11 Noviembre 2012
Con "Rayuela" (1963) llegan la consagración y la relevancia pública. Julio Cortázar (1914-1984) ya no volverá a caminar por la calle y por la vida sin que sus pasos sean observados y escrutados. Como reacción a esa exposición no buscada, profundiza su reclusión en París, donde dice que tiene su propia versión de Argentina. Tras cada visita a Buenos Aires deja un reguero de ruidos que, por un lado, lo aturden y, por el otro, confirman la necesidad de la distancia.
Ese Cortázar célebre y reacio a las entrevistas, que afirmaba que jamás asistiría a la presentación de sus libros porque creía que estos debían abrirse sendero por sí mismos, escribe cada día mejor. Así surge del comentario sobre "Historias de Cronopios y de Famas" (1962) que la sección literaria dirigida por Daniel Alberto Dessein publica en LA GACETA del domingo 25 de agosto de 1963. Raúl Gustavo Aguirre, firmante del texto, dice: "no es usual en estos tiempos encontrarse con un escritor argentino que conserva el buen humor sin que eso suponga a la vez el estado celestial. Aunque no deja de ser significativo el hecho de que fueron compuestas fuera del país, entre 1952 y 1959, estas más o menos setenta 'historias' (brevísimas, inteligentes, extraordinariamente bien escritas) del autor de 'Las armas secretas' (1959) y 'Los premios' (1960) tienen ese insólito denominador común: el humor".
Aguirre matiza luego: "sería fácil tratar de superficial a este libro, hacerle todos los reproches que se pueden dirigir a la indudable línea de donde procede (el Borges-Bioy Casares de 'Cuentos breves y extraordinarios'); decir, por lo tanto, que es literatura de ajedrez intelectual, entretenida pero no trascendente, etcétera. Pero sería injusto intentarlo con un libro que uno devora que da gusto, que nos hace reír y que, de alguna manera, tiene más calor humano que sus antecesores".
La memoria nos teje
Siete meses después, el 1 de marzo de 1964, la misma sección entrega a los lectores un análisis meduloso de "Rayuela", novela cuya aparición conmueve el panorama literario. "Cortázar y el fin de la aventura" (foto), titula Roberto J. García a una colaboración que afirma que, cuando una narrativa toca los extremos de "Rayuela", se hace necesario observar con detenimiento el proceso que culmina en esa obra.
"Este lúcido suicida (Julio Cortázar) no es tal, sino un valioso índice de época. Y a este siglo XX lleno de caminos potenciales y de sendas abandonadas no lo definen las formas, sino la ausencia de una fe capaz de sostener esas formas. Pienso que es allí donde se inserta el pensamiento generador de Cortázar, en la intuición del fin de una aventura espiritual que se muestra en plenitud en 'Rayuela'. Leyendo sus libros, ficciones que transcurren entre riberas de fantasía y sueño que sólo tocan la realidad para darla vuelta y exponerla en su absurdo vacío, he sentido esa búsqueda afanosa de una verdad que pueda elevarse por encima de todas las verdades menoscabadas", advierte García. Y añade: "Cortázar logra adecuar la novela a una función de medio, no ya como un fin en sí misma. En último término, el escritor trata de crear la convicción de que cada lector, cada ser, es el más vívido, el más importante de los personajes-actores posibles o, lo que es lo mismo, y dicho de un modo necesariamente metafórico, de trasladar el mundo cerrado de la novela al orden abierto y universal de la poesía".
Dos años más tarde, el domingo 11 de septiembre de 1966, Cortázar "se comunica" directamente con los lectores de LA GACETA por medio de "Acerca de la manera de viajar de Atenas a Cabo Sunion", colaboración incluida, otra vez, en la página literaria que dirige Dessein. El maestro, que en ese instante disfruta de una formidable plenitud intelectual e ideológica, juega a ensanchar el significado oculto de las palabras y los signos de puntuación: "la memoria nos teje y atrapa a la vez con arreglo a un esquema del que no se participa lúcidamente; jamás deberíamos hablar de nuestra memoria porque, si algo tiene, es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o, quizá, nos engaña para ayudarnos".
