22 Abril 2012
Perdurar. Esa es la gran virtud del mate, ícono de la América Latina prístina (aunque por obra y gracia de los conquistadores, nunca virginal). El mate estuvo siempre presente y caliente, pero ni la historia ni los hombres que la escribieron demostraron una actitud acorde a los servicios prestados por el noble descubrimiento guaraní. Por el contrario, esta infusión fue desnaturalizada de nombre y, en una época, hasta de origen. Y fue resistida, combatida y condenada en varias oportunidades.
En sus estudios sobre el mate, el poeta y ensayista Amaro Villanueva dice que son los indígenas guaraníes, propiamente, los que descubrieron el agujero del mate. El nombre que le daban era "caiguá", que dignifica "recipiente para el agua de la yerba". Pero el hallazgo fue largamente atribuido a los jesuitas, cuando -según Villanueva- ellos sólo difundieron su infusión "teiforme", es decir, el mate cocido.
Es más, los jesuitas "llevaron adelante una guerra abierta a esta costumbre indígena, atribuyéndole origen demoníaco (…), hasta que el beneficio del comercio de la yerba mate pasó, en gran parte, a manos de la Compañía de Jesús". La llamaban, específicamente, "hierba del demonio" y la consideraban bebida de haraganes. De la creencia "blanca" de que era una hierba, en principio, surgiría por deformación "yerba". De su estigma de bebida de vagos surgiría la sorpresa de los argentinos que viajaban a Paraguay en los 80 y leían avisos gráficos que ofrecían empleo, pero que fijaban un salario "sin tereré" y otro más bajo "con tereré".
El origen del nombre
Los conquistadores -dice Villanueva- conocieron primero la voz quechua "mate", que adoptaron además porque se avenía mejor a la prosodia grave del idioma castellano, cosa que no lograba el agudo "caiguá" guaraní. "Mate es voz castellanizada del quechua 'mati', que significa vaso o recipiente para beber. Pero se ha generalizado desde Perú hasta el Río de la Plata como nombre vulgar del fruto de la calabacera", precisaba el autor.
El tránsito semántico se explica en que el fruto de esa cucurbitácea (en sus diferentes variedades y tamaños) ha proporcionado toda la vajilla doméstica a las clases indígenas. Desde luego, les dio también el recipiente de uso más común para beber: el vaso, en el que también cebaban el mate.
Muerte y renacimiento
"En las tertulias de nuestros grandes presidentes (...) el mate es el convocante, describe Félix Coluccio en El mate. Y recuerda que en los fortines de frontera, en las noche de frío, cuando el "milico" esperaba el ataque del indio, conservaba al rescoldo del fuego el agua templada para la infusión. En la Conquista del Desierto, Julio Argentino Roca y sus hombres recurrían también el mate.
En su artículo Costumbre de buena estirpe, Américo Torchelli recuerda que en el Buenos Aires colonial, cebar en utensillos "de buena factura" era considerado símbolo de de buena prosapia.
Cuando Sarmiento era Presidente, tomaba mate con gran ostentación en el sillón de Rivadavia. Años antes, Juan Manuel de Rosas convidaba con mate a políticos y diplomáticos en lo que se llamarían hoy desayunos de trabajo. A Urquiza lo agarraron con las manos en el mate cuando lo balearon en una galería del Palacio San José. Figuran como hábiles cebadores, también, Lucio V. Mansilla, Leandro N. Alem, y Juan B. Justo.
Pero un mal día, el mate cayó en desgracia. Torchelli cita al historiador Gabriel Rivas, quien sitúa la mala hora en el tramo final de los 30, la década infame, y en los inicios del 40. En adelante, el mate comenzó a ser considerado en el país, primero, como "cosa de payucas sumidos en el letargo provincial" y, después, como "costumbre de caballeros lunfas" que salían a la puerta de casa en pijama y sin afeitarse. Juan Carlos Calabró inmortalizó esa imagen en "Aníbal".
Entre 1963 y 1991, el consumo bajó a 5 kilos de yerba mate por persona y por año. En los 40 se había alcanzado un pico de 8,2 kilos anuales por argentino. Pero la tendencia comenzó a revertirse en los 90, y el mate y su yerba se instalaron de manera consolidada. La yerba mate obtuvo notable reputación por sus propiedades antioxidantes y digestivas, y su contribución para aumentar la densidad ósea y bajar el colesterol malo.
