17 Noviembre 2011
FLORES Y CALADOS. Silvia se prueba el vestido para LA GACETA. A la derecha, los detalles más llamativos. LA GACETA / FOTO DE INES QUINTEROS ORIO
Después de casi 10 meses de novios, César Acuña y Silvia Romero habían puesto fecha. Se casarían el 5 de noviembre. Y se pusieron en carrera para organizar la fiesta, el papelerío y la nueva casa. Silvia, en compañía de su amiga Agustina Perea, empezó a buscar inspiración para su vestido de novia. "Vi muchos modelos, pero ninguno me gustaba", cuenta. Agustina, que iba a ser la encargada de diseñar y coser el vestido, la apuraba. "Necesito tiempo para hacerlo", le repetía mientras le recordaba que también tenía obligaciones con sus estudios de Enfermería.
Un sábado a la tarde, Silvia pasó por la galería de Mendoza al 700 y vio varios mesones donde las mujeres tejían a dos agujas, al crochet o en macramé. "Eso quiero", se dijo para sí. En ese momento decidió que su vestido iba a ser tejido al crochet y que lo haría ella misma.
"Al sábado siguiente fui a preguntar cómo podía hacerlo y qué iba a necesitar, pero las profesoras y las otras chicas me decían que no iba a llegar con los tiempos. Estábamos a comienzos de septiembre. Pero me dijeron que fuera por la tarde de nuevo a hablar con la otra profesora. Y ella me dijo que sí, que podía andar bien con los tiempos, y me animó", relata Silvia.
La profesora, Adriana Ovando, recuerda: "le notaba el entusiasmo. Le había preguntado si trabajaba y en qué momento iba a tejer. Me contestó que en todo horario que pudiera. Con tanta energía que se le veía, yo no tenía dudas de que iba a cumplir su propósito".
Tuvo que esperar 15 días que llegara el hilo de algodón de seda blanco que había encargado, y a mediados de septiembre comenzó la tarea.
Hasta la madrugada
Silvia trabaja en horario comercial en el Instituto de Gastroentorología. Salía de allí y por las siestas se iba al taller de Adriana a tejer. Por las noches, se desocupaba a las 20. Iba al salón donde se haría la fiesta a supervisar los detalles de la organización y luego se dirigía a su casa del barrio Diagonal Norte, de Tafí Viejo. Cenaba con su novio y a las 23, César era "obligado" a concluir la visita. A esa hora retomaba el tejido hasta las 2 o 2.30 de la mañana.
"Empezaba a tejer y me entusiasmaba, así que no me resultó difícil. Lo que más me costó fueron las flores (rosas de Irlanda)", revela. Finalmente, con ayuda de Adriana y otra compañera de tejido terminó las flores, que hacían la cola del vestido, mientras Agustina iba confeccionando la estructura de tela que sostendría el vestido.
Mucha ilusión
Tres días antes de la boda, Silvia recibió a LA GACETA en su casa y mostró su obra de arte. "Quedó precioso, es divino, no puedo creer que yo lo haya hecho", confesó emocionada y orgullosa.
Y el entusiasmo fue tanto que Silvia también confeccionó los vestidos de sus sobrinitas de dos y cinco años. Ellas llevaron los anillos en la iglesia. "Y como me quedó hilo, después voy a tejer un cubrecamas y la funda de los almohadones", anunció.
La misma emoción siente Agustina. "Est el primer vestido de novia que hago. Había hecho vestidos de fiesta, pero este fue algo especial". En tanto, Adriana afirma: "la confección fue muy atrayente. El vestido tenía muchos detalles pero no fue trabajoso. Además, nos complementábamos en las ideas; pero sobre todo, le pusimos mucha ilusión".
Un sábado a la tarde, Silvia pasó por la galería de Mendoza al 700 y vio varios mesones donde las mujeres tejían a dos agujas, al crochet o en macramé. "Eso quiero", se dijo para sí. En ese momento decidió que su vestido iba a ser tejido al crochet y que lo haría ella misma.
"Al sábado siguiente fui a preguntar cómo podía hacerlo y qué iba a necesitar, pero las profesoras y las otras chicas me decían que no iba a llegar con los tiempos. Estábamos a comienzos de septiembre. Pero me dijeron que fuera por la tarde de nuevo a hablar con la otra profesora. Y ella me dijo que sí, que podía andar bien con los tiempos, y me animó", relata Silvia.
La profesora, Adriana Ovando, recuerda: "le notaba el entusiasmo. Le había preguntado si trabajaba y en qué momento iba a tejer. Me contestó que en todo horario que pudiera. Con tanta energía que se le veía, yo no tenía dudas de que iba a cumplir su propósito".
Tuvo que esperar 15 días que llegara el hilo de algodón de seda blanco que había encargado, y a mediados de septiembre comenzó la tarea.
Hasta la madrugada
Silvia trabaja en horario comercial en el Instituto de Gastroentorología. Salía de allí y por las siestas se iba al taller de Adriana a tejer. Por las noches, se desocupaba a las 20. Iba al salón donde se haría la fiesta a supervisar los detalles de la organización y luego se dirigía a su casa del barrio Diagonal Norte, de Tafí Viejo. Cenaba con su novio y a las 23, César era "obligado" a concluir la visita. A esa hora retomaba el tejido hasta las 2 o 2.30 de la mañana.
"Empezaba a tejer y me entusiasmaba, así que no me resultó difícil. Lo que más me costó fueron las flores (rosas de Irlanda)", revela. Finalmente, con ayuda de Adriana y otra compañera de tejido terminó las flores, que hacían la cola del vestido, mientras Agustina iba confeccionando la estructura de tela que sostendría el vestido.
Mucha ilusión
Tres días antes de la boda, Silvia recibió a LA GACETA en su casa y mostró su obra de arte. "Quedó precioso, es divino, no puedo creer que yo lo haya hecho", confesó emocionada y orgullosa.
Y el entusiasmo fue tanto que Silvia también confeccionó los vestidos de sus sobrinitas de dos y cinco años. Ellas llevaron los anillos en la iglesia. "Y como me quedó hilo, después voy a tejer un cubrecamas y la funda de los almohadones", anunció.
La misma emoción siente Agustina. "Est