09 Diciembre 2011
LA MAÑANA FELIZ DE MALA MALA. Vanina y Ernesto llegan al centro asistencial; él carga a Facundo.
Ellos no lo saben. Y quizás nunca se enteren. Pero poseen un don: cada vez que aparecen caminando detrás de los alisos, las mañanas felices de sol de Mala Mala se vuelven aún más alegres. Todos los días, Vanina Díaz y su esposo, Ernesto Cruz, llegan al centro asistencial de Mala Mala con su hijo Facundo, de dos años. Son los agentes sanitarios que recorren las casas de la localidad, recuerdan la edad de casi todos los vecinos, saben sus nombres y sus patologías.
Vanina tiene 27 años, es la única persona de Mala Mala que terminó el secundario (se recibió en la escuela Alicia Moreau de Justo, en la capital) y empezó a trabajar en los centros asistenciales de la montaña a los 23 años (inició los estudios de Enfermería y desde 2008 es agente sanitaria). Ernesto tiene 26 años, es de Anfama y vivió en Ushuaia, donde se desempeñó como guardia de seguridad. Se conocieron mientras Vanina hacía reemplazos de enfermería en Anfama y se fueron a vivir juntos a Mala Mala.
Ernesto está dando sus primeros pasos como agente sanitario: arrancó hace tres meses y cada 15 días debe bajar a la ciudad para asistir a los cursos de capacitación. "Yo estaba sin trabajo y hacía falta un agente sanitario más. Siempre me gustó el trabajo de Vanina así que empecé yo también", relata. Actualmente, él se desempeña en El Alisal, un paraje que depende del centro asistencial de Mala Mala y que se encuentra a tres horas a caballo hacia el sur.
Visitas
Los agentes sanitarios deben visitar al menos una vez por mes a cada familia. Además, realizan el seguimiento de algunos pacientes y deben actuar si se produce alguna emergencia. "Cuando hay alguna urgencia me toca ir sin importar la hora que sea. Estamos en contacto por radio con los médicos y seguimos sus instrucciones. Muchas veces tenemos que salir de noche y, a veces, quedarnos hasta el otro día con el paciente", describe Vanina.
Confianza
Aunque en el cerro el trabajo es duro y las distancias son largas, Vanina y Ernesto están contentos con la labor que realizan. Porque además de controlar a los enfermos, tratan de inculcar en sus vecinos normas de higiene, de salubridad y de alimentación saludable, entre otros conceptos. El objetivo es darles las herramientas necesarias para mejorar la calidad de vida.
"Me gusta que la gente confíe en mí y que me pida ayuda cuando la necesite. Además, uno ve que el trabajo que hacemos va dando resultados y que se van generando cambios en algunas personas", cuenta sonriente la mamá de Facundo.
Vanina tiene 27 años, es la única persona de Mala Mala que terminó el secundario (se recibió en la escuela Alicia Moreau de Justo, en la capital) y empezó a trabajar en los centros asistenciales de la montaña a los 23 años (inició los estudios de Enfermería y desde 2008 es agente sanitaria). Ernesto tiene 26 años, es de Anfama y vivió en Ushuaia, donde se desempeñó como guardia de seguridad. Se conocieron mientras Vanina hacía reemplazos de enfermería en Anfama y se fueron a vivir juntos a Mala Mala.
Ernesto está dando sus primeros pasos como agente sanitario: arrancó hace tres meses y cada 15 días debe bajar a la ciudad para asistir a los cursos de capacitación. "Yo estaba sin trabajo y hacía falta un agente sanitario más. Siempre me gustó el trabajo de Vanina así que empecé yo también", relata. Actualmente, él se desempeña en El Alisal, un paraje que depende del centro asistencial de Mala Mala y que se encuentra a tres horas a caballo hacia el sur.
Visitas
Los agentes sanitarios deben visitar al menos una vez por mes a cada familia. Además, realizan el seguimiento de algunos pacientes y deben actuar si se produce alguna emergencia. "Cuando hay alguna urgencia me toca ir sin importar la hora que sea. Estamos en contacto por radio con los médicos y seguimos sus instrucciones. Muchas veces tenemos que salir de noche y, a veces, quedarnos hasta el otro día con el paciente", describe Vanina.
Confianza
Aunque en el cerro el trabajo es duro y las distancias son largas, Vanina y Ernesto están contentos con la labor que realizan. Porque además de controlar a los enfermos, tratan de inculcar en sus vecinos normas de higiene, de salubridad y de alimentación saludable, entre otros conceptos. El objetivo es darles las herramientas necesarias para mejorar la calidad de vida.
"Me gusta que la gente confíe en mí y que me pida ayuda cuando la necesite. Además, uno ve que el trabajo que hacemos va dando resultados y que se van generando cambios en algunas personas", cuenta sonriente la mamá de Facundo.