Por Federico Espósito
14 Enero 2013
Día de descanso. El menú del domingo no incluyó entradas triunfales con el puño en alto ni shows altamente convocantes, pero aún así los tucumanos volvieron a acudir por miles al complejo del Dakar instalado en la zona del hipódromo.
Los más ansiosos cayeron antes de las nueve de la mañana. Sin embargo, el aluvión se produjo después de las 11, cuando abrió sus puertas el Village. El área de entretenimiento volvió a ser un mundo de gente. Los stands tuvieron que trabajar sin pausa para responder a la insistencia de los que se empujaban para conseguir
algo, lo que fuera: calcomanías, llaveros, gorras o incluso meros folletos. Cualquier cosa con el logo del Dakar valía como recuerdo.
De hecho, esa fue la estratagema de Orlando Terranova para escapar de uno de los stands cerrados sin ser acosado: un grupo de promotoras cargadas de obsequios arrastró la marca y "Orly" salió caminando por un costado, de lo más tranquilo.
Dentro del hipódromo, en el centro del óvalo, la vida comenzó a florecer a media mañana, cuando los canales internacionales (Japón, Brasil, España y cientos más) comenzaron a transmitir entrevistas en vivo con los pilotos y a mostrar el interior de los campamentos. Arrancaron las conferencias de prensa, se intensificó el caudal humano entre los pasillos y la música llenó los espacios.
Mientras en la mayoría de los búnkers se trabajaba a destajo para poner los vehículos a punto, en otros, como el de Red Bull, la fiesta era completa: se organizó un gran asado en la carpa central, en donde las personas acreditadas podían comer, tomar sol, jugar tenis de mesa y sacarse fotos.
Por grande y mediática que sea la estructura que los acompañe, en el fondo los pilotos son personas como cualquiera y tienen necesidad de interactuar. Así fue que se vio a Giniel de Villers visitando la carpa de Nasser Al-Attiyah para preguntarle sobre su Buggy, o al mismo príncipe qatarí dándose una vuelta entre los camiones de Kamaz para conocerlos. Ese es el otro Dakar, el que no transmite ningún canal.
Los más ansiosos cayeron antes de las nueve de la mañana. Sin embargo, el aluvión se produjo después de las 11, cuando abrió sus puertas el Village. El área de entretenimiento volvió a ser un mundo de gente. Los stands tuvieron que trabajar sin pausa para responder a la insistencia de los que se empujaban para conseguir
algo, lo que fuera: calcomanías, llaveros, gorras o incluso meros folletos. Cualquier cosa con el logo del Dakar valía como recuerdo.
De hecho, esa fue la estratagema de Orlando Terranova para escapar de uno de los stands cerrados sin ser acosado: un grupo de promotoras cargadas de obsequios arrastró la marca y "Orly" salió caminando por un costado, de lo más tranquilo.
Dentro del hipódromo, en el centro del óvalo, la vida comenzó a florecer a media mañana, cuando los canales internacionales (Japón, Brasil, España y cientos más) comenzaron a transmitir entrevistas en vivo con los pilotos y a mostrar el interior de los campamentos. Arrancaron las conferencias de prensa, se intensificó el caudal humano entre los pasillos y la música llenó los espacios.
Mientras en la mayoría de los búnkers se trabajaba a destajo para poner los vehículos a punto, en otros, como el de Red Bull, la fiesta era completa: se organizó un gran asado en la carpa central, en donde las personas acreditadas podían comer, tomar sol, jugar tenis de mesa y sacarse fotos.
Por grande y mediática que sea la estructura que los acompañe, en el fondo los pilotos son personas como cualquiera y tienen necesidad de interactuar. Así fue que se vio a Giniel de Villers visitando la carpa de Nasser Al-Attiyah para preguntarle sobre su Buggy, o al mismo príncipe qatarí dándose una vuelta entre los camiones de Kamaz para conocerlos. Ese es el otro Dakar, el que no transmite ningún canal.
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