17 Febrero 2013
QUITO.- Una tarde con el cielo encapotado y una fina y persistente llovizna enmarca la víspera de las elecciones generales de hoy en Quito, la capital de Ecuador. Bella ciudad, limpia, ordenada, rodeada de cerros y llena de flores; sus gentes, amables y muy solidarias. Realmente es un gusto estar aquí.
Como en esas calmas chichas que preceden a las batallas, casi no se percibe el ruido y el trajín habitual de la pintoresca capital. Quito (en quechua significa "el centro de la tierra") es hoy también el centro de la atención política de la región.
Sin embargo, esta batalla no parece ofrecer ningún margen de sorpresa en cuanto a su resultado. La certeza sobre el triunfo del presidente, Rafael Correa, en la primera vuelta es absoluta y, en todo caso, el único condimento de incertidumbre es qué porcentaje alcanzará cuando se abran las urnas. Ya ha dejado, también, de ser motivo de debate si el mandatario se alzará con la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (Congreso): casi nadie duda de que así será.
El Hotel Marriott, donde están hospedadas las delegaciones de observadores internacionales provenientes del extranjero, fue el escenario de la muestra incontrastable de esta afirmación. El pasado miércoles, Correa, acompañado de su candidato a vice, se acercó a saludar a los visitantes y ofreció una larga y distendida charla, en la que contestó cada una de las preguntas que libremente se le pudo formular, con paciencia y simpatía.
Luego fue el turno de los candidatos de Creando Oportunidades, la principal opción opositora, para exponer ante el cuerpo de observadores. Sorpresivamente, el candidato a Presidente, Guillermo Lasso, no asistió y delegó su representación en una hosca y poco comunicativa comisión encabezada por el candidato a vicepresidente, que apenas estuvo unos 30 minutos y se retiró. Toda una demostración del clima que se vive.
El jueves a la noche cerraron las campañas. El único acto de cierre relevante fue el de Correa y su Alianza PAIS en el cantón de Pichincha (donde se libró la mítica batalla en la guerra por la Independencia). Fue uno de los más emocionantes y cálidos actos políticos que presencié en muchos años, con el marco de decenas de miles de personas envueltas en camperas, remeras y banderas verdes manzana y vivos azules, colores representativos del oficialismo.
En un clima de euforia militante, Correa fue un show en sí mismo. Excelente orador, combinó sustanciosos conceptos en lenguaje comprensible para todos (es economista de formación), con emotivas recordaciones a los mártires de las luchas populares ecuatorianas y latinoamericanas.
Él baja línea y a la vez emociona; moviliza las rebeldías populares y, al mismo tiempo, las contiene y canaliza en un moderno pensamiento de izquierda con componentes de una suerte de nacionalismo latinoamericanista, que hizo vibrar a la multitud reunida. Su discurso duró dos horas y media. Pero, a diferencia de Fidel Castro o de Hugo Chávez, que ocupan todo el escenario y monopolizan con sus palabras fuertes y vibrantes, Correa apela a otros recursos. Presenta a sus candidatos a diputados, a concejales y a alcaldes; los hace subir al escenario; le explica a la gente quienes son, y a los más fogueados los hace hablar, intercalando conceptos en sus breves discursos.
En el cierre, tuvo palabras cálidas para la Argentina y para la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. A renglón seguido vino lo mas impactante: la gente no se iba del lugar, no se movía y pedía más. Fue impresionante ese momento, porque entonces empezó una verdadera fiesta, con músicos interpretando temas de folclore, boleros y rock latinoamericano, mientras el mandatario y sus candidatos bailaban en el escenario. Una imagen poco común entre los jefes de Estado.
Redistribución
El país ha vivido tiempos de bonanza redistributiva en estos últimos seis años, como nunca en su historia. Y la concepción keynessianista de Correa se ha traducido en las innumerables obras públicas, viales, hidráulicas y de riego, que han ampliado las fronteras agrícolas y han reducido el desempleo a poco más del 4 %. Y si bien el actual Gobierno ha mantenido a Ecuador en el Pacto Andino, Correa ya ha explicitado la voluntad política de iniciar conversaciones (de hecho ya hubo dos reuniones de avance) para incorporar al país al Mercosur como miembro pleno, siguiendo el camino de Venezuela.
Por supuesto que Ecuador no escapa a los parámetros de la mayoría de los procesos políticos que se viven en la región. El Presidente tiene un voto inconmovible en los sectores populares y buena parte de la aún incipiente clases medias ecuatorianas. Y el cerrado rechazo de los sectores altos y medio altos, sumado a la crítica cerril de los medios de comunicación tradicionales.
Sin embargo, la oposición aparece dividida en nueve opciones muy poco convocantes (tres de ellas, encabezadas por ex Presidentes) y mucho menos convincentes en materia de propuestas y programas alternativos de Gobierno. Esto diferencia claramente al proceso electoral de Ecuador del de Venezuela, donde la derecha logró erigir un candidato que le dio pelea a Chávez en octubre, más allá de la cómoda victoria final del hoy enfermo líder venezolano.
El escenario ecuatoriano tiene mayor similitud con el que vivió la Argentina en su último proceso electoral, cuando Fernández de Kirchner obtuvo el 54% y acumuló más de 30 puntos de ventaja sobre su competidor más inmediato. Pocas dudas caben de que Correa rondará el 60% y la diferencia sobre el segundo puede llegar a ser de más de 35 puntos.
