17 Diciembre 2011
La directora Paula Hernández no pierde el tiempo con preámbulos: la primera escena muestra a los dos protagonistas masculinos, hace más de 30 años, en un pueblito de Entre Ríos. La segunda, al personaje femenino, que vuelve al país y a reencontrarse con sus amigos de la adolescencia. El relato va a continuar así durante más de una hora y media, proporcionando al espectador los datos necesarios como para que comprenda (y palpite) la relación entre los tres al cabo de los años. Ese es el centro de la película: el vínculo entre estos chicos, que viven momentos muy intensos en esa primera etapa, y que se van a reencontrar mucho tiempo después para darle (o no) continuidad a aquella relación. Resulta sumamente interesante el montaje de la película, que superpone las escenas con independencia del tiempo; hay aquí un mérito sustancial tanto del guión como de la narración cinematográfica, porque el hilo del relato aparece con absoluta claridad para el espectador. Paula Hernández maneja con seguridad tanto el rumbo y el ritmo de la narración como el trazado de los personajes: los construye en paralelo entre la adolescencia y la edad adulta, y tiene en esa tarea un muy buen aporte por parte de los actores, sobrios y eficaces tanto los adolescentes como Roger, Peretti y Ziembrowski en la piel de los adultos. La directora evita también apelar a golpes bajos o a situaciones ya transitadas por muchos otros filmes, y lo logra acabadamente; Hernández consigue climas intensos y escenas conmovedoras con muy buenos recursos técnicos y artísticos. Y el resultado es una película interesante y atractiva, en la que las relaciones entre los protagonistas fluyen con intensidad pero sin estridencias; no hay en este filme buenos ni malos, sino seres humanos que vivieron (y viven) experiencias que los marcan y que determinan el rumbo de sus existencias, aunque ni siquiera ellos mismos sean conscientes de las transformaciones que experimentan. Como suele ocurrir en la vida misma.
Lo más popular