19 Noviembre 2011
A pesar de que el director de esta película es Jim Sheridan no hay que ir al cine con la expectativa de ver uno de aquellos excelentes filmes ("En el nombre del padre", "Mi pie izquierdo") en los que el realizador se ocupaba de temas vinculados con su compromiso social y con Irlanda, su tierra natal. Sheridan decidió embarcarse en un filme de género, con todo el derecho que le asiste; el resultado es una película correctamente construida, con una intensidad dramática convenientemente administrada, y que desarrolla una idea interesante, a pesar de que pueden hacérsele algunos cuestionamientos. No hay que buscar líneas de pensamiento profundo o símbolos escondidos: Sheridan quiso entretener a la platea, y lo logró en gran medida.
El problema es que se trata de uno de esos filmes que dependen en gran medida de la vuelta de tuerca que plantea el argumento al promediar la narración. Si al espectador le convence el giro que toman los acontecimientos, todo sigue sobre ruedas y el final termina por acomodar todos las piezas del rompecabezas; si, en cambio, no entra en la convención que le proponen el director y el guionista, el espectador puede sentirse defraudado y hasta engañado por algunos trucos de narración, indispensables para mantener la intriga del argumento.
También puede discutirse el cambio de género que se observa sobre la mitad del filme: lo que en un comienzo parece una película de terror en la que la casa es protagonista destacada, con los consabidos ingredientes de sonidos extraños y aterradores, detalles siniestros y cuartos secretos, gira drásticamente hacia un thriller psicológico, basado en los imprevisibles juegos de la mente humana. Con todo, la propuesta de Sheridan es válida; el elenco se desempeña correctamente, con la mayor parte de la responsabilidad interpretativa en las espaldas de Daniel Craig y de Rachel Weisz (pareja en la vida real). Hay un buen aporte de Naomi Watts en una breve intervención.
El problema es que se trata de uno de esos filmes que dependen en gran medida de la vuelta de tuerca que plantea el argumento al promediar la narración. Si al espectador le convence el giro que toman los acontecimientos, todo sigue sobre ruedas y el final termina por acomodar todos las piezas del rompecabezas; si, en cambio, no entra en la convención que le proponen el director y el guionista, el espectador puede sentirse defraudado y hasta engañado por algunos trucos de narración, indispensables para mantener la intriga del argumento.
También puede discutirse el cambio de género que se observa sobre la mitad del filme: lo que en un comienzo parece una película de terror en la que la casa es protagonista destacada, con los consabidos ingredientes de sonidos extraños y aterradores, detalles siniestros y cuartos secretos, gira drásticamente hacia un thriller psicológico, basado en los imprevisibles juegos de la mente humana. Con todo, la propuesta de Sheridan es válida; el elenco se desempeña correctamente, con la mayor parte de la responsabilidad interpretativa en las espaldas de Daniel Craig y de Rachel Weisz (pareja en la vida real). Hay un buen aporte de Naomi Watts en una breve intervención.