04 Agosto 2003
EN TUCUMAN. Desde la izquierda, el diputado Marcos Rojas; el titular del Banco Hipotecario, Enrique Pérez; el ministro del Interior, Leopoldo Melo; el interventor Ricardo Solá y su ministro Jorge Terán, junto al “Ryan”, horas antes del accidente.
Son conocidos los detalles del susto que pasó el viernes último el Presidente de la Nación, Néstor Kirchner, con el helicóptero. El caso recuerda otro, de 69 años atrás, que casi cuesta la vida a altas autoridades nacionales.
Corría julio de 1934. El ministro del Interior, Leopoldo Melo, y el presidente del Banco Hipotecario Nacional, Enrique S. Pérez, se hallaban en Río Hondo y decidieron hacer una gira por el norte. Desde nuestra ciudad, partieron a Salta en un avión "Ryan" del Aero Club Tucumán, que piloteaba Ernesto Nougués. Iba con ellos el diputado Marcos Rojas y el secretario de Melo, Fernando Frassinetti. Se proponían abordar luego otro aparato que los llevaría a Rosario de la Frontera.
El viernes 20, en Salta, los recibió el gobernador Avelino Aráoz y almorzaron en la guarnición militar. Como el avión se demoraba, optaron por seguir en el "Ryan" a Rosario de la Frontera. El piloto Nougués resolvió cortar por el valle de Lerma y enfilar por El Crestón. "De pronto -narraría- sentí que el motor se engranaba y que un vaho caliente invadía la cabina. Creí por algún momento que estas fallas no tendrían consecuencias, e intenté restablecer la marcha regular del avión, pero fue imposible". Se hallaban en gravísimo peligro. Eran las 13.25.
"Tengan confianza en mí y encomiéndense a Dios", dijo Nougués. Cerró el paso de nafta y el aparato empezó a planear. Con "sangre fría" que Melo elogió más tarde, el piloto buscaba dónde aterrizar, a la vez que trataba de que no se volcase el ala. En la cabina, los pasajeros mostraron su temple varonil a pesar de la angustia. Minutos después, Nougués divisó el zanjón del río Seco. Se dirigió hacia allí, con viento de cola, empeñado en alejarse de las barrancas y de las enormes piedras. Así, "nos aferramos a nuestros asientos y aplasté el avión desde unos 50 metros de altura", cuenta Nougués.
En la caída, el tren de aterrizaje se incrustó en la arena y las piedras. El motor se desprendió y cayó lejos. Abrieron la puerta. Melo, Nougués y Frassinetti estaban ilesos, no así el doctor Pérez, con la pierna izquierda fracturada, y Rojas, con varias heridas. Rato después, los encontró un chico, que partió a caballo a dar los avisos correspondientes. Nougués entablilló la pierna de Pérez con maderas del destrozado avión y con su camisa, hasta que llegaron los auxilios. "Fue una desgracia con suerte", comentó Melo en Tucumán, horas más tarde.
Corría julio de 1934. El ministro del Interior, Leopoldo Melo, y el presidente del Banco Hipotecario Nacional, Enrique S. Pérez, se hallaban en Río Hondo y decidieron hacer una gira por el norte. Desde nuestra ciudad, partieron a Salta en un avión "Ryan" del Aero Club Tucumán, que piloteaba Ernesto Nougués. Iba con ellos el diputado Marcos Rojas y el secretario de Melo, Fernando Frassinetti. Se proponían abordar luego otro aparato que los llevaría a Rosario de la Frontera.
El viernes 20, en Salta, los recibió el gobernador Avelino Aráoz y almorzaron en la guarnición militar. Como el avión se demoraba, optaron por seguir en el "Ryan" a Rosario de la Frontera. El piloto Nougués resolvió cortar por el valle de Lerma y enfilar por El Crestón. "De pronto -narraría- sentí que el motor se engranaba y que un vaho caliente invadía la cabina. Creí por algún momento que estas fallas no tendrían consecuencias, e intenté restablecer la marcha regular del avión, pero fue imposible". Se hallaban en gravísimo peligro. Eran las 13.25.
"Tengan confianza en mí y encomiéndense a Dios", dijo Nougués. Cerró el paso de nafta y el aparato empezó a planear. Con "sangre fría" que Melo elogió más tarde, el piloto buscaba dónde aterrizar, a la vez que trataba de que no se volcase el ala. En la cabina, los pasajeros mostraron su temple varonil a pesar de la angustia. Minutos después, Nougués divisó el zanjón del río Seco. Se dirigió hacia allí, con viento de cola, empeñado en alejarse de las barrancas y de las enormes piedras. Así, "nos aferramos a nuestros asientos y aplasté el avión desde unos 50 metros de altura", cuenta Nougués.
En la caída, el tren de aterrizaje se incrustó en la arena y las piedras. El motor se desprendió y cayó lejos. Abrieron la puerta. Melo, Nougués y Frassinetti estaban ilesos, no así el doctor Pérez, con la pierna izquierda fracturada, y Rojas, con varias heridas. Rato después, los encontró un chico, que partió a caballo a dar los avisos correspondientes. Nougués entablilló la pierna de Pérez con maderas del destrozado avión y con su camisa, hasta que llegaron los auxilios. "Fue una desgracia con suerte", comentó Melo en Tucumán, horas más tarde.