Lo rodea el cemento: casas con fachadas en tonos grises, calles pavimentadas, tendido eléctrico frondoso, mucho hierro, ladrillo y arena. El calor sofoca. Pero al entrar al hogar de Carlos Sergio Bordier el paisaje de La Ciudadela cambia rotundamente. A un lado de la puerta de entrada reciben a los visitantes unos 15 árboles que parecen sacados de las ilustraciones de los cuentos de hadas. Son pequeños, de formas perfectas y de algunos caen flores o moras minúsculas que animan a los sorprendidos y curiosos a saborearlas. ¡Son reales e igual de dulces que las más grandes!
Al otro costado, un largo pasillo conduce a un fondo exuberante y a la vez irreal: diminutos árboles formaron un ambiente húmedo, fresco, como un pequeño oasis selvático, de madera y de tierra. Se trata de la pasión de un hombre que abandonó el oficio de chapista para convertirse en creador y en artista. Desde hace 10 años, Carlos dedica todos los días de su vida a cultivar bonsáis ("bon" significa recipiente o bandeja y "sai" árbol o planta). El bonsaísmo es un arte que reduce el tamaño de un ejemplar por medio de técnicas como el trasplante, la poda, el alambrado y el modelando, entre otras. Para ello se necesitan tiempo y paciencia.
"Hace 18 años vi por primera vez en la revista 'Selecciones' un bonsái. Quedé encantado. Quería saber más. Entonces me dediqué ocho años a estudiar, leer mucho e ir a conferencias. Hasta que vino a Tucumán la entonces presidenta de la Asociación Bonsáista Argentina, que me terminó ofreciendo un curso para mi solo", relató Bordier (65 años) a LA GACETA.
Pero sus manos no solo se habían dedicado a la chapa. Cuando Carlos atravesaba su adolescencia trabajaba en los ratos libres en el jardín familiar. Le gustaba ver crecer las plantas y las flores. Luego pensó que podía vivir de eso y empezó a vender césped. Mientras, construyó su propia casa, donde luego recibió a su esposa y a sus tres hijos. Hoy vive solo; sus hijos ya formaron sus familias y su mujer murió hace varios años.
"Lo que me apasionó fue como un árbol gigante puede ser también pequeño. Y a eso lo puedo hacer con mis manos. ¿Quién podría tener tantos ejemplares en un espacio tan reducido como este fondo si no fuera por esta técnica? Necesitarías varias hectáreas", reflexionó Bordier, mientras caminaba por los estrechos senderos de tierra húmeda entre los 400 ejemplares -o quizás más- que posee en su casa.
Carlos tiene una rutina que se repite todos los días de su vida: se levanta a las 6, riega los bonsáis y así comienza a trabajar en ellos. Los transplanta, los poda, les da la forma que quiere. Él aclara que los pequeños árboles necesitan cuidado constante: se los debe regar por la mañana y por la tarde cuando las temperaturas superan los 30 grados. El lugar apropiado para situarlos debe ser húmedo, con sol (no debe ser directo entre las 10 y las 18), con aire para que la planta no se asfixie y nunca tiene que estar en el interior del hogar. Por esa asistencia constante que requieren, Carlos decidió también crear una guardería: cuando sus clientes se van de vacaciones le dejan los árboles a su cuidado.
Por otra parte, explica que para hacer un bonsái primero se necesita una semilla o una estaca (rama). Con la primera se tarda como siete años para trasplantarlo a una vasija o a una maceta. Y con la segunda, las raíces están listas para mudarse a los tres o cuatro años. "Me pasé noches enteras, después de tormentas como la de del sábado, buscando ramas de los árboles caídos, y luego los transformé en bonsáis. Es el momento ideal para trabajar con ellos, porque la temperatura es baja y esos trozos están húmedos", explicó. Luego, hay que tener en cuenta los 16 estilos para darle forma. Entre ellos se encuentran el "enraizado en piedra", "en cascada", "erecto", "erecto inclinado" o "padre e hijo" (dos ejemplares juntos). También se deben tejer las ramas con hilos, sujetándolos de las macetas o de otras ramas, hasta que se lignifiquen (endurezcan sus extensiones). "A veces no sigo las reglas y hago lo que quiero, lo que siento, lo que me manda mi imaginación", aclara.
El legado
Los primeros en cultivar bonsáis fueron los chinos. Para ellos eran un símbolo de eternidad y consideraban este arte como una actividad espiritual gratificante, que se transmitía de generación en generación. Carlos Bordier lo vive de la misma manera y sueña con que sus nietos -Jesús, Tomás o Bautista- reciban su herencia. Ese legado que le trajo armonía y un contacto permanente con la naturaleza.
Formas y especies
En piedra:Duranta negra
El ejemplar fue enraizado entre las fisuras de la roca. Es uno de los estilos para formar un bonsái.
En laja: Duranta negra
La duranta es una especie que se utiliza para parquizar y reúne buenas características para ser un excelente bonsái.
Clásico tucumano
"Los tucumanos piden árboles que conocen, y que ven a diario. Es decir, jacarandá, lapacho, tarco, entre otros. El ombú (foto) o el palo borracho son los más solicitados también porque tienen un tronco vistoso, como este ejemplar de siete años".
El favorito
"Se trata de un ejemplar de Eugenia, un tipo de planta con flor. Este bonsái tiene cerca de 16 años, y se lo ubicó en maceta. Es uno de los más buscados porque tiene muchas flores en primavera -sus pimpollos están a punto de abrirse- y muchas hojas verdes".
Aralia de 45 años
"Era de una familia que se mudaba. Lo traje a casa y lo recuperé. Hace cuatro años que está conmigo".
Tres troncos: Portulacaria
Sus hojas son gordas y carnosas, con un contorno redondeado, por ello se la llama también moneda.