Comercialmente, su presencia, además de copar los supermercados, se instaló en las estaciones de servicio, que venden mates descartables y poseen dispensadores de agua a temperatura ideal para cebar. En definitiva, y como reza el viejo adagio: si ya hay quien caliente el agua, sería imperdonable que un tercero se tome los mates.
En sus estudios sobre el mate, el poeta y ensayista Amaro Villanueva dice que son los indígenas guaraníes, propiamente, los que descubrieron el agujero del mate. El nombre que le daban era "caiguá", que dignifica "recipiente para el agua de la yerba". Pero el hallazgo fue largamente atribuido a los jesuitas, cuando -según Villanueva- ellos sólo difundieron su infusión "teiforme", es decir, el mate cocido.
Es más, los jesuitas "llevaron adelante una guerra abierta a esta costumbre indígena, atribuyéndole origen demoníaco (…), hasta que el beneficio del comercio de la yerba mate pasó, en gran parte, a manos de la Compañía de Jesús". La llamaban, específicamente, "hierba del demonio" y la consideraban bebida de haraganes. De la creencia "blanca" de que era una hierba, en principio, surgiría por deformación "yerba". De su estigma de bebida de vagos surgiría la sorpresa de los argentinos que viajaban a Paraguay en los 80 y leían avisos gráficos que ofrecían empleo, pero que fijaban un salario "sin tereré" y otro más bajo "con tereré".
El origen del nombre
Los conquistadores -dice Villanueva- conocieron primero la voz quechua "mate", que adoptaron además porque se avenía mejor a la prosodia grave del idioma castellano, cosa que no lograba el agudo "caiguá" guaraní. "Mate es voz castellanizada del quechua 'mati', que significa vaso o recipiente para beber. Pero se ha generalizado desde Perú hasta el Río de la Plata como nombre vulgar del fruto de la calabacera", precisaba el autor.
El tránsito semántico se explica en que el fruto de esa cucurbitácea (en sus diferentes variedades y tamaños) ha proporcionado toda la vajilla doméstica a las clases indígenas. Desde luego, les dio también el recipiente de uso más común para beber: el vaso, en el que también cebaban el mate.
Muerte y renacimiento
"En las tertulias de nuestros grandes presidentes (...) el mate es el convocante, describe Félix Coluccio en El mate. Y recuerda que en los fortines de frontera, en las noche de frío, cuando el "milico" esperaba el ataque del indio, conservaba al rescoldo del fuego el agua templada para la infusión. En la Conquista del Desierto, Julio Argentino Roca y sus hombres recurrían también el mate.
En su artículo Costumbre de buena estirpe, Américo Torchelli recuerda que en el Buenos Aires colonial, cebar en utensillos "de buena factura" era considerado símbolo de de buena prosapia.
Cuando Sarmiento era Presidente, tomaba mate con gran ostentación en el sillón de Rivadavia. Años antes, Juan Manuel de Rosas convidaba con mate a políticos y diplomáticos en lo que se llamarían hoy desayunos de trabajo. A Urquiza lo agarraron con las manos en el mate cuando lo balearon en una galería del Palacio San José. Figuran como hábiles cebadores, también, Lucio V. Mansilla, Leandro N. Alem, y Juan B. Justo.
Pero un mal día, el mate cayó en desgracia. Torchelli cita al historiador Gabriel Rivas, quien sitúa la mala hora en el tramo final de los 30, la década infame, y en los inicios del 40. En adelante, el mate comenzó a ser considerado en el país, primero, como "cosa de payucas sumidos en el letargo provincial" y, después, como "costumbre de caballeros lunfas" que salían a la puerta de casa en pijama y sin afeitarse. Juan Carlos Calabró inmortalizó esa imagen en "Aníbal".
Entre 1963 y 1991, el consumo bajó a 5 kilos de yerba mate por persona y por año. En los 40 se había alcanzado un pico de 8,2 kilos anuales por argentino. Pero la tendencia comenzó a revertirse en los 90, y el mate y su yerba se instalaron de manera consolidada. La yerba mate obtuvo notable reputación por sus propiedades antioxidantes y digestivas, y su contribución para aumentar la densidad ósea y bajar el colesterol malo.
Comercialmente, su presencia, además de copar los supermercados, se instaló en las estaciones de servicio, que venden mates descartables y poseen dispensadores de agua a temperatura ideal para cebar. En definitiva, y como reza el viejo adagio: si ya hay quien caliente el agua, sería imperdonable que un tercero se tome los mates.
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