"Obligarnos a aprobar a los alumnos, sepan o no, es violento para nosotros y para el chico"

"Obligarnos a aprobar a los alumnos, sepan o no, es violento para nosotros y para el chico"

Lo afirma uno de los docentes que participó en la convocatoria. "Pero si lo planteás te dicen: '¡vos no entendés la escuela inclusiva!'", acotó una colega. Todos sostienen que las agresiones entre alumnos y maestros son recíprocas; y que se atacan los docentes entre sí como los compañeros lo hacen unos a otros. También cuestionan ciertas medidas del Gobierno. Lo positivo: enfatizan que hay solución.

26 Octubre 2012
Una escuela que no quiere mirar. O prefiere esconder. Docentes que no encuentran la respuesta adecuada. O chocan contra las contradicciones de un sistema incomprensible. Alumnos que parecieran vivir en un mundo hecho de otras reglas. O que responden a un modelo ajeno al de los adultos. Ese es el panorama que ofrecieron cuatro docentes durante un debate -realizado en LA GACETA- sobre el problema de la violencia en la escuela. Liliana Grassia, maestra de sexto grado de la escuela Rivadavia, considera que la institución no es violenta, sino que todos sus actores -docentes, alumnos, autoridades- llevan la violencia al establecimiento. Sebastián Solís, profesor de Historia de la secundaria General Arenales, de Cruz Alta, afirma: "la violencia circula en la escuela, y ha crecido en cantidad e intensidad porque lo ha hecho en toda la sociedad; la escuela refleja la violencia social". A su criterio, esta se origina en la frustración. "El sistema manda un discurso único sobre el éxito: dinero y fama, pero ese mismo sistema les quita a los chicos y a sus padres la capacidad de consumir. Y la sociedad toda ha ido perdiendo la capacidad de enfrentar la frustración", explica. Silvia Bono, psicopedagoga que se desempeña en escuelas públicas y privadas, descree del concepto de que hay chicos violentos porque provienen de hogares pobres e incultos. "La violencia tiene un origen multicausal", dice. Pero lo que le parece más terrible es que al sistema educativo le molesta la palabra violencia. Freddy Bazán, formador de futuros docentes como profesor de Ética de la escuela de Comercio de Monteros y de los IES de Monteros y de Villa Quinteros, apunta a la pérdida de valores. "Se cree que el quinto mandamiento, 'no matarás', se refiere solo a no pegarle un tiro a alguien. Pero hay otras formas de matar, como la calumnia, la burla y la discriminación", sostuvo.

"No hay proyecto"

Solís describe: "los chicos dicen 'a mí nadie me va a pasar por encima', y se la agarran con el compañero del banco, que es quien tienen a mano. Pero ya lo pasó por encima la empresa que dejó sin trabajo a su papá o el dealer que le vende droga al hermano. Los padres no encuentran otra forma de ser padres más que enfrentándose en la escuela. Los docentes confrontan con los chicos porque no pueden enseñar. Hoy es difícil reconocerse en el otro, encontrar un modo de dirigir la vida con el otro y no contra el otro; hoy no hay proyecto".

Grassia vuelve al ámbito de la escuela y admite que la responsabilidad de la violencia les cabe a todos, desde el Ministerio hasta los alumnos, pasando por supervisores, directores, docentes y padres. "Se habla mucho de los derechos de los niños pero todo derecho conlleva un deber", sentencia. En tanto, Bono insiste en la necesidad de que las instituciones educativas abran los ojos: "si no aceptamos el problema no podemos hacer un diagnóstico, y sin diagnóstico no se puede buscar soluciones. Falta compromiso. Que alguien se atreva a decir 'esto está sucio'. En ese sentido, el sistema educativo es perverso".

Solís aporta como ejemplo: "obligarnos a aprobar a los alumnos, sepan o no, es violento para nosotros y para el chico que necesita repetir. Y acota Silvia: "pero si lo planteás te dicen: '¡vos no entendés la escuela inclusiva!'. Pero inclusión significa adaptación, y un chico que no aprende no puede adaptarse".

Voluntad de cambio

Pareciera que no hay salida. Pero no es así. En Tucumán hay voluntad de hacer cosas, aunque no esté muy claro qué, para no continuar viviendo -y sufriendo- a diario distintas situaciones de violencia.

"A la escuela no le pueden pedir que resuelva el problema de la violencia", se apresura a decir Sebastián, y añade medio en broma y medio en serio: "estoy cansado de ser el culpable..." No obstante, propone: "hay que tratar de ver otros modelos, que no sean como el actual, hacer gimnasias colectivas para buscar respuestas, y exigir que en cada escuela haya profesionales de la salud".

Freddy prefiere actuar en la órbita de lo que depende de él. "Algo podemos hacer. Que al menos de cada uno de nosotros, docentes, se diga que no fomentamos la violencia. ¿Qué necesidad hay, por ejemplo, de reforzarle a un chico lo que ya escucha en la casa, diciéndole que es tonto o incapaz?", reflexiona.

"Tenemos que buscar otras estrategias. Pero no sé cómo se puede hacer eso cuando hoy el docente también hace de psicólogo, y en las escuelas donde hay comedores tiene que servir la comida. ¿Cuántas veces un maestro habrá lavado el delantal de un alumno porque se había ensuciado? Hacemos de padres también, además de enseñar", advierte Liliana.

¿Y el alumno?

"Mientras la educación no sea más que propaganda, con esto de los 190 días de clases o la repitencia cero, lo único que queda claro es que importa mostrar un buen balance. El chico, el alumno, no importa", dispara Sebastián. Y Freddy le responde: "lo mismo tenemos que preguntarnos nosotros: ¿de verdad nos interesan los chicos?". "Creo que sí. Que hay muchos docentes que valen la pena nadando contracorriente en un sistema educativo que los apalea", replica el profesor de Historia.

Liliana cierra: "es verdad que el docente tiene resistencia a quedarse más horas en la escuela, pero cuando ve que se trata de algo bueno, que lo va a favorecer a él y al alumno, le cuesta empezar, pero cuando lo hace se entrega".

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