezuelos, y se limitó a decir: "¡Ni aunque fueran pájaros!". Pero, cuando aclaró el día, todo Salta pudo divisar a las tropas patriotas acampadas junto a los cercos de piedra de Castañares. El ayudante de Tristán despertó a su jefe para informarle la novedad. Según Frías, Tristán volvió a dudar. "¿Son muchos?", preguntó. "Como avispas", le contestaron. Inquirió entonces "¿Y aún llueve"? Ante la respuesta afirmativa, comentó con ironía: "Pues me alegro, así se matan mejor las avispas".
Se vistió, y pasó a la casa de Aguirre, -emplazada, según Atilio Cornejo, en la actual calle Mitre entre España y Belgrano- cuyo balcón ofrecía una excelente vista hacia el norte. Enfocó el anteojo en esa dirección, y recién entonces lo golpeó la realidad. Debió convencerse de que, llegado no sabía por dónde, a una escasa legua estaba acampado todo el ejército enemigo.
Tristán mueve su fuerza
De inmediato, Tristán procedió a cambiar la ubicación de sus fuerzas, que sumaban un total efectivo de 3.388 soldados, contando oficiales. Las sacó de los Portezuelos y las llevó dando frente al norte y de espaldas a la ciudad, a una cuadra del borde del Tagarete de Tineo, arroyo pantanoso cuyas aguas corrían muy crecidas por las lluvias. Considera Frías que Tristán cometía dos errores con esa estrategia. El primero es que le hubiera convenido mantenerse en los Portezuelos con sólo un cambio de frente, ya que estaría así a mayor altura que las tropas enemigas. El segundo fue que, en el apuro, no atinó a llamar a la guarnición de Jujuy para que lo reforzase.
Según describe Bartolomé Mitre en su "Historia de Belgrano", la fuerza realista formó en dos líneas. La primera tenía tres batallones de infantería. Apoyaba su flanco derecho sobre el San Bernardo, por cuyos repliegues hizo avanzar unos 200 soldados. En el flanco izquierdo estaba su caballería, de 500 jinetes, y al frente de la línea se desplegaban las 10 piezas de artillería.
La segunda línea estaba integrada por dos batallones en columna, y a retaguardia formaban la reserva y el parque. Considera Mitre que esta formación "era más hábil que la patriota", ya que "en la distribución de las diferentes armas habían sido mejor consultados los accidentes del terreno".
El marqués de Yavi mandaba el ala izquierda, tendida sobre el extremo oeste, con sus 500 jinetes. Cuerpos principales de la infantería y artillería eran los batallones de Cuzco, Abancay y Cotabamba; el de Chilotes y los granaderos de Paruro, "todos pardos y mulatos" del Perú, ataviados con "calzón corto de lana y ojota en el pie y gorras chatas militares", dice Frías. Por el este, sobre la falda del San Bernardo, formaban la otra ala del ejército el Real de Lima -compuesto por unos 500 puros españoles peninsulares, al mando del coronel Antonio Lesdael- y el Paucartambo.
No podían saber los realistas que el marqués de Yavi, con otros oficiales, había acordado "aflojar" en la batalla, durante reuniones secretas en casa de Juana Moro de López. Era una nueva voltereta de aquel personaje que había apoyado a los patriotas en la victoria de Suipacha pero, tras el desastre de Huaqui, había retornado al bando del Rey.
La línea patriota
En cuanto a los patriotas, según Mitre, se distribuían en "5 columnas paralelas de infantería en línea de masas con 8 piezas de artillería divididas en secciones a retaguardia; dos alas de caballería, en la prolongación de la línea de batalla, y una columna de las tres armas, con 4 piezas de artillería, formando la reserva".
Al mando de la columna de la derecha iban el teniente coronel Manuel Dorrego y después, por el orden de formación, los comandantes José Superí y Francisco Pico, el sargento mayor Carlos Forest y el comandante Benito Álvarez. La caballería de esa ala estaba al mando del flamante teniente coronel Cornelio Zelaya, y la del ala izquierda, al del capitán Antonio Rodríguez.
El teniente coronel Gregorio Perdriel comandaba la infantería de la reserva, y el sargento mayor Diego González Balcarce, con el capitán Domingo Soriano Arévalo, estaban al frente de la caballería. En cuanto a la artillería, las piezas de la derecha estaban a cargo del teniente Antonio Giles; las del centro, de los tenientes Juan Pedro Luna y Agustín Rávago; la de la izquierda, del capitán Francisco Villanueva, y las de la reserva, del capitán Benito Martínez y el teniente José María Paz.
