30 Septiembre 2012
El mejor lugar para integrar es el jardín de infantes. En la vida nos igualamos cuando somos niños y cuando llegamos a viejos. En la adolescencia y la juventud surgen las diferencias, de acuerdo a nuestra capacidades y habilidades, a nuestros esfuerzos individuales. El Estado garantiza que todos tengan las mismas posibilidades, pero llegar a las metas depende de cada uno. Cuando hay un déficit o alguna discapacidad, hay que adecuar los métodos, las herramientas, las técnicas, las currículas, para que, quienes carecen de esas capacidades puedan tener una mejor calidad de vida, y una formación integral. Lo importancia de la educación se potencializa en estos casos. Es un desafío. Lo importante es que cuando el déficit es intelectual, esas posibilidades son mínimas, y hay que trabajar para que no desaparezcan. Me refiero a que las instituciones educativas, estatales y privadas, no generen expectativas y prometan aquello que no va a suceder. Como maestra integradora, con más de 30 años en esta profesión, he sido testigo de muchos fracasos: de escuelas que hicieron integración y que certificaron un nivel primario, cuando los niños no sabían siquiera poner su nombre. La mejor ayuda de los padres es que tomen conciencia. La mayoría de los chicos con discapacidad intelectual no pueden certificar estudios secundarios ni hacer integración, salvo en algunas materias como Lengua. Pero ¿qué sucederá con Inglés, Física, Química o Matemáticas? El jardín socializa, la primaria, alfabetiza, y la secundaria integral especial se bifurca en tantos caminos como posibilidades tengan los chicos. ¿Por qué hacerles perder tiempo? La clave es la estimulación temprana: a muchos niños de zonas calificadas por debajo de los índices de pobreza, les ha faltado ese incentivo en los primeros años de vida; y al no recibir lo que todo ser humano necesita, se vuelven débiles mentales.
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