Por Alvaro Simon Padrós
28 Enero 2013
Perdón por invocar a la muerte, pero es necesario escribir 34 renglones al respecto. No más. Le pido un favor, si todavía no lo hizo, tome conciencia de su propia muerte. Póngase creativo, imagínela. ¿Listo? Ok, ahora observe su reloj. Cualquier reloj. Mire con que velocidad se desplaza la aguja de los segundos. Una aguja karateka, salvaje, eterna. No se detiene. Usted si, porque la está observando en este preciso instante. No para corroborar la hora, sino para corroborar la proximidad de su muerte. La evidencia no sólo lo deja meditativo sino que lo transforma en un pensador. Es decir, lo obliga a madurar. La certeza de la muerte humaniza. El amigo Epicuro pudo graficarlo de manera acertada: "mientras estamos nosotros no está la muerte, cuando llega la muerte dejamos de estar nosotros".
Lucrecio resume la cuestión en un verso: "ni antes nos dolió no estar ni es razonable suponer que luego nos dolerá nuestra definitiva ausencia. Si la muerte es no ser ya la hemos vencido una vez, el día que nacimos". A usted la inexistencia lo angustia porque recuerda cada uno de los placeres de la vida y a cada uno de los seres queridos que dejará de frecuentar (por un tiempo) cuando muera.
La muerte es negación. El filósofo Fernando Savater se cuestiona la vida, igual que usted. De fácil lectura, sus libros se estudian en la facultad. Dice: "la muerte sirve para hacernos pensar no sobre la muerte sino sobre la vida. La muerte, con su urgencia, despierta el apetito de pensar, es decir, de querer estar realmente vivo". En fin, de vez en cuando recuerde a la aguja karateka de su reloj y haga lo que Fernando: viva, sea feliz, escuche un buen disco, vaya al cine, escriba un cuento, ame. Ya habrá tiempo para morir.
La muerte es negación. El filósofo Fernando Savater se cuestiona la vida, igual que usted. De fácil lectura, sus libros se estudian en la facultad. Dice: "la muerte sirve para hacernos pensar no sobre la muerte sino sobre la vida. La muerte, con su urgencia, despierta el apetito de pensar, es decir, de querer estar realmente vivo". En fin, de vez en cuando recuerde a la aguja karateka de su reloj y haga lo que Fernando: viva, sea feliz, escuche un buen disco, vaya al cine, escriba un cuento, ame. Ya habrá tiempo para morir.