El mayor general del Ejército, coronel Eustoquio Díaz Vélez, comandaba la derecha de la línea, y la izquierda era responsabilidad del coronel Martín Rodríguez.
Mitre apunta, como "vicios más notables" de la formación patriota, la dispersión de la artillería y la colocación de la caballería sobre el lado izquierdo, donde la naturaleza del terreno le impedía obrar. Opina que debió haber estado en el lado opuesto: su ausencia allí permitió, al enemigo, obtener su única ventaja al trabarse el combate.
Pero nuevos y numerosos testimonios que fueron llegando lo convencieron de que, de alguna manera, el ejército de Belgrano había cruzado el Pasaje y marchaba a atacarlo. Entonces, resolvió fortificar y artillar los llamados Portezuelos, el grande y el chico. Eran quiebres del cerro San Bernardo, al este de la ciudad, y constituían la única entrada posible al valle de Lerma. La misma medida adoptó en el ancho zanjón que seguía, así como en el puente de tres arcos que se cruzaba para entrar a la ciudad.
Mientras tanto, proseguía el avance de los patriotas. Al grueso del ejército se sumó la vanguardia, que aguardaba en Cobos, y desde allí continuaron la marcha. Antes, Belgrano comisionó al coronel Santiago Figueroa y a Saturnino Saravia para molestar y distraer a los realistas por el sur, persuadiendo a Tristán de que la batalla se trabaría sobre los cerros de la entrada. Al lado de Belgrano cabalgaba Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien suministró al general preciosos datos de la zona donde iba a internarse. Además, le entregó un plano de Salta y de sus alrededores, territorio que era desconocido para el jefe patriota.
La ruta inesperada
Al llegar a la bifurcación de Punta del Agua, el general dispuso que su vanguardia -con los coroneles Díaz Vélez y Zelaya- marchara por el camino de la izquierda, para tomar los Portezuelos y asegurarse la entrada a la ciudad. Mientras, el grueso de la fuerza tomó por la derecha, rumbo a la Lagunilla, a donde llegó el 18 de febrero. Pero Díaz Vélez y Zelaya fueron rechazados por guerrillas desprendidas de los fortificados Portezuelos, y debieron retirarse.
Se presentaba entonces a Belgrano el grave problema de buscar otra entrada a Salta, sin chocar con la fuerza que aguardaba en los Portezuelos, con los cañones colocados en las sendas y en el puente, y todo un ejército desplegado alrededor de esa posición.
El capitán Apolinario Saravia, uno de sus ayudantes, aportó entonces una solución inesperada. Indicó una senda fragosa y muy poco conocida que, trepando dos leguas por los montes, caía a la quebrada de Chachapoyas. Esta desembocaba en la estancia de Castañares, propiedad del coronel Pedro José Saravia, padre de Apolinario, a poco más de una legua de la ciudad y al norte de ella. Belgrano mandó reconocer el paso y, cuando anochecía el 18 de febrero, encaró la senda con todo el ejército.
Bajo la lluvia, 3.000 soldados -entre los que formaba el nutrido contingente de Tucumán- con 10 cañones y 50 carretas, se desplazaron trabajosamente por esa huella de ganado, "rellenando los hoyos, rebajando las prominencias peligrosas, barriendo, por fin, la senda de todo peligro", narra el historiador Bernardo Frías. En ese trajín emplearon toda la noche.
Así, al amanecer del 19 de febrero el Ejército del Norte arribó a la planicie de Castañares, que procedió a ocupar. También ocupó las pequeñas eminencias llamadas Tres Cerritos, contra la sierra. Pronto se le unió la vanguardia rechazada en Higuerillas, llegada por la misma senda.
Belgrano en Castañares
La posición era inmejorable. El ejército patriota aparecía a espaldas de su enemigo, y a una altura desde la cual dominaba todo el espacio tendido hasta la ciudad. Además, cortaba a los realistas la comunicación con Jujuy, donde estaba el medio millar de soldados del coronel Miguel Tacón.
Al amanecer del 19 de febrero, alguien dijo a Tristán que venían fuerzas por el norte. No le dio importancia. Creía imposible el paso por otro lado que los Portezuelos, y se limitó a decir: "¡Ni aunque fueran pájaros!". Pero, cuando aclaró el día, todo Salta pudo divisar a las tropas patriotas acampadas junto a los cercos de piedra de Castañares. El ayudante de Tristán despertó a su jefe para informarle la novedad. Según Frías, Tristán volvió a dudar. "¿Son muchos?", preguntó. "Como avispas", le contestaron. Inquirió entonces "¿Y aún llueve"? Ante la respuesta afirmativa, comentó con ironía: "Pues me alegro, así se matan mejor las avispas".
