Por Roberto Espinosa
26 Diciembre 2012
Intimidad. Vehemencia. Poesía. Fuerza. Refinamiento. Introspección. Oscuridad. Sensibilidad. Luz. Pasión que quema. Urgencia. Quietud. Gotas de luna. Desesperación. Fuego. Se sumergen. Bucean. Laten en un piano de un mitad polaco, medio francés. El alma de Federico Chopin ha derrotado al tiempo. Vive todos los días en algún piano del mundo. Seguramente, le debe gustar despertar en el de Horacio Lavandera. Nacido en Buenos Aires en 1984 y radicado en España, el joven pianista recorre ocho obras de las más conocidas del polaco (la Balada en Sol menor, el Scherzo en Si bemol menor, el Estudio Revolucionario, el Preludio N° 16, la Sonata "Fúnebre", entre otras) desafían el talento del intérprete. Sonido limpio, articulación clara, expresividad, velocidad, precisión, construyen el arte de Lavandera, que parece haber encontrado tempranamente su lugar bajo el sol mayor.
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