Ese Cortázar célebre y reacio a las entrevistas, que afirmaba que jamás asistiría a la presentación de sus libros porque creía que estos debían abrirse sendero por sí mismos, escribe cada día mejor. Así surge del comentario sobre "Historias de Cronopios y de Famas" (1962) que la sección literaria dirigida por Daniel Alberto Dessein publica en LA GACETA del domingo 25 de agosto de 1963. Raúl Gustavo Aguirre, firmante del texto, dice: "no es usual en estos tiempos encontrarse con un escritor argentino que conserva el buen humor sin que eso suponga a la vez el estado celestial. Aunque no deja de ser significativo el hecho de que fueron compuestas fuera del país, entre 1952 y 1959, estas más o menos setenta 'historias' (brevísimas, inteligentes, extraordinariamente bien escritas) del autor de 'Las armas secretas' (1959) y 'Los premios' (1960) tienen ese insólito denominador común: el humor".
Aguirre matiza luego: "sería fácil tratar de superficial a este libro, hacerle todos los reproches que se pueden dirigir a la indudable línea de donde procede (el Borges-Bioy Casares de 'Cuentos breves y extraordinarios'); decir, por lo tanto, que es literatura de ajedrez intelectual, entretenida pero no trascendente, etcétera. Pero sería injusto intentarlo con un libro que uno devora que da gusto, que nos hace reír y que, de alguna manera, tiene más calor humano que sus antecesores".
La memoria nos teje
Siete meses después, el 1 de marzo de 1964, la misma sección entrega a los lectores un análisis meduloso de "Rayuela", novela cuya aparición conmueve el panorama literario. "Cortázar y el fin de la aventura" (foto), titula Roberto J. García a una colaboración que afirma que, cuando una narrativa toca los extremos de "Rayuela", se hace necesario observar con detenimiento el proceso que culmina en esa obra.
"Este lúcido suicida (Julio Cortázar) no es tal, sino un valioso índice de época. Y a este siglo XX lleno de caminos potenciales y de sendas abandonadas no lo definen las formas, sino la ausencia de una fe capaz de sostener esas formas. Pienso que es allí donde se inserta el pensamiento generador de Cortázar, en la intuición del fin de una aventura espiritual que se muestra en plenitud en 'Rayuela'. Leyendo sus libros, ficciones que transcurren entre riberas de fantasía y sueño que sólo tocan la realidad para darla vuelta y exponerla en su absurdo vacío, he sentido esa búsqueda afanosa de una verdad que pueda elevarse por encima de todas las verdades menoscabadas", advierte García. Y añade: "Cortázar logra adecuar la novela a una función de medio, no ya como un fin en sí misma. En último término, el escritor trata de crear la convicción de que cada lector, cada ser, es el más vívido, el más importante de los personajes-actores posibles o, lo que es lo mismo, y dicho de un modo necesariamente metafórico, de trasladar el mundo cerrado de la novela al orden abierto y universal de la poesía".
Dos años más tarde, el domingo 11 de septiembre de 1966, Cortázar "se comunica" directamente con los lectores de LA GACETA por medio de "Acerca de la manera de viajar de Atenas a Cabo Sunion", colaboración incluida, otra vez, en la página literaria que dirige Dessein. El maestro, que en ese instante disfruta de una formidable plenitud intelectual e ideológica, juega a ensanchar el significado oculto de las palabras y los signos de puntuación: "la memoria nos teje y atrapa a la vez con arreglo a un esquema del que no se participa lúcidamente; jamás deberíamos hablar de nuestra memoria porque, si algo tiene, es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o, quizá, nos engaña para ayudarnos".
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