Por Jorge Carlos Alvarez
15 Julio 2012
Woody Allen ha vuelto a la comedia. Y lo hace con un humor inteligente, explotando el sentido del ridículo, como es su costumbre, apostando por un elenco sin fisuras.
Descubrir una Roma eterna, hermosa como ninguna, llena de arte y de historia a cada paso es el pretexto del director para presentar al público las historias que componen este filme.
Las calles empedradas y los cafés del Trastevere junto a la plaza España y la fontana di Trevi son los escenarios habitados por los personajes atribulados y delirantes que dan vida a esta obra.
Con ellos Woody Allen rinde un homenaje al cine italiano -a la comedia y a sus comediantes- a quienes suma sus habituales fobias, titcs y sentido del humor y del absurdo.
De este combo surge una película que genera aplausos en una platea que, por más que intuye cada paso que da el director, no deja de sorprenderse con escenas y actuaciones difíciles de olvidar. Como las que vive el personaje que encarna Roberto Benigni, o las actitudes del mismo Woody Allen, fóbico por la muerte y la jubilación junto a su mujer, una espléndida Judy Davis de visita en Roma para conocer a sus futuros consuegros.
Y aquí es increíble ver las dotes histriónicas del consuegro, un cantante de ópera aficionado, que es manipulado por Woody Allen.
A la cita no faltan el amor y el desamor, la pasión y la nostalgia que llega con un sobrio Alec Baldwin y la aparición fugaz de Ornella Muti. Es esta una buena oportunidad para disfrutar de un Woody Allen cerca del retiro.
Descubrir una Roma eterna, hermosa como ninguna, llena de arte y de historia a cada paso es el pretexto del director para presentar al público las historias que componen este filme.
Las calles empedradas y los cafés del Trastevere junto a la plaza España y la fontana di Trevi son los escenarios habitados por los personajes atribulados y delirantes que dan vida a esta obra.
Con ellos Woody Allen rinde un homenaje al cine italiano -a la comedia y a sus comediantes- a quienes suma sus habituales fobias, titcs y sentido del humor y del absurdo.
De este combo surge una película que genera aplausos en una platea que, por más que intuye cada paso que da el director, no deja de sorprenderse con escenas y actuaciones difíciles de olvidar. Como las que vive el personaje que encarna Roberto Benigni, o las actitudes del mismo Woody Allen, fóbico por la muerte y la jubilación junto a su mujer, una espléndida Judy Davis de visita en Roma para conocer a sus futuros consuegros.
Y aquí es increíble ver las dotes histriónicas del consuegro, un cantante de ópera aficionado, que es manipulado por Woody Allen.
A la cita no faltan el amor y el desamor, la pasión y la nostalgia que llega con un sobrio Alec Baldwin y la aparición fugaz de Ornella Muti. Es esta una buena oportunidad para disfrutar de un Woody Allen cerca del retiro.
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