26 Agosto 2012
El incumplimiento sistemático de las normas y la pronunciada tendencia a la ilegalidad como características del comportamiento social colectivo en Argentina, ha sido analizado por Carlos Nino, prestigioso jurista nacional, hace 20 años.
Esa anomia, caracterizada por Nino como un incumplimiento individual y egoísta en búsqueda del beneficio individual, implica en realidad una anomia "boba", ya que la ilegalidad generalizada a la que conduce genera situaciones sociales altamente ineficaces en las que todos resultan perjudicados. Y esa anomia "boba" de comportamientos colectivos ineficientes adquiere una evidencia pasmosa cuando se trata de analizar el tránsito de nuestra ciudad, en donde la única norma que parece regular el desplazamiento vehicular es la fuerza de los actores involucrados.
La anomia del tránsito pretende trasladarse ahora a los pasillos institucionales buscando exenciones y favores, esperando que la legalidad administrativa quepa mejor en los intereses individuales, y no en los intereses sociales protegidos por la regulación del tránsito y sus faltas.
La acumulación de pedidos de eximición frente a sanciones legítimamente impuestas y el intento de eludir su cumplimiento es el caldo de cultivo para un intercambio espurio de favores que implica perpetuar la ineficiencia del sistema de controles.
El peligro de estas prácticas es que nos conducen a una mayor ineficiencia, en cuyos pliegues pueden ocultarse mejor la ilegalidad y la arbitrariedad.
El desprecio por el Estado de Derecho, parece ser una constante que se arrastra en nuestra cultura desde el célebre "se acata pero no se cumple".
Para que el tránsito deje de ser el cementerio de nuestros derechos y libertades y para terminar con el entronizamiento de la ilegalidad consumada por la fuerza del portador del vehículo de mayor volumen, es indispensable restablecer los lazos de solidaridad y responsabilidad que hacen al entramado social: quien incumple, debe asumir las consecuencias de su incumplimiento.
Para superar la disfuncionalidad colectiva a que nos conduce la anomia boba de nuestra vida comunitaria, debemos recuperar el sentido profundo que implica acatar las normas, comprometerse con su cumplimiento efectivo y deberse a un Estado de Derecho que aspire a regular, con sentido útil, la convivencia social.
Esa anomia, caracterizada por Nino como un incumplimiento individual y egoísta en búsqueda del beneficio individual, implica en realidad una anomia "boba", ya que la ilegalidad generalizada a la que conduce genera situaciones sociales altamente ineficaces en las que todos resultan perjudicados. Y esa anomia "boba" de comportamientos colectivos ineficientes adquiere una evidencia pasmosa cuando se trata de analizar el tránsito de nuestra ciudad, en donde la única norma que parece regular el desplazamiento vehicular es la fuerza de los actores involucrados.
La anomia del tránsito pretende trasladarse ahora a los pasillos institucionales buscando exenciones y favores, esperando que la legalidad administrativa quepa mejor en los intereses individuales, y no en los intereses sociales protegidos por la regulación del tránsito y sus faltas.
La acumulación de pedidos de eximición frente a sanciones legítimamente impuestas y el intento de eludir su cumplimiento es el caldo de cultivo para un intercambio espurio de favores que implica perpetuar la ineficiencia del sistema de controles.
El peligro de estas prácticas es que nos conducen a una mayor ineficiencia, en cuyos pliegues pueden ocultarse mejor la ilegalidad y la arbitrariedad.
El desprecio por el Estado de Derecho, parece ser una constante que se arrastra en nuestra cultura desde el célebre "se acata pero no se cumple".
Para que el tránsito deje de ser el cementerio de nuestros derechos y libertades y para terminar con el entronizamiento de la ilegalidad consumada por la fuerza del portador del vehículo de mayor volumen, es indispensable restablecer los lazos de solidaridad y responsabilidad que hacen al entramado social: quien incumple, debe asumir las consecuencias de su incumplimiento.
Para superar la disfuncionalidad colectiva a que nos conduce la anomia boba de nuestra vida comunitaria, debemos recuperar el sentido profundo que implica acatar las normas, comprometerse con su cumplimiento efectivo y deberse a un Estado de Derecho que aspire a regular, con sentido útil, la convivencia social.
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