Por Carlos Frías
10 Julio 2012
El mandato dentro del alperovichismo funcionó como un sujeto tácito. Ningún dirigente lo reconoció, pero fue evidente que la orden desde Casa de Gobierno era ensuciarse los zapatos con la pegajosa arena de la pista del hipódromo.
Así, concejales, intendentes, legisladores y ministros se mezclaron entre las personas que asistieron al acto central de los festejos por el 9 de Julio. Amables, posaron para cada fotografía y no quedó mano sin estrechar ni mejilla sin besar. Todo estaba finamente orquestado para revelar un signo de fortaleza ante la atenta mirada de Cristina Fernández.
Ningún detalle se deslizó por fuera de lo pautado. Las conocidas tensiones entre las corrientes peronistas quedaron de lado. Y, a diferencia del año pasado, ningún botellazo surcó el aire cuando las agrupaciones políticas ubicadas al frente del escenario hicieron caso omiso a la orden de bajar sus banderas para que todos pudieran ver y escuchar a la Presidenta.
Los bombos y redoblantes de las batucadas no descansaron ni un segundo. El cansancio también hizo sentir su presencia y muchos fueron los que se tiraron a descansar en el pasto, en la tierra o en el lugar que encontraban para llevar alivio a sus piernas.
Los niños se escapaban de las manos de sus padres y caminaban solos entre la gente, hasta que algún desconocido los llevaba hasta el escenario para que los locutores se ocuparan de buscar a su familia. Finalmente, la espera llegó a su fin y la comitiva presidencial ocupó el privilegiado lugar que se les había reservado. Ese fue el clímax de la fiesta. Papeles picados, cánticos y fuegos artificiales les dieron la bienvenida. "Corré la cámara, che, que no me pueden ver desde ahí", retó la jefa de Estado y todos los militantes aplaudieron a rabiar ese "grito de guerra". Al concluir, los militantes se fueron rápido, urgidos por encontrar un asiento libre en el colectivo que los trajo.
Así, concejales, intendentes, legisladores y ministros se mezclaron entre las personas que asistieron al acto central de los festejos por el 9 de Julio. Amables, posaron para cada fotografía y no quedó mano sin estrechar ni mejilla sin besar. Todo estaba finamente orquestado para revelar un signo de fortaleza ante la atenta mirada de Cristina Fernández.
Ningún detalle se deslizó por fuera de lo pautado. Las conocidas tensiones entre las corrientes peronistas quedaron de lado. Y, a diferencia del año pasado, ningún botellazo surcó el aire cuando las agrupaciones políticas ubicadas al frente del escenario hicieron caso omiso a la orden de bajar sus banderas para que todos pudieran ver y escuchar a la Presidenta.
Los bombos y redoblantes de las batucadas no descansaron ni un segundo. El cansancio también hizo sentir su presencia y muchos fueron los que se tiraron a descansar en el pasto, en la tierra o en el lugar que encontraban para llevar alivio a sus piernas.
Los niños se escapaban de las manos de sus padres y caminaban solos entre la gente, hasta que algún desconocido los llevaba hasta el escenario para que los locutores se ocuparan de buscar a su familia. Finalmente, la espera llegó a su fin y la comitiva presidencial ocupó el privilegiado lugar que se les había reservado. Ese fue el clímax de la fiesta. Papeles picados, cánticos y fuegos artificiales les dieron la bienvenida. "Corré la cámara, che, que no me pueden ver desde ahí", retó la jefa de Estado y todos los militantes aplaudieron a rabiar ese "grito de guerra". Al concluir, los militantes se fueron rápido, urgidos por encontrar un asiento libre en el colectivo que los trajo.
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