02 Septiembre 2012
El actual gobierno tiene una enorme habilidad para instalar en la opinión pública (y luego convertir en ley, por imperio de mayorías parlamentarias propias y circunstanciales) temas que generan adhesiones y rechazos casi en iguales proporciones.
Nos estamos refiriendo al proyecto de reducir a 16 años edad para votar, propuesta que ha sido rechazada por algunos sectores con argumentos como "los jóvenes a esa edad no tienen suficiente madurez", "todavía no completaron su formación secundaria y los contenidos referidos a sus derechos cívicos", "estamos obligándolos a tomar decisiones trascendentes cuando todavía no están preparados para ello…"
Confianza
En lo personal, no tengo reparos a esta ampliación de la edad para la participación ciudadana: madre de cuatro hijos y docente universitaria desde hace más de 30 años en carreras vinculadas al derecho y a la ciencia política, me dan el privilegio de una prédica permanente: necesitamos más participación, más compromiso cívico, más responsabilidad ciudadana. Confío en ellos y me han dado muestras concretas de lo mucho y bueno que son capaces de hacer.
Generosidad
Un repaso de nuestra legislación electoral nos indica que estamos transitando el camino de la democratización del sufragio: el voto recién se hizo obligatorio a partir de 1912 con la Ley Saénz Peña y se hizo realmente universal con la aprobación del voto femenino en 1947. El cupo femenino, en los 90, vino a "obligar" a las mujeres a postularse a cargo electivos.
Hoy podríamos calificarnos como un país generoso en el reconocimiento al derecho de votar: a pesar de que los tratados de derecho humanos permiten su restricción por razones de instrucción, en Argentina votan incluso los analfabetos, con sistema de votación de boleta escrita.
Si hemos decidido que esos votos son válidos (cuando no tenemos explicación de cómo se deciden, en la soledad de un cuarto oscuro, las opciones por partidos o candidatos cuyo nombre impreso no saben "leer") ¿cómo no permitir que un jóven de 16 años, a punto de decidir quizá su carrera universitaria o su oficio, elija responsablemente quien lo va a gobernar?
Propusimos, incluso, la obligatoriedad del "cupo jóven" en las listas partidistas, para asegurar la representación de ese sector a los que muchos partidos se resisten a dar espacios.
Una vez más la generalización (son inmaduros) y la simplificación (es un proyecto oportunista para lograr la re-reelección) nos impiden profundizar en lo más importante: que más votantes también pueden ser mejores votantes, si jóvenes y mayores tomamos verdadera conciencia de la enorme trascendencia de elegir a nuestro representantes. Para eso están la familia, la escuela, los partidos políticos.
Trascendencia
Puedo pecar de políticamente ingenua cuando hago esta reflexión. De lo que seguro no voy a pecar es de quedar entrampada en la simplificación de estar a favor o en contra sólo en función de quién lo propone.
La eventual reforma constitucional y la eventual re-reelección tan temidos por la oposición, necesitan de los votantes. Votantes jóvenes y adultos que -confío- sabrán hacerlo con la convicción, la información y la preparación que requieren los actos trascendentes de nuestra vida. Votar es uno de ellos. De los pocos que nos exige una democracia representativa, donde se decide quienes se encargarán de gestionar el Estado mientras nosotros volvemos a gestionar nuestras vidas.
Nos estamos refiriendo al proyecto de reducir a 16 años edad para votar, propuesta que ha sido rechazada por algunos sectores con argumentos como "los jóvenes a esa edad no tienen suficiente madurez", "todavía no completaron su formación secundaria y los contenidos referidos a sus derechos cívicos", "estamos obligándolos a tomar decisiones trascendentes cuando todavía no están preparados para ello…"
Confianza
En lo personal, no tengo reparos a esta ampliación de la edad para la participación ciudadana: madre de cuatro hijos y docente universitaria desde hace más de 30 años en carreras vinculadas al derecho y a la ciencia política, me dan el privilegio de una prédica permanente: necesitamos más participación, más compromiso cívico, más responsabilidad ciudadana. Confío en ellos y me han dado muestras concretas de lo mucho y bueno que son capaces de hacer.
Generosidad
Un repaso de nuestra legislación electoral nos indica que estamos transitando el camino de la democratización del sufragio: el voto recién se hizo obligatorio a partir de 1912 con la Ley Saénz Peña y se hizo realmente universal con la aprobación del voto femenino en 1947. El cupo femenino, en los 90, vino a "obligar" a las mujeres a postularse a cargo electivos.
Hoy podríamos calificarnos como un país generoso en el reconocimiento al derecho de votar: a pesar de que los tratados de derecho humanos permiten su restricción por razones de instrucción, en Argentina votan incluso los analfabetos, con sistema de votación de boleta escrita.
Si hemos decidido que esos votos son válidos (cuando no tenemos explicación de cómo se deciden, en la soledad de un cuarto oscuro, las opciones por partidos o candidatos cuyo nombre impreso no saben "leer") ¿cómo no permitir que un jóven de 16 años, a punto de decidir quizá su carrera universitaria o su oficio, elija responsablemente quien lo va a gobernar?
Propusimos, incluso, la obligatoriedad del "cupo jóven" en las listas partidistas, para asegurar la representación de ese sector a los que muchos partidos se resisten a dar espacios.
Una vez más la generalización (son inmaduros) y la simplificación (es un proyecto oportunista para lograr la re-reelección) nos impiden profundizar en lo más importante: que más votantes también pueden ser mejores votantes, si jóvenes y mayores tomamos verdadera conciencia de la enorme trascendencia de elegir a nuestro representantes. Para eso están la familia, la escuela, los partidos políticos.
Trascendencia
Puedo pecar de políticamente ingenua cuando hago esta reflexión. De lo que seguro no voy a pecar es de quedar entrampada en la simplificación de estar a favor o en contra sólo en función de quién lo propone.
La eventual reforma constitucional y la eventual re-reelección tan temidos por la oposición, necesitan de los votantes. Votantes jóvenes y adultos que -confío- sabrán hacerlo con la convicción, la información y la preparación que requieren los actos trascendentes de nuestra vida. Votar es uno de ellos. De los pocos que nos exige una democracia representativa, donde se decide quienes se encargarán de gestionar el Estado mientras nosotros volvemos a gestionar nuestras vidas.
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