Por María Ester Véliz
22 Enero 2013
LENGUAJE PROPIO. Para bailar tango hacen falta dos personas que se complementen y se entreguen en cada movimiento.
"Con este tango que es burlón y compadrito, se ató dos alas la ambición de mi suburbio..."
En el patio del Rectorado de la UNT, las parejas se funden en un abrazo al ritmo del 2 x 4. Con movimientos circulares y armónicos se entregan a ese "conjuro extraño de un amor hecho cadencia...", como reza El Choclo, tango de Enrique Santos Discépolo y Juan C. Marambio Catán que musicalizó Ángel Villoldo. Un puñado de hombres y mujeres concurre todos los martes y los jueves a las 20.30 al taller que dictan los profesores Julián Posternak y su esposa María Fernanda Romano.
Entre cruces, ocho, giros y quebradas dan rienda suelta a sus emociones. Es un momento de encuentro, de conexión con uno mismo y con el otro, de renuncia personal y de entrega total. "Entregarse no es quedarse pegado al otro sino hacerse cargo de uno mismo. Para bailar tango hacen falta dos personas que se complementen, que se entreguen en cada movimiento: una mujer que se deje llevar porque quiere y un hombre que la lleve por donde quiere ser llevada... Es comunión, pasión. El tango tiene códigos, figuras y combinaciones, pero cada pareja lo baila como lo siente. Por eso, en el baile espontáneo jamás se ven dos parejas bailando igual el mismo tema", explicó Posternak.
Adiós, tristeza
"¿Quién dijo que el tango es triste? Tendrá letras retro, lloronas o melancólicas, pero bailarlo es algo maravilloso: abstrae de todo, nos obliga a dejar de lado las angustias y nos transporta a un mundo mágico, donde todo es armonía, placer, bienestar. Bailar nos abre las puertas a nuevas relaciones sociales, a nuevos contactos. Nos sensibiliza, nos humaniza...", terció Roberto Kairuz, licenciado en Química y docente de la UNT. Hace varios meses sufrió un problema de salud y decidió tomar clases de tango como parte de la terapia. "El día que no bailo me pongo nervioso...", comentó mientras salía a la pista con una compañera elegida al azar. "A mi mujer le gusta bailar pero no viene porque es patadura...", añadió con picardía.
"Aquí bailan todos, van rotando de compañero. Yo me encargo de enseñarles el paso básico y las combinaciones. Luego en la pista aplican lo aprendido y arman las figuras. Cada pareja le da su impronta", comentó la profesora Romano.
Los bailarines admitieron que cada día se sienten "mejor física y anímicamente". Expresiones como "Nos renueva la vida", "Nos sentimos jóvenes", "Recobramos agilidad y equilibrio", "Nos hace bien al cuerpo, al corazón, a la mente y al espíritu..." son una constante. Así lo corroboraron Rosa Juárez, que trabaja como dama de compañía; Eduardo Barboza (jubilado); Silvia Pérez, ama de casa, que baila- para apoyar su tratamiento psicológico; Isabel Nicola, asidua concurrente a diferentes academias "para aprender distintos estilos" y Juan Carlos Origuella, empleado de comercio que apenas sale del trabajo se pone a practicar la danza ciudadana.
Los testimonios dan cuenta que el tango los transforma por fuera y por dentro. Y esta metamorfosis les va generando, a la vez, una nueva actitud para enfrentar el mundo y disfrutar de la vida, para sumar nuevos lazos sociales y amistades.
Evidencia científica
"Numerosos estudios con rigor científico mostraron que bailar tango mejora la salud en general. Se lo considera como un saludable deporte que armoniza el cuerpo y la vida de relación, brinda bienestar psíquico y seguridad en uno mismo. La Facultad de Medicina -inspirada en el programa Tango Salud, de Buenos Aires, y con apoyo de la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNT- abrió este espacio para luchar contra el sedentarismo y la obesidad y motivar a la gente a bailar para mejorar su salud", comentó RaquelLobo, docente de la Escuela de Enfermería de la UNT y coordinadora del programa "Cardiotango".
