09 Diciembre 2011
CAMINO A LO DE GREGORIO. El médico de alta montaña René Bravo Zavaleta (derecha) recorre el cerro junto con los agentes sanitarios, Vanina Díaz y Ernesto Cruz (de a pie). De fondo, el increíble paisaje de Mala Mala. LA GACETA / FOTOS DE ALVARO MEDINA
La mitad izquierda del rostro de Gregorio Arnedo está inflamada: salió a caminar, tropezó y se estrelló contra un tronco. El médico René Bravo Zavaleta sabe del accidente y está preocupado. "Goyo" no es cualquier paciente: tiene 89 años. Por eso, irá a revisarlo a su casa. Pero para llegar deberá trepar en 4x4 hasta Anfama y superar el barrial del camino a fuerza de malacate; transitar a caballo durante cuatro horas por la senda montañosa que lleva a Mala Mala y cabalgar una hora más desde el centro de atención hasta lo de Gregorio. Quizás a muchos esta historia les suene a odisea. Pero para los médicos de alta montaña es cotidiana: por este y otros caminos aún más largos y complicados les llevan salud a las familias del cerro.
El operativo arranca en el hospital Avellaneda, donde funciona el Área Operativa de Alta Montaña del Siprosa. Mientras el ventanal que da al oeste muestra la intimidante tormenta que está cayendo en los cerros, los médicos que subirán a Anfama, a Chasquivil, a San José de Chasquivil y a Mala Mala ordenan papeles, cargan bultos, cierran cajas y hacen alguna que otra broma sobre las poderosas nubes negras. Al mismo tiempo, escuchan con atención los reportes radiales de los agentes sanitarios de cada centro asistencial: los alertan sobre el clima y les detallan el estado de los pacientes.
A René le preocupa Gregorio. Antes de salir toma la radio y le hace una última consulta a Vanina Díaz, la agente sanitaria de Mala Mala: el rostro del anciano continúa inflamado a pesar de las curaciones que ella le hizo. El médico teme que el paciente haya sufrido un traumatismo. Antes de las 9 se dividen en dos 4x4 y enfilan hacia El Siambón, donde nace el camino que va a Anfama. En el cerro da la impresión de que el barro está empeñado en arrojar los vehículos fuera del camino: de un lado está la pared de la montaña, pero del otro, el precipicio. De todos modos, gracias a los malacates poderosos y al empuje de todos las camionetas llegan a Anfama. Los médicos están completamente embarrados. No importa: desde allí cada uno seguirá su camino a caballo.
El más viejo
Gregorio forma parte de la comunidad de 92 personas que habita Mala Mala, pero es diferente a los demás: es el más viejo. Él y su esposa de 86 años viven solos en la casa en la que criaron a los 10 hijos que ya abandonaron el cerro. René y el odontólogo Guillermo Urmendiz Villamil hacen esta descripción mientras los caballos cerreños que le alquilaron al fletero José Antonio Astorga se mueven con agilidad por la senda barrosa. "Nuestro objetivo es que las personas que viven en el cerro reciban la misma calidad de atención médica que el vecino de Villa Mariano Moreno, que tiene un CAPS a pocas cuadras y que llega al hospital en pocos minutos", enfatiza René mientras repecha una cuesta de a pie. La tormenta convirtió la senda en una pista de jabón y es imposible treparla sobre el caballo.
A unos 2.200 metros sobre el nivel del mar el paisaje de Mala Mala es tan lindo que lo único que desentona es su nombre: mesadas de césped cortito y mullido; lomas cubiertas por alisos, arroyos que bajan de las montañas altas del oeste y cientos de ovejas que parecen manchitas blancas sobre el verde cumbreño. Seguramente, algunas deben ser de Gregorio; él se accidentó mientras las seguía, cuenta René.
El cuerpo duele después de cuatro horas de cabalgata. Pero no hay mucho tiempo para descansar. En el centro asistencial, chicos y adultos le piden al odontólogo Guillermo que les revise las bocas. Y René parte junto con Vanina y su esposo, Ernesto Cruz (el otro agente) hacia lo de Gregorio.
A pesar de su edad y de la herida, él acaba de controlar a sus ovejas. Inmediatamente, el médico lo hace sentar y empieza a revisarlo. "Goyo" le cuenta que no perdió el conocimiento a causa del golpe y René advierte que sólo sufrió lastimaduras superficiales; si el cuadro hubiese sido grave, habría solicitado por radio el helicóptero para trasladarlo al hospital. Ahora, Vanina le seguirá haciendo curaciones y controlará de cerca su evolución.
René está más tranquilo. Pero su trabajo aún no termina: durante tres días recorrerá Mala Mala y El Alisal (tres horas horas a caballo al suroeste), donde viven sus pacientes: hombres, mujeres y chicos del cerro que están lejos del hospital, pero a los que los médicos de alta montaña intentan brindarles la misma atención que se ofrece en la ciudad.
El operativo arranca en el hospital Avellaneda, donde funciona el Área Operativa de Alta Montaña del Siprosa. Mientras el ventanal que da al oeste muestra la intimidante tormenta que está cayendo en los cerros, los médicos que subirán a Anfama, a Chasquivil, a San José de Chasquivil y a Mala Mala ordenan papeles, cargan bultos, cierran cajas y hacen alguna que otra broma sobre las poderosas nubes negras. Al mismo tiempo, escuchan con atención los reportes radiales de los agentes sanitarios de cada centro asistencial: los alertan sobre el clima y les detallan el estado de los pacientes.
A René le preocupa Gregorio. Antes de salir toma la radio y le hace una última consulta a Vanina Díaz, la agente sanitaria de Mala Mala: el rostro del anciano continúa inflamado a pesar de las curaciones que ella le hizo. El médico teme que el paciente haya sufrido un traumatismo. Antes de las 9 se dividen en dos 4x4 y enfilan hacia El Siambón, donde nace el camino que va a Anfama. En el cerro da la impresión de que el barro está empeñado en arrojar los vehículos fuera del camino: de un lado está la pared de la montaña, pero del otro, el precipicio. De todos modos, gracias a los malacates poderosos y al empuje de todos las camionetas llegan a Anfama. Los médicos están completamente embarrados. No importa: desde allí cada uno seguirá su camino a caballo.
El más viejo
Gregorio forma parte de la comunidad de 92 personas que habita Mala Mala, pero es diferente a los demás: es el más viejo. Él y su esposa de 86 años viven solos en la casa en la que criaron a los 10 hijos que ya abandonaron el cerro. René y el odontólogo Guillermo Urmendiz Villamil hacen esta descripción mientras los caballos cerreños que le alquilaron al fletero José Antonio Astorga se mueven con agilidad por la senda barrosa. "Nuestro objetivo es que las personas que viven en el cerro reciban la misma calidad de atención médica que el vecino de Villa Mariano Moreno, que tiene un CAPS a pocas cuadras y que llega al hospital en pocos minutos", enfatiza René mientras repecha una cuesta de a pie. La tormenta convirtió la senda en una pista de jabón y es imposible treparla sobre el caballo.
A unos 2.200 metros sobre el nivel del mar el paisaje de Mala Mala es tan lindo que lo único que desentona es su nombre: mesadas de césped cortito y mullido; lomas cubiertas por alisos, arroyos que bajan de las montañas altas del oeste y cientos de ovejas que parecen manchitas blancas sobre el verde cumbreño. Seguramente, algunas deben ser de Gregorio; él se accidentó mientras las seguía, cuenta René.
El cuerpo duele después de cuatro horas de cabalgata. Pero no hay mucho tiempo para descansar. En el centro asistencial, chicos y adultos le piden al odontólogo Guillermo que les revise las bocas. Y René parte junto con Vanina y su esposo, Ernesto Cruz (el otro agente) hacia lo de Gregorio.
A pesar de su edad y de la herida, él acaba de controlar a sus ovejas. Inmediatamente, el médico lo hace sentar y empieza a revisarlo. "Goyo" le cuenta que no perdió el conocimiento a causa del golpe y René advierte que sólo sufrió lastimaduras superficiales; si el cuadro hubiese sido grave, habría solicitado por radio el helicóptero para trasladarlo al hospital. Ahora, Vanina le seguirá haciendo curaciones y controlará de cerca su evolución.
René está más tranquilo. Pero su trabajo aún no termina: durante tres días recorrerá Mala Mala y El Alisal (tres horas horas a caballo al suroeste), donde viven sus pacientes: hombres, mujeres y chicos del cerro que están lejos del hospital, pero a los que los médicos de alta montaña intentan brindarles la misma atención que se ofrece en la ciudad.