06 Enero 2012
INOLVIDABLE. Lucía recuerda que su pequeña era la alegría del hogar y no puede creer que la haya perdido. LA GACETA / FOTOS DE JOSE INESTA
La siesta es sagrada en esta tierra donde las "eses" se pegan fácilmente al hablar. Las calles de tierra de los barrios contiguos a la vía del tren, en La Banda, están desolados hasta las 6 de la tarde. La pobreza pega fuerte en estos sectores, donde la mayoría de los jefes de familia son desocupados o tienen empleos informales.
En las viviendas, casi todas muy humildes, habitan muchos de los niños que fueron reclutados para el ensayo de una vacuna contra la neumonía y la otitis, desarrollado el laboratorio Glaxo. A la pobreza, a la falta de futuro y de trabajo se sumó en los últimos años otra preocupación cuando se denunciaron algunos casos de bebés que estaban en el estudio y que fallecieron. El temor se multiplicó entre muchos padres, mientras las historias trágicas pasaban de boca en boca. Fue entonces que muchos entendieron lo que sucedía. "Se aprovecharon de la ignorancia de muchos de nosotros y nuestros hijos se convirtieron en conejitos de Indias", reconoce Alfredo Linares, abuelo de varios pequeños que fueron inoculados en 2007.
Todos hablan del sufrimiento de Lucía Belén Castillo, una joven mamá que perdió a su nena de poco más de un año. Lucía aparece con los ojos casi cerrados por la ventana de su casa. "Vienen por lo de la vacuna, ¿verdad?", pregunta la joven de 23 años. Camina despacio, lo que le permite su avanzado embarazo de siete meses. "Mi hija era un sol, les llevaba alegría a todos los que la veían", describe.
Julieta Anahí había nacido en julio de 2007. "Nunca se enfermó", recuerda Lucía. Un día, mientras caminaba por su barrio un agente sanitario la interceptó en la calle y le ofreció que su hija fuera vacunada. "Me dieron unos papeles; en ese momento no leí nada. Como era menor porque tenía 18 años, le hicieron firmar el consentimiento a mi mamá. A mi bebé le pusieron vacunas todos los meses, hasta que cumplió nueve meses. El agente sanitario nos venía a buscar en un remise, nos llevaba al centro asistencial y nos traía de vuelta", detalla.
Despega sus brazos del mantel de hule, se levanta despacio y mira la foto de su pequeña, sonriente en un cuadro. Un rosario rodea la imagen. "Nunca entendí bien de qué se trataba. Creí que era una vacuna del calendario; no imaginé que era un experimento, que la vacuna la llevaría a la muerte", dice.
Pasaron los meses y la pequeña Julieta cumplió un año. "Me vinieron a buscar para recordarme que debía vacunarla. Mi hermano me advirtió que no lo hiciera porque ya habían muerto otros chicos. No le hice caso", cuenta, y detalla que esa vez le pusieron varias dosis juntas.
"Un mes después, pasó algo extraño. Una mañana, se levantó de repente, lloraba mucho. Traté de calmarla y, cuando me acerqué, ya no respiraba. La llevamos al hospital. La médica que la controlaba en el protocolo nos vio pasar y se escondió. Nunca se lo perdonaré", dice.
La autopsia indicó paro cardio-respiratorio. Sin embargo Lucía dudó e inició acciones legales para que se investigue qué pasó con su hija. Sabe que nada ni nadie se la devolverá. Pero al menos, si hay Justicia, cree que podrá disminuir el dolor de encontrar cada día la cuna vacía.
En las viviendas, casi todas muy humildes, habitan muchos de los niños que fueron reclutados para el ensayo de una vacuna contra la neumonía y la otitis, desarrollado el laboratorio Glaxo. A la pobreza, a la falta de futuro y de trabajo se sumó en los últimos años otra preocupación cuando se denunciaron algunos casos de bebés que estaban en el estudio y que fallecieron. El temor se multiplicó entre muchos padres, mientras las historias trágicas pasaban de boca en boca. Fue entonces que muchos entendieron lo que sucedía. "Se aprovecharon de la ignorancia de muchos de nosotros y nuestros hijos se convirtieron en conejitos de Indias", reconoce Alfredo Linares, abuelo de varios pequeños que fueron inoculados en 2007.
Todos hablan del sufrimiento de Lucía Belén Castillo, una joven mamá que perdió a su nena de poco más de un año. Lucía aparece con los ojos casi cerrados por la ventana de su casa. "Vienen por lo de la vacuna, ¿verdad?", pregunta la joven de 23 años. Camina despacio, lo que le permite su avanzado embarazo de siete meses. "Mi hija era un sol, les llevaba alegría a todos los que la veían", describe.
Julieta Anahí había nacido en julio de 2007. "Nunca se enfermó", recuerda Lucía. Un día, mientras caminaba por su barrio un agente sanitario la interceptó en la calle y le ofreció que su hija fuera vacunada. "Me dieron unos papeles; en ese momento no leí nada. Como era menor porque tenía 18 años, le hicieron firmar el consentimiento a mi mamá. A mi bebé le pusieron vacunas todos los meses, hasta que cumplió nueve meses. El agente sanitario nos venía a buscar en un remise, nos llevaba al centro asistencial y nos traía de vuelta", detalla.
Despega sus brazos del mantel de hule, se levanta despacio y mira la foto de su pequeña, sonriente en un cuadro. Un rosario rodea la imagen. "Nunca entendí bien de qué se trataba. Creí que era una vacuna del calendario; no imaginé que era un experimento, que la vacuna la llevaría a la muerte", dice.
Pasaron los meses y la pequeña Julieta cumplió un año. "Me vinieron a buscar para recordarme que debía vacunarla. Mi hermano me advirtió que no lo hiciera porque ya habían muerto otros chicos. No le hice caso", cuenta, y detalla que esa vez le pusieron varias dosis juntas.
"Un mes después, pasó algo extraño. Una mañana, se levantó de repente, lloraba mucho. Traté de calmarla y, cuando me acerqué, ya no respiraba. La llevamos al hospital. La médica que la controlaba en el protocolo nos vio pasar y se escondió. Nunca se lo perdonaré", dice.
La autopsia indicó paro cardio-respiratorio. Sin embargo Lucía dudó e inició acciones legales para que se investigue qué pasó con su hija. Sabe que nada ni nadie se la devolverá. Pero al menos, si hay Justicia, cree que podrá disminuir el dolor de encontrar cada día la cuna vacía.
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