07 Noviembre 2012
WASHINGTON - El sueño de Mitt Romney de ocupar la presidencia de Estados Unidos quedó hoy hecho trizas. No había acabado aún el recuento de votos cuando el republicano debió bajar cabeza ante lo inevitable y felicitar a su rival, Barack Obama.
Para Romney la derrota es tanto más amarga al haber creído hasta el final que la victoria era posible. El mismo día de las elecciones había encuestas que lo situaban por encima del demócrata.
Entusiasmado ante la posible victoria, su equipo planeaba desde hacía semanas el ingreso en la Casa Blanca, sostenía encuentros con personalidades relevantes, ideaba borradores de ley.
Ahora no queda más que enfrentar la dura noticia al despertar de aquel sueño: no habrá gobierno de Willard Mitt Romney. No será así ni en los próximos cuatro años ni probablemente nunca. La visión que presentó el político para el futuro del país podría pasar más bien a ser una nota al pie en los libros de historia.
El ex gobernador de Massachusetts trabajó durante siete años con un único objetivo: ser el hombre más poderoso del mundo. En 2008 fracasó en las primarias republicanas. Pero aprendió, y en el segundo intento no dio oportunidad a competidores poco talentosos dentro de las filas de su propio partido.
Este año, en el duelo decisivo contra el actual mandatario Obama, dio a muchos una gran sorpresa: pasó de su tibia sonrisa a mostrarse como un verdadero contrincante, como un político que merecía medirse con quien había ocupado la presidencia durante los últimos cuatro años.
Su campaña incluso se vio impulsada por la mala situación económica que atravesaba el país, los niveles de popularidad más bien bajos de los que gozaba Obama y los problemas en materia de política exterior del gobierno.
Pero entonces, ¿por qué cayó en estas elecciones? Es posible que el "Grand Old Party" le eche toda la culpa a su candidato y le ponga la etiqueta de gran fracaso. De hecho, muchos conservadores no lograron defender encendidamente a "Mitt el moderado". Y eso que intentó mostrar también una imagen radical.
Los seguidores clásicos jamás lo abandonaron: contaba con total respaldo entre los jubilados, los creyentes, personas que poseían armas o vivían en los suburbios. Pero la influencia de este sector no hace más que decrecer: actualmente los votantes blancos sólo representan el 70 por ciento. Hace 20 años, eran un 90 por ciento.
Obama dijo hace algunas semanas: si Romney pierde, será porque no logró conectar con "el grupo demográfico que crece más rápidamente en el país: los latinos".
A eso se sumó que los republicanos se ganaron la ira de muchos al exponer abiertamente sus posturas conservadoras en materia de anticoncepción y de aborto. Por no hablar de qué opinan de los homosexuales. La actual situación es tal que el analista John Hudak, del instituto de investigaciones Brookings, advierte que el partido no puede dar, en ningún caso, una vuelta de timón hacia la derecha.
Para frenar la racha decreciente, la agrupación deberá "hacer frente a la realidad de una sociedad en proceso de cambio".
Sin embargo, no todas son cuestiones estructurales. También se cometieron errores personales. Romney llevó adelante una campaña de una puntillosidad casi forzosa, diciendo exactamente lo que querían oír sus votantes. "Como candidato, variaba de postura, alternaba sus mensajes y cambiaba según le conviniera en el momento", criticó el "Detroit Free Press", un periódico de su ciudad natal.
De hecho, muchos votantes no lograron saber exactamente cuál era su postura en materia de aborto, de cambio climático, de matrimonio gay y en algunos aspectos sociales.
Anunció que crearía 12 millones de puestos de trabajo, pero no dijo qué haría diferente de Obama para lograrlo.
Prometió reducir los impuestos, pero no perdió ni un minuto explicando cómo pensaba financiar la pérdida de 5.000 millones de dólares. "Romney vive en una nube si cree que eso se logra únicamente con recortes", opinó en su momento "The Economist".
Además, Romney empeoró su imagen de millonario desalmado al dar ciertos traspiés retóricos. El video tomado clandestinamente en el que habla delante de acaudalados donantes y les asegura que un 47 por ciento de los votantes no son más que parásitos sociales podría pasar a la historia.
Ese traspié fue tanto más estrepitoso cuando, poco después y en contra de su voluntad, Romney hizo públicas sus declaraciones impositivas y quedó en evidencia: pagaba proporcionalmente menos impuestos que un ciudadano medio.
Cuando faltaba tan sólo una semana para las elecciones llegó la tormenta "Sandy" a la costa este del país y el presidente Obama logró alzarse como gran gestor de la crisis. Allí posiblemente acabaron las posibilidades de Romney. (DPA)
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