Se vistió, y pasó a la casa de Aguirre, -emplazada, según Atilio Cornejo, en la actual calle Mitre entre España y Belgrano- cuyo balcón ofrecía una excelente vista hacia el norte. Enfocó el anteojo en esa dirección, y recién entonces lo golpeó la realidad. Debió convencerse de que, llegado no sabía por dónde, a una escasa legua estaba acampado todo el ejército enemigo.
Tristán mueve su fuerza
De inmediato, Tristán procedió a cambiar la ubicación de sus fuerzas, que sumaban un total efectivo de 3.388 soldados, contando oficiales. Las sacó de los Portezuelos y las llevó dando frente al norte y de espaldas a la ciudad, a una cuadra del borde del Tagarete de Tineo, arroyo pantanoso cuyas aguas corrían muy crecidas por las lluvias. Considera Frías que Tristán cometía dos errores con esa estrategia. El primero es que le hubiera convenido mantenerse en los Portezuelos con sólo un cambio de frente, ya que estaría así a mayor altura que las tropas enemigas. El segundo fue que, en el apuro, no atinó a llamar a la guarnición de Jujuy para que lo reforzase.
Según describe Bartolomé Mitre en su "Historia de Belgrano", la fuerza realista formó en dos líneas. La primera tenía tres batallones de infantería. Apoyaba su flanco derecho sobre el San Bernardo, por cuyos repliegues hizo avanzar unos 200 soldados. En el flanco izquierdo estaba su caballería, de 500 jinetes, y al frente de la línea se desplegaban las 10 piezas de artillería.
La segunda línea estaba integrada por dos batallones en columna, y a retaguardia formaban la reserva y el parque. Considera Mitre que esta formación "era más hábil que la patriota", ya que "en la distribución de las diferentes armas habían sido mejor consultados los accidentes del terreno".
El marqués de Yavi mandaba el ala izquierda, tendida sobre el extremo oeste, con sus 500 jinetes. Cuerpos principales de la infantería y artillería eran los batallones de Cuzco, Abancay y Cotabamba; el de Chilotes y los granaderos de Paruro, "todos pardos y mulatos" del Perú, ataviados con "calzón corto de lana y ojota en el pie y gorras chatas militares", dice Frías. Por el este, sobre la falda del San Bernardo, formaban la otra ala del ejército el Real de Lima -compuesto por unos 500 puros españoles peninsulares, al mando del coronel Antonio Lesdael- y el Paucartambo.
No podían saber los realistas que el marqués de Yavi, con otros oficiales, había acordado "aflojar" en la batalla, durante reuniones secretas en casa de Juana Moro de López. Era una nueva voltereta de aquel personaje que había apoyado a los patriotas en la victoria de Suipacha pero, tras el desastre de Huaqui, había retornado al bando del Rey.
La línea patriota
En cuanto a los patriotas, según Mitre, se distribuían en "5 columnas paralelas de infantería en línea de masas con 8 piezas de artillería divididas en secciones a retaguardia; dos alas de caballería, en la prolongación de la línea de batalla, y una columna de las tres armas, con 4 piezas de artillería, formando la reserva".
Al mando de la columna de la derecha iban el teniente coronel Manuel Dorrego y después, por el orden de formación, los comandantes José Superí y Francisco Pico, el sargento mayor Carlos Forest y el comandante Benito Álvarez. La caballería de esa ala estaba al mando del flamante teniente coronel Cornelio Zelaya, y la del ala izquierda, al del capitán Antonio Rodríguez.
El teniente coronel Gregorio Perdriel comandaba la infantería de la reserva, y el sargento mayor Diego González Balcarce, con el capitán Domingo Soriano Arévalo, estaban al frente de la caballería. En cuanto a la artillería, las piezas de la derecha estaban a cargo del teniente Antonio Giles; las del centro, de los tenientes Juan Pedro Luna y Agustín Rávago; la de la izquierda, del capitán Francisco Villanueva, y las de la reserva, del capitán Benito Martínez y el teniente José María Paz.
El mayor general del Ejército, coronel Eustoquio Díaz Vélez, comandaba la derecha de la línea, y la izquierda era responsabilidad del coronel Martín Rodríguez.
Mitre apunta, como "vicios más notables" de la formación patriota, la dispersión de la artillería y la colocación de la caballería sobre el lado izquierdo, donde la naturaleza del terreno le impedía obrar. Opina que debió haber estado en el lado opuesto: su ausencia allí permitió, al enemigo, obtener su única ventaja al trabarse el combate.