Hay que admitirlo: desde la partida de José Pekerman, las selecciones juveniles no son lo mismo. Aquellos petisos habilidosos, productivos y guapos que ganaban en Qatar, Malasia u Holanda se transformaron, con el paso de las generaciones, en petisos (una condición física que no cambia) cuya mayor habilidad consiste en tirarse en el área y pueden perder hasta de local.
El equipo de Marcelo Trobbiani no es la excepción. Tampoco es cuestión de pegar por pegar: los jugadores argentinos no son malos y cada uno hace su destino con mayor o menor éxito durante la temporada. Salvo Leandro Paredes, el chico de Boca, casi ninguneado por el entrenador argentino, no hay ninguna ausencia que represente una pérdida irreparable y todos tienen su convocatoria justificada. Sin embargo a la hora de los bifes nacionales no logran ser un equipo, algo que se repite en este tipo de torneos.
La madurez que tuvieron Chile y Paraguay, los dos primeros victimarios de Argentina en el inicio del Sudamericano, no parece tenerla Argentina y a menos que reaccione, se quedará afuera del Mundial en un torneo que ofrece todas las facilidades para hacerlo.