En el patio del Rectorado de la UNT, las parejas se funden en un abrazo al ritmo del 2 x 4. Con movimientos circulares y armónicos se entregan a ese "conjuro extraño de un amor hecho cadencia...", como reza El Choclo, tango de Enrique Santos Discépolo y Juan C. Marambio Catán que musicalizó Ángel Villoldo. Un puñado de hombres y mujeres concurre todos los martes y los jueves a las 20.30 al taller que dictan los profesores Julián Posternak y su esposa María Fernanda Romano.
Entre cruces, ocho, giros y quebradas dan rienda suelta a sus emociones. Es un momento de encuentro, de conexión con uno mismo y con el otro, de renuncia personal y de entrega total. "Entregarse no es quedarse pegado al otro sino hacerse cargo de uno mismo. Para bailar tango hacen falta dos personas que se complementen, que se entreguen en cada movimiento: una mujer que se deje llevar porque quiere y un hombre que la lleve por donde quiere ser llevada... Es comunión, pasión. El tango tiene códigos, figuras y combinaciones, pero cada pareja lo baila como lo siente. Por eso, en el baile espontáneo jamás se ven dos parejas bailando igual el mismo tema", explicó Posternak.
Adiós, tristeza
"¿Quién dijo que el tango es triste? Tendrá letras retro, lloronas o melancólicas, pero bailarlo es algo maravilloso: abstrae de todo, nos obliga a dejar de lado las angustias y nos transporta a un mundo mágico, donde todo es armonía, placer, bienestar. Bailar nos abre las puertas a nuevas relaciones sociales, a nuevos contactos. Nos sensibiliza, nos humaniza...", terció Roberto Kairuz, licenciado en Química y docente de la UNT. Hace varios meses sufrió un problema de salud y decidió tomar clases de tango como parte de la terapia. "El día que no bailo me pongo nervioso...", comentó mientras salía a la pista con una compañera elegida al azar. "A mi mujer le gusta bailar pero no viene porque es patadura...", añadió con picardía.
"Aquí bailan todos, van rotando de compañero. Yo me encargo de enseñarles el paso básico y las combinaciones. Luego en la pista aplican lo aprendido y arman las figuras. Cada pareja le da su impronta", comentó la profesora Romano.
Los bailarines admitieron que cada día se sienten "mejor física y anímicamente". Expresiones como "Nos renueva la vida", "Nos sentimos jóvenes", "Recobramos agilidad y equilibrio", "Nos hace bien al cuerpo, al corazón, a la mente y al espíritu..." son una constante. Así lo corroboraron Rosa Juárez, que trabaja como dama de compañía; Eduardo Barboza (jubilado); Silvia Pérez, ama de casa, que baila- para apoyar su tratamiento psicológico; Isabel Nicola, asidua concurrente a diferentes academias "para aprender distintos estilos" y Juan Carlos Origuella, empleado de comercio que apenas sale del trabajo se pone a practicar la danza ciudadana.
Los testimonios dan cuenta que el tango los transforma por fuera y por dentro. Y esta metamorfosis les va generando, a la vez, una nueva actitud para enfrentar el mundo y disfrutar de la vida, para sumar nuevos lazos sociales y amistades.
Evidencia científica
"Numerosos estudios con rigor científico mostraron que bailar tango mejora la salud en general. Se lo considera como un saludable deporte que armoniza el cuerpo y la vida de relación, brinda bienestar psíquico y seguridad en uno mismo. La Facultad de Medicina -inspirada en el programa Tango Salud, de Buenos Aires, y con apoyo de la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNT- abrió este espacio para luchar contra el sedentarismo y la obesidad y motivar a la gente a bailar para mejorar su salud", comentó RaquelLobo, docente de la Escuela de Enfermería de la UNT y coordinadora del programa "Cardiotango".
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