Solo nos resta esperar que, sea cual sea el resultado, la elección termine en un clima de paz, como se merece el noble pueblo ecuatoriano.
Como en esas calmas chichas que preceden a las batallas, casi no se percibe el ruido y el trajín habitual de la pintoresca capital. Quito (en quechua significa "el centro de la tierra") es hoy también el centro de la atención política de la región.
Sin embargo, esta batalla no parece ofrecer ningún margen de sorpresa en cuanto a su resultado. La certeza sobre el triunfo del presidente, Rafael Correa, en la primera vuelta es absoluta y, en todo caso, el único condimento de incertidumbre es qué porcentaje alcanzará cuando se abran las urnas. Ya ha dejado, también, de ser motivo de debate si el mandatario se alzará con la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (Congreso): casi nadie duda de que así será.
El Hotel Marriott, donde están hospedadas las delegaciones de observadores internacionales provenientes del extranjero, fue el escenario de la muestra incontrastable de esta afirmación. El pasado miércoles, Correa, acompañado de su candidato a vice, se acercó a saludar a los visitantes y ofreció una larga y distendida charla, en la que contestó cada una de las preguntas que libremente se le pudo formular, con paciencia y simpatía.
Luego fue el turno de los candidatos de Creando Oportunidades, la principal opción opositora, para exponer ante el cuerpo de observadores. Sorpresivamente, el candidato a Presidente, Guillermo Lasso, no asistió y delegó su representación en una hosca y poco comunicativa comisión encabezada por el candidato a vicepresidente, que apenas estuvo unos 30 minutos y se retiró. Toda una demostración del clima que se vive.
El jueves a la noche cerraron las campañas. El único acto de cierre relevante fue el de Correa y su Alianza PAIS en el cantón de Pichincha (donde se libró la mítica batalla en la guerra por la Independencia). Fue uno de los más emocionantes y cálidos actos políticos que presencié en muchos años, con el marco de decenas de miles de personas envueltas en camperas, remeras y banderas verdes manzana y vivos azules, colores representativos del oficialismo.
En un clima de euforia militante, Correa fue un show en sí mismo. Excelente orador, combinó sustanciosos conceptos en lenguaje comprensible para todos (es economista de formación), con emotivas recordaciones a los mártires de las luchas populares ecuatorianas y latinoamericanas.
Él baja línea y a la vez emociona; moviliza las rebeldías populares y, al mismo tiempo, las contiene y canaliza en un moderno pensamiento de izquierda con componentes de una suerte de nacionalismo latinoamericanista, que hizo vibrar a la multitud reunida. Su discurso duró dos horas y media. Pero, a diferencia de Fidel Castro o de Hugo Chávez, que ocupan todo el escenario y monopolizan con sus palabras fuertes y vibrantes, Correa apela a otros recursos. Presenta a sus candidatos a diputados, a concejales y a alcaldes; los hace subir al escenario; le explica a la gente quienes son, y a los más fogueados los hace hablar, intercalando conceptos en sus breves discursos.
En el cierre, tuvo palabras cálidas para la Argentina y para la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. A renglón seguido vino lo mas impactante: la gente no se iba del lugar, no se movía y pedía más. Fue impresionante ese momento, porque entonces empezó una verdadera fiesta, con músicos interpretando temas de folclore, boleros y rock latinoamericano, mientras el mandatario y sus candidatos bailaban en el escenario. Una imagen poco común entre los jefes de Estado.
Redistribución
El país ha vivido tiempos de bonanza redistributiva en estos últimos seis años, como nunca en su historia. Y la concepción keynessianista de Correa se ha traducido en las innumerables obras públicas, viales, hidráulicas y de riego, que han ampliado las fronteras agrícolas y han reducido el desempleo a poco más del 4 %. Y si bien el actual Gobierno ha mantenido a Ecuador en el Pacto Andino, Correa ya ha explicitado la voluntad política de iniciar conversaciones (de hecho ya hubo dos reuniones de avance) para incorporar al país al Mercosur como miembro pleno, siguiendo el camino de Venezuela.
Por supuesto que Ecuador no escapa a los parámetros de la mayoría de los procesos políticos que se viven en la región. El Presidente tiene un voto inconmovible en los sectores populares y buena parte de la aún incipiente clases medias ecuatorianas. Y el cerrado rechazo de los sectores altos y medio altos, sumado a la crítica cerril de los medios de comunicación tradicionales.
Sin embargo, la oposición aparece dividida en nueve opciones muy poco convocantes (tres de ellas, encabezadas por ex Presidentes) y mucho menos convincentes en materia de propuestas y programas alternativos de Gobierno. Esto diferencia claramente al proceso electoral de Ecuador del de Venezuela, donde la derecha logró erigir un candidato que le dio pelea a Chávez en octubre, más allá de la cómoda victoria final del hoy enfermo líder venezolano.
El escenario ecuatoriano tiene mayor similitud con el que vivió la Argentina en su último proceso electoral, cuando Fernández de Kirchner obtuvo el 54% y acumuló más de 30 puntos de ventaja sobre su competidor más inmediato. Pocas dudas caben de que Correa rondará el 60% y la diferencia sobre el segundo puede llegar a ser de más de 35 puntos.
Solo nos resta esperar que, sea cual sea el resultado, la elección termine en un clima de paz, como se merece el noble pueblo ecuatoriano.
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