Bailes y guitarreadas en el "paraíso terrenal"

Bailes y guitarreadas en el "paraíso terrenal"

PAISAJE PRETÉRITO. Aspecto del Valle a mediados del siglo pasado. La inmensidad sólo es interrumpidas por casitas de adobe. PAISAJE PRETÉRITO. Aspecto del Valle a mediados del siglo pasado. La inmensidad sólo es interrumpidas por casitas de adobe.
30 Enero 2013

Mi guitarra pasea por Tafí desde que tengo 15 años. Sonó en carnavales, en asados criollos, en coloridas fiestas, en cabalgatas, en la punta de un cerro o en lo profundo de El Zanjón. Por ello me gané el apodo de "Long Play"... La banda se completaba con algunos amigos o familiares, como Néstor Román, Jorge Bascary Vallejo y "Rosmarie" Zavalía (con ella hacíamos dúos): entonces todos entonábamos boleros como los de Pedro Vargas o los del Trío Los Panchos.

En ese entonces (en la década de 1950), la guitarra y el violín eran instrumentos fundamentales. También usábamos el tocadiscos, lujo que sólo unos pocos privilegiados podían darse. La casa de mi tío Eduardo Frías Silva era uno de los lugares fijos que elegíamos para hacer las fiestas o para llevar al club ambulatorio (antecedente remoto del Club de Veraneantes de Tafí del Valle). Esta vivienda poseía un grupo electrógeno, equipo que nos permitía escuchar discos de pasta en la vitrola y bailar hasta tarde con luz eléctrica: en esa época, la mayoría de las casas usaban velas.

El inmenso motor del grupo electrógeno era encendido a partir de las 19, cuando comenzaban las fiestas nocturnas, muy populares entre los jóvenes. Las paredes de piedra y adobe de lo de mi tío vieron pasar numerosas fiestas de carnaval. En esas reuniones, las mujeres acudían disfrazadas de damas y los hombres, de piratas, ladrones o de lo que se les ocurriese. Además de bailar, jugábamos a adivinar quién se escondía detrás de las rigurosas máscaras o antifaces. Las casas se vestían con globos y papeles de colores: todo era muy pintoresco.

También pedíamos prestadas otras casas muy señoriales para hacer fiestas y, así, recaudar fondos a beneficio del futuro club. Jugábamos al tenis y a otros deportes y, luego, guardábamos las cosas en la casa de "Jorjón" Padilla. Recuerdo que comíamos apenas un snack. Varias veces el menú programado se frustró debido a que los caminos se cortaban seguido: una vez nos quedamos con el pan de los panchos en la mano porque no llegaron las salchichas. A veces tratábamos de rescatar la vianda que nos enviaban de Tucumán, y nos íbamos a caballo hasta el lugar del corte, que, generalmente y como sigue ocurriendo en la actualidad, era en el kilómetro 37 de la ruta 307.

La primera sede que alquilamos para el Club de Veraneantes se ubicaba donde hoy está el hotel La Rosada: primero se llamó La Pulga y, después, El Palenque. Años más tarde, el club se trasladó a su sede actual. Sus fundadores fueron Jorge Padilla, Alfredo Terán y Ángel Miguel "El Bebe" Esteves. A partir de ese momento, comenzaron a organizarse las Olimpíadas Intervillas. Para recibir a nuestros rivales de Villa Nougués, coreábamos una canción (ver arriba) que destacaba la belleza del valle, ese lugar que mi tío Eduardo bautizó como "paraíso terrenal".


CUANDO LLEGUES A TAFÍ

Cuando llegues a Tafí harto de niebla

y con ganas de ver un poco de sol

tú verás Tafí del Valle siempre verde

y con gente que se sabe divertir.


Aquí nadie se fija ni critica

si se estrenan modelitos de París

cada cual se viste como más le gusta

y las chicas son la crema de lo chic.


Tafí, Tafí, Tafí

pedazo de la tierra en que nací

por algo te hizo Dios

el rey de los valles Calchaquíes

Tafí, Tafí, Tafí.


En Villa Nougués piensan mucho en tí

por el color de tus cerros azules

todas las virtudes que te envidian desde allí tú vas a a ver que con cielos despejados

con vientos y nublados

nos sabemos divertir.


Letra de Niné Ponssa (compuesta en la década de 1950, la canción era coreada durante las Olimpíadas Intervillas)


SEIS CUERDAS OFRECÍAN LA MÁXIMA DIVERSIÓN 

La guitarra también veraneaba en el valle

"Cuando se habla de música en Tafí, sería injusto olvidar las guitarreadas de los veraneantes. Arrancaban desde la época más remota y por mucho tiempo constituirían la máxima diversión. Podían ser diurnas y al aire libre... y también estaban las nocturnas, más programadas y muy esperadas por los jóvenes. La noche y los temas de la música podían armar una atmósfera mágica, con infinitas posibilidades para el encuentro romántico", relatan Carlos Páez de la Torre (h) y Pedro León Cornet en el libro "Una historia de Tafí del Valle" (2011).

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