22 Julio 2012
Vino a Tucumán por primera vez en 1980. Regresó dos años más tarde, de pasó por Catamarca, que había sido una de las sedes del mundial de Voley, que él estaba cubriendo. La tercera fue la vencida: en 1992 llegó para quedarse. Eloir Maciel, oriundo de Vitoria, capital del estado brasileño de Espíritu Santo, enseña Portugués en la Unsta y Periodismo en el Colegio San Javier. Ejerció la profesión en Journal do Brasil y en la televisora O'Globo. "Toda la vida trabajé como negro", dice. Y suelta la carcajada. Durante la entrevista con LA GACETA, este descendiente de bantúes apelará incesantemente el humor para relatar sus experiencias de vida, como afrodescendiente, en Brasil y en la Argentina.
"En Brasil acontece lo siguiente. En la favela no hay blancos, negros ni azules. Todos son iguales porque en la miseria todos son míseros. En la clase media, como negro, uno puede sentirse discriminado en algunas partes. En los estratos sociales más altos, es uno el que discrimina", contrasta. "Yo me coloco en la clase media: entre los comunes. Y tanto aquí como allá hay gente que no sabe cómo moverse con respecto a los negros, ya sea por ignorancia, indiferencia, torpeza o, peor aún, por agresión", detalla.
La curiosidad que despiertan sus rasgos físicos son algo que, lejos de ofender, halaga a este docente de 66 años. "Ya tuve varias situaciones de gente que me pide permiso para tocarme el pelo. A mí me gusta: me hace sentir especial", confiesa.
Justamente, Maciel repara particularmente en el uso que la palabra "negro" recibe en uno y otro país para tratar a las personas. Entonces relata que del otro lado de la frontera, el vocablo sólo se emplea para ofender. "Y después de 'negro', sigue 'macaco' como insulto". En Tucumán, en cambio, experimentó un doble tratamiento con el mismo término. "Mis amigos me dicen 'negro' afectuosamente. Eso eleva el ego de uno, que se siente querido, aceptado, cómodo entre los comunes. Pero así como se usa para querer, aquí también se emplea para matar. Por ejemplo, cuando salgo a correr y me gritan 'negro de mierda'. Le agregan 'volvé a tu país'", relata. Y de inmediato, saca un chiste.
"Cuando me preguntan de donde soy, contesto 'de Tafí Viejo'. Y si mi preguntan por mi nacionalidad, respondo que soy de Argentina. Era de Brasil pero me nacionalicé argentino y ya puedo atar las cosas con alambre. Mi mujer me prometió una finca de limones, pero no tengo limonero ni en el fondo de la casa. Me engañó como a negro", ríe otra vez.
"En Brasil acontece lo siguiente. En la favela no hay blancos, negros ni azules. Todos son iguales porque en la miseria todos son míseros. En la clase media, como negro, uno puede sentirse discriminado en algunas partes. En los estratos sociales más altos, es uno el que discrimina", contrasta. "Yo me coloco en la clase media: entre los comunes. Y tanto aquí como allá hay gente que no sabe cómo moverse con respecto a los negros, ya sea por ignorancia, indiferencia, torpeza o, peor aún, por agresión", detalla.
La curiosidad que despiertan sus rasgos físicos son algo que, lejos de ofender, halaga a este docente de 66 años. "Ya tuve varias situaciones de gente que me pide permiso para tocarme el pelo. A mí me gusta: me hace sentir especial", confiesa.
Justamente, Maciel repara particularmente en el uso que la palabra "negro" recibe en uno y otro país para tratar a las personas. Entonces relata que del otro lado de la frontera, el vocablo sólo se emplea para ofender. "Y después de 'negro', sigue 'macaco' como insulto". En Tucumán, en cambio, experimentó un doble tratamiento con el mismo término. "Mis amigos me dicen 'negro' afectuosamente. Eso eleva el ego de uno, que se siente querido, aceptado, cómodo entre los comunes. Pero así como se usa para querer, aquí también se emplea para matar. Por ejemplo, cuando salgo a correr y me gritan 'negro de mierda'. Le agregan 'volvé a tu país'", relata. Y de inmediato, saca un chiste.
"Cuando me preguntan de donde soy, contesto 'de Tafí Viejo'. Y si mi preguntan por mi nacionalidad, respondo que soy de Argentina. Era de Brasil pero me nacionalicé argentino y ya puedo atar las cosas con alambre. Mi mujer me prometió una finca de limones, pero no tengo limonero ni en el fondo de la casa. Me engañó como a negro", ríe otra vez.
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