06 Febrero 2013
CUADRERA. Final de una carrera en un grabado coloreado de 1820 incluído en la obra "El Gaucho", de Bonifacio Del Carril.
No soy historiador ni un gran estudioso: sólo un enamorado de Tafí del Valle que rememora y trata de hacer perdurar momentos que han sido importantes, que han marcado mi vida y que añoro...
La cercanía del carnaval me lleva a revivir esa fiesta que mis recuerdos relacionan con los animales y la música. El caballo forma parte de mi infancia: esa presencia se está perdiendo. Era raro que un lugareño no tuviese este animal en sus corrales porque todas las actividades al aire libre y la diversión giraban alrededor de la destreza criolla.
Uno de los espectáculos que más gente congregaba eran las cuadreras. En estas carreras a caballo competían dos jinetes. Aunque había cuadreras en diferentes lugares, la "pista" clásica estaba frente al campamento de la Dirección Provincial de Vialidad, en la entrada de Tafí del Valle (sobre la ruta 307). Las carreras se hacían todo el tiempo, pero la más importante era la del 25 de mayo. El ganador no se llevaba una copa: el premio consistía en una importante suma de dinero. La corrida era impostergable, por lo que cada dueño del animal hacía un depósito ante un "juez", para que el espectáculo se cumpliera sí o sí. En las gradas se reunían cientos de lugareños, jóvenes y adultos, que vitoreaban a sus caballos favoritos.
Este entretenimiento tan tafinisto desapareció porque los terrenos se convirtieron en propiedades privadas. Ya no hay campos destinados a las cuadreras, que requieren de mucho espacio. La pista de carrera debe tener no menos de 350 metros de largo. Además, había que prepararla con anticipación: limpiarla de malezas y nivelarla. La largada estaba a cargo de un hombre que tenía en su mano un pañuelo. Antes de comenzar, se hacían las partidas, que eran pequeñas corridas de una distancia de 70 metros (se las repetía hasta tres veces). Estas carreras cortas servían para preparar a los caballos para el gran momento. La temporada fuerte de cuadreras comenzaba luego de marzo, cuando terminaban los partidos de fútbol (ahora el calendario futbolístico es más extenso).
Borrar las penas
Desde la época de mis abuelos, en carnaval la gente de Tafí se divertía con "la chiguada". Esta consistía en un juego de fuerza, donde dos grupos de hombres sostenían una soga y la tiraban hacia su lado. El equipo vencedor era el que arrastraba al otro hasta su lugar. Los varones se desesperaban por lucirse en este juego. ¡Hasta llegué a ver cómo destrozaban una cuerda con un fuerte tirón!
Nuestro carnaval no tenía muchas más cosas. Era bastante simple. Eso sí, la música siempre estaba presente. De hecho, venían de atrás de los cerros (de La Ciénaga o Mala Mala) para participar de los bailes que se hacían en diferentes lugares. Uno de ellos era en el local donde hoy está La Cañada (boliche bailable). Cuando yo era joven todavía se llamaba Lágrima del Indio, un nombre muy lindo y apropiado porque allí se iba a borrar las penas. El salón se dividía en dos: por un lado estaban los jóvenes que escuchaban música grabada y de estilos variados, y, por otro lado, se instalaban los que querían música criolla (en ese grupo estaba yo) interpretada por el violín, el bombo y el acordeón. Y así pasaban los coloridos atardeceres de verano en mi amado Tafí.
La cercanía del carnaval me lleva a revivir esa fiesta que mis recuerdos relacionan con los animales y la música. El caballo forma parte de mi infancia: esa presencia se está perdiendo. Era raro que un lugareño no tuviese este animal en sus corrales porque todas las actividades al aire libre y la diversión giraban alrededor de la destreza criolla.
Uno de los espectáculos que más gente congregaba eran las cuadreras. En estas carreras a caballo competían dos jinetes. Aunque había cuadreras en diferentes lugares, la "pista" clásica estaba frente al campamento de la Dirección Provincial de Vialidad, en la entrada de Tafí del Valle (sobre la ruta 307). Las carreras se hacían todo el tiempo, pero la más importante era la del 25 de mayo. El ganador no se llevaba una copa: el premio consistía en una importante suma de dinero. La corrida era impostergable, por lo que cada dueño del animal hacía un depósito ante un "juez", para que el espectáculo se cumpliera sí o sí. En las gradas se reunían cientos de lugareños, jóvenes y adultos, que vitoreaban a sus caballos favoritos.
Este entretenimiento tan tafinisto desapareció porque los terrenos se convirtieron en propiedades privadas. Ya no hay campos destinados a las cuadreras, que requieren de mucho espacio. La pista de carrera debe tener no menos de 350 metros de largo. Además, había que prepararla con anticipación: limpiarla de malezas y nivelarla. La largada estaba a cargo de un hombre que tenía en su mano un pañuelo. Antes de comenzar, se hacían las partidas, que eran pequeñas corridas de una distancia de 70 metros (se las repetía hasta tres veces). Estas carreras cortas servían para preparar a los caballos para el gran momento. La temporada fuerte de cuadreras comenzaba luego de marzo, cuando terminaban los partidos de fútbol (ahora el calendario futbolístico es más extenso).
Borrar las penas
Desde la época de mis abuelos, en carnaval la gente de Tafí se divertía con "la chiguada". Esta consistía en un juego de fuerza, donde dos grupos de hombres sostenían una soga y la tiraban hacia su lado. El equipo vencedor era el que arrastraba al otro hasta su lugar. Los varones se desesperaban por lucirse en este juego. ¡Hasta llegué a ver cómo destrozaban una cuerda con un fuerte tirón!
Nuestro carnaval no tenía muchas más cosas. Era bastante simple. Eso sí, la música siempre estaba presente. De hecho, venían de atrás de los cerros (de La Ciénaga o Mala Mala) para participar de los bailes que se hacían en diferentes lugares. Uno de ellos era en el local donde hoy está La Cañada (boliche bailable). Cuando yo era joven todavía se llamaba Lágrima del Indio, un nombre muy lindo y apropiado porque allí se iba a borrar las penas. El salón se dividía en dos: por un lado estaban los jóvenes que escuchaban música grabada y de estilos variados, y, por otro lado, se instalaban los que querían música criolla (en ese grupo estaba yo) interpretada por el violín, el bombo y el acordeón. Y así pasaban los coloridos atardeceres de verano en mi amado Tafí.
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