Por Gustavo Martinelli
19 Junio 2012
Hace frío. El sol está casi ausente: es ya un sujeto tácito, un fantasma, un recuerdo que comienza a esfumarse. Sin embargo, algo tiene el invierno que invita a la introspección; a la charla amena; a la confesión y -tal vez- a la absolución. Es justamente en la gelidez de estos días cuando se agradece el calor de hogar. Además, dicen que no hay mejor época que esta para escribir. Tal vez por eso, grandes obras de la literatura nacieron justamente en esta estación: en invierno escribió Jorge Luis Borges "El jardín de senderos que se bifurcan" y "La rosa de Paracelso". Ante un paisaje nevado -dice la leyenda- Shakespeare escribió las primeras líneas de "Hamlet". En invierno nacieron también "El señor de los anillos" de J.R.R. Tolkien; "Ulises" de James Joyce" y "La invención de Morel" de Adolfo Bioy Casares.
Pero, además, el invierno -cuyo solsticio empezará esta noche- es también una estación misteriosa. Muchos la desprecian, pero pónganse a pensar un poco en esto: ¿qué sería de nuestra provincia si el calor reinara todo el año? Mejor no imaginarlo ¿no? Porque en el invierno la naturaleza parece muerta en su exterior y, sin embargo, crece en el interior; acumula vida para poder explotar durante la primavera en todo su esplendor. "Debo a la muerte pura de la tierra / la voluntad de mis germinaciones", escribió Pablo Neruda en su inolvidable "Jardín de invierno". Un verso maravilloso que pone énfasis en la transformación. Porque el invierno es, de alguna manera, la estación de la espera; la crisálida de la naturaleza. Con el frío se prepara la fragua que moldeará todo lo que vendrá a partir de septiembre: el invierno tiene condición de futuro. Vicente Huidobro lo explica muy bien con pocas palabras. "La nieve cae con gusto a universo", dice. Por eso, quejarnos del frío y despotricar porque el solcito no calienta la piel es casi como decir: "no importa lo que vendrá". Mejor sería agradecer el fresco y disfrutarlo plenamente. No tanto al aire libre, sino a través de la calidez que surge en nuestros hogares. Porque, solo así, bien calentitos, podremos descubrir la verdadera magia del invierno. Sólo conociendo el frío podremos disfrutar del calor del verano. No importa la ausencia de soles y luceros: los almendros florecerán igual, sin armas ni lanceros. Como por arte de magia.
Pero, además, el invierno -cuyo solsticio empezará esta noche- es también una estación misteriosa. Muchos la desprecian, pero pónganse a pensar un poco en esto: ¿qué sería de nuestra provincia si el calor reinara todo el año? Mejor no imaginarlo ¿no? Porque en el invierno la naturaleza parece muerta en su exterior y, sin embargo, crece en el interior; acumula vida para poder explotar durante la primavera en todo su esplendor. "Debo a la muerte pura de la tierra / la voluntad de mis germinaciones", escribió Pablo Neruda en su inolvidable "Jardín de invierno". Un verso maravilloso que pone énfasis en la transformación. Porque el invierno es, de alguna manera, la estación de la espera; la crisálida de la naturaleza. Con el frío se prepara la fragua que moldeará todo lo que vendrá a partir de septiembre: el invierno tiene condición de futuro. Vicente Huidobro lo explica muy bien con pocas palabras. "La nieve cae con gusto a universo", dice. Por eso, quejarnos del frío y despotricar porque el solcito no calienta la piel es casi como decir: "no importa lo que vendrá". Mejor sería agradecer el fresco y disfrutarlo plenamente. No tanto al aire libre, sino a través de la calidez que surge en nuestros hogares. Porque, solo así, bien calentitos, podremos descubrir la verdadera magia del invierno. Sólo conociendo el frío podremos disfrutar del calor del verano. No importa la ausencia de soles y luceros: los almendros florecerán igual, sin armas ni lanceros. Como por arte de magia.
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