El mejor domingo de todos

El mejor domingo de todos

Atlético recuperó la memoria, desplegó un juego de conjunto y le ganó bien al líder Olimpo.

LUCHADOR. Maidana pelea la tenencia de la pelota con Martínez. Y le gana. Jopo jugó un buen partido, pero le faltó el gol. LUCHADOR. Maidana pelea la tenencia de la pelota con Martínez. Y le gana. "Jopo" jugó un buen partido, pero le faltó el gol.
Desde Saturno llega una mensaje demoníaco. Gabriel entra en reversa, se deshace de la camiseta y mueve las pulgas. Agita el avispero con un golazo tan grande como plácido para este Atlético desconocido y muy bienvenido en 25 de Mayo y Chile. Los gestos iracundos de Méndez servirán hoy de postre a una sobremesa que hablará del partido del domingo, de su vaselina curtida sobre la raya izquierda pasando mitad de cancha. También del gran triunfo 2-0 a Olimpo. Y de lo merecido que fue.

Porque Atlético, con su legión de tucumanos en cancha, recuperó la memoria. No raspó la olla como si lo hizo en Mataderos, por eso los tres puntos fueron para el atrevido, el osado, el aguerrido, el efectivo. Todo eso conjugó el "decano" en su conjunto. No le importó bailar con la más fea, con la chica de tapa de la divisional. Atlético se le paró de igual a igual al Nº 1 y lo dejó con las manos vacías.

Es más, ni se inmutó cuando Bou quiso gambetear junto al resto de sus amigos habilidosos. Tampoco sintió temor a sus propios espasmos de desequilibrio, porque esas patinadas terminaron resolviéndose sobre la marcha. El pase al error no era el lugar común que venía vistiendo la verba de la zaga. Los defensores defendieron todo. Hasta se defendieron de ellos mismos con tal de terminar el día en cero contra el cuco de la categoría.

Esa buena línea se acopló a todo el grupo. Hasta la suerte tocó la puerta segundos después del intento de Luis Miguel. Rodríguez cantó gol. El bombazo de "Señor Simoca" chocó en la humanidad del pelado Furios dándole un efecto devastador. Voló y cayó como un meteorito dentro del un arco del adelantado Champagne.

El 1-0 no decía la verdad, no traducía en el marcador quién era el mejor. Entonces, y después de que la platea sufriera más de lo debido sin necesidad, Méndez cerró la cuenta con su obra de arte. Galíndez rechazó un córner a los pies del volante, y el volante se encargó del resto. De correr en soledad, de enterrar a un Olimpo que todavía no sabe contra qué chocó.


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