29 Enero 2012
Por Alba Omil *
Recomendar un libro no deja de tener sus riesgos: los lectores podrían reprochar nuestro desacierto. O no. Cuando, hace un tiempo, recomendamos Seda -de Alesandro Baricco-, en estas mismas páginas, la novelita se agotó en las librerías de Tucumán. Es que Seda es una delicia. Un caramelito.
Otro caramelito delicioso es Remembranzas, de Miguel Poch, pero no puedo comentarlo: me comprenden las generales de la ley.
El libro de Carlos Páez de la Torre y de Pedro León Cornet, sobre Tafí del Valle, me encantó -bien escrito, entretenido- pero no necesita recomendación: se impone por su propio peso.
Entonces voy a comentar Estaciones de paso, de Almudena Grandes (foto), escritora española actual. Y notable. Cinco cuentos que muestran al pobre ser humano -hecho pelota en un mundo mezquino y cruel- tratando de defender con uñas y dientes (es metáfora) ese pedacito de yo que le deja el tumulto. En ese pedacito de yo hay esperanzas y desesperanzas, amor y bronca, grandezas y miserias, egoísmo y altruismo. Y tantas cosas más. Pero no crea que es un libro catastrófico, no. Es entretenido y está muy, pero muy bien escrito. Tabaco y negro, un cuento inolvidable: ternura, respeto, tristezas y miserias ajenas, honestidad y lo otro, fe y alegrías. Y también lágrimas. Ideal para un relax.
Cada cuento tiene sus méritos. Algunos están redactados en lenguaje coloquial, según lo exija el personaje, y usted correrá el riesgo de no entender ciertos giros pero no importa: ya lo hará. Frente a este riesgo tiene la ventaja de familiarizarse con algunas palabras que, en caso de urgencia, le servirán para preservar la elegancia y reemplazar esa palabrota que estaba a punto de decir.
Si me dice que no lo ha entendido, en un primer impulso le contestaría con palabras de Don Quijote, un poco duras, pero no: sólo le digo, y con respeto: lea si gusta.
Si este libro que comento no le agrada -cosa que no creo-, puede enrostrármelo (lugares no faltan) o, mejor, leer la Historia de Tafí del Valle o Remembranzas. O si tampoco lo satisfacen, una revista de historietas.
© LA GACETA
* Escritora, editora, profesora de Letras de la UNT.
FICHA
Título: Estaciones de paso
Autor: Almudena Grandes
Género: Cuento
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2005
FRAGMENTO
- ¡Ah, estás aquí!- escuché a mi espalda el primer día que Alejandra me mandó al almacén (depósito) a ordenar por tallas y modelos las ropas que las clientas habían desechado en los probadores el día anterior - ¿Y qué haces? Cuando se lo expliqué, en lugar de marcharse como yo había previsto, se acercó a mí y adiviné que él nunca embestía de frente.
- ¿Quieres que te ayude? - No, no hace falta, yo?
Me volví con la intención de negar con la cabeza y me di cuenta de que no tenía espacio ni siquiera para eso. Él estaba pegado a mí, respirando en mi nuca, podía sentir en las piernas el roce de sus pantalones, sus zapatos pegados a los míos, como si pretendieran cortarme cualquier retirada. Entonces durante un segundo, dos quizás, tuve auténtico miedo. Di un paso hacia adelante, el pequeño, mínimo paso que podía dar sin estrellarme contra el perchero, y él me siguió, adelantando su cuerpo para pegarlo al mío en un movimiento que lo cambió todo?
- Sí, mujer, déjame?
- Que no -y me desplacé hacia la derecha los centímetros justos para clavar la punta del tacón en su empeine antes de empezar a moverlo como si pretendiera perforar el suelo a través de su pie. Cuando me volví a mirarle otra vez, estaba blanco, sudado.
Recomendar un libro no deja de tener sus riesgos: los lectores podrían reprochar nuestro desacierto. O no. Cuando, hace un tiempo, recomendamos Seda -de Alesandro Baricco-, en estas mismas páginas, la novelita se agotó en las librerías de Tucumán. Es que Seda es una delicia. Un caramelito.
Otro caramelito delicioso es Remembranzas, de Miguel Poch, pero no puedo comentarlo: me comprenden las generales de la ley.
El libro de Carlos Páez de la Torre y de Pedro León Cornet, sobre Tafí del Valle, me encantó -bien escrito, entretenido- pero no necesita recomendación: se impone por su propio peso.
Entonces voy a comentar Estaciones de paso, de Almudena Grandes (foto), escritora española actual. Y notable. Cinco cuentos que muestran al pobre ser humano -hecho pelota en un mundo mezquino y cruel- tratando de defender con uñas y dientes (es metáfora) ese pedacito de yo que le deja el tumulto. En ese pedacito de yo hay esperanzas y desesperanzas, amor y bronca, grandezas y miserias, egoísmo y altruismo. Y tantas cosas más. Pero no crea que es un libro catastrófico, no. Es entretenido y está muy, pero muy bien escrito. Tabaco y negro, un cuento inolvidable: ternura, respeto, tristezas y miserias ajenas, honestidad y lo otro, fe y alegrías. Y también lágrimas. Ideal para un relax.
Cada cuento tiene sus méritos. Algunos están redactados en lenguaje coloquial, según lo exija el personaje, y usted correrá el riesgo de no entender ciertos giros pero no importa: ya lo hará. Frente a este riesgo tiene la ventaja de familiarizarse con algunas palabras que, en caso de urgencia, le servirán para preservar la elegancia y reemplazar esa palabrota que estaba a punto de decir.
Si me dice que no lo ha entendido, en un primer impulso le contestaría con palabras de Don Quijote, un poco duras, pero no: sólo le digo, y con respeto: lea si gusta.
Si este libro que comento no le agrada -cosa que no creo-, puede enrostrármelo (lugares no faltan) o, mejor, leer la Historia de Tafí del Valle o Remembranzas. O si tampoco lo satisfacen, una revista de historietas.
© LA GACETA
* Escritora, editora, profesora de Letras de la UNT.
FICHA
Título: Estaciones de paso
Autor: Almudena Grandes
Género: Cuento
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2005
FRAGMENTO
- ¡Ah, estás aquí!- escuché a mi espalda el primer día que Alejandra me mandó al almacén (depósito) a ordenar por tallas y modelos las ropas que las clientas habían desechado en los probadores el día anterior - ¿Y qué haces? Cuando se lo expliqué, en lugar de marcharse como yo había previsto, se acercó a mí y adiviné que él nunca embestía de frente.
- ¿Quieres que te ayude? - No, no hace falta, yo?
Me volví con la intención de negar con la cabeza y me di cuenta de que no tenía espacio ni siquiera para eso. Él estaba pegado a mí, respirando en mi nuca, podía sentir en las piernas el roce de sus pantalones, sus zapatos pegados a los míos, como si pretendieran cortarme cualquier retirada. Entonces durante un segundo, dos quizás, tuve auténtico miedo. Di un paso hacia adelante, el pequeño, mínimo paso que podía dar sin estrellarme contra el perchero, y él me siguió, adelantando su cuerpo para pegarlo al mío en un movimiento que lo cambió todo?
- Sí, mujer, déjame?
- Que no -y me desplacé hacia la derecha los centímetros justos para clavar la punta del tacón en su empeine antes de empezar a moverlo como si pretendiera perforar el suelo a través de su pie. Cuando me volví a mirarle otra vez, estaba blanco, sudado.
Lo más popular