Por Alejandro Klappenbach
02 Febrero 2013
FELICES. Mónaco se abraza con Nalbandian; Zabaleta y Jaite los observan.
El deporte, quizá como pocas otras actividades, es cuna perfecta de múltiples historias. Y varias de ellas se pueden contar con final feliz. La serie contra Alemania está favorable, tan favorable como era difícil imaginar, aunque al score le falte, aun, el broche de oro.
En primer turno, Carlos Berlocq, contra Philipp Kohlschreiber, el calor y casi todos los pronósticos, ganó el punto que marcó el ánimo del resto del día. Consciente de sus limitaciones, también de sus virtudes, llevó el juego a ese rincón, tal vez el único, que le convenía. Con esta premisa como punta de lanza del análisis, no hubo casualidad en la lesión del alemán.
Desde mucho tiempo antes el partido se desarrollaba como querían el capitán Martín Jaite y el equipo. Desgaste, desgaste y más desgaste. Quizá lo sorprendente es que el desgaste haya pagado tanto y tan rápido para las aspiraciones argentinas. Berlocq jamás olvidará el triunfo, la ovación y el festejo con remera partida al medio, de cara a la tribuna. El sol, todavía impiadoso, recibió a Juan Mónaco y Florian Mayer, y ambos jugaron como pudieron. La nota anímica estaba puesta por el 1-0 de Argentina. La nota técnica quedó condicionada por el calor. Apenas uno de los dos generaba una apertura con velocidad, los puntos morían uno detrás del otro. Así, la supervivencia del más apto, encontró a Mónaco disfrutando al máximo el máximo de los esfuerzos. La recompensa, de más está decirlo, valió la pena.
Como tantas veces, el sábado del dobles puede marcar el final de la historia, que empezó con dudas y mal pronóstico 45 días atrás y que está cerca, muy cerca, de tener final feliz. Dependerá, como siempre, de los que están.
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