30 Junio 2012
MÉXICO.- Cuando todavía era candidato presidencial, en 2006, Felipe Calderón advirtió: "el narcotráfico tendrá en mí su peor pesadilla". Seis años después, la lucha contra el crimen organizado es la marca de identidad de su Gobierno y también objeto de críticas por la escalada de asesinatos que generó.
La estrategia consistió en militarizar el combate contra los cárteles de las drogas. Al menos 60.000 militares y policías federales fueron desplegados por todo el país para acotar los espacios de acción de las organizaciones criminales y capturar narcotraficantes. Diez días después de tomar posesión, Calderón puso en marcha su primer operativo, denominado Operativo Conjunto Michoacán, con el envío de 5.000 efectivos a esa región del oeste de México. Le seguirían acciones similares en otros Estados. Otra de sus decisiones iniciales fue extraditar 15 narcotraficantes a Estados Unidos, entre ellos al capo del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, y a un jefe del de Sinaloa, Héctor Palma Salazar. La estrategia causó rupturas dentro de los cárteles y una guerra cada vez más feroz entre ellos por el control de territorios y de mercados.
Se diversificó el negocio de los cárteles: dejaron de dedicarse sólo a las drogas y abarcaron la extorsión, el secuestro, el robo de combustible y la falsificación de productos. Los asesinatos se hicieron más frecuentes y crueles: decapitaciones, fosas colectivas, cuerpos colgando de puentes y matanzas de inocentes, como los 52 que fallecieron en el incendio de un casino de Monterrey en 2011.
Si entre 2001 y 2006 hubo 8.000 muertes ligadas al crimen organizado; con Calderón se pasó a más de 50.000 en cinco años, batiendo récords año a año.
La estrategia consistió en militarizar el combate contra los cárteles de las drogas. Al menos 60.000 militares y policías federales fueron desplegados por todo el país para acotar los espacios de acción de las organizaciones criminales y capturar narcotraficantes. Diez días después de tomar posesión, Calderón puso en marcha su primer operativo, denominado Operativo Conjunto Michoacán, con el envío de 5.000 efectivos a esa región del oeste de México. Le seguirían acciones similares en otros Estados. Otra de sus decisiones iniciales fue extraditar 15 narcotraficantes a Estados Unidos, entre ellos al capo del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, y a un jefe del de Sinaloa, Héctor Palma Salazar. La estrategia causó rupturas dentro de los cárteles y una guerra cada vez más feroz entre ellos por el control de territorios y de mercados.
Se diversificó el negocio de los cárteles: dejaron de dedicarse sólo a las drogas y abarcaron la extorsión, el secuestro, el robo de combustible y la falsificación de productos. Los asesinatos se hicieron más frecuentes y crueles: decapitaciones, fosas colectivas, cuerpos colgando de puentes y matanzas de inocentes, como los 52 que fallecieron en el incendio de un casino de Monterrey en 2011.
Si entre 2001 y 2006 hubo 8.000 muertes ligadas al crimen organizado; con Calderón se pasó a más de 50.000 en cinco años, batiendo récords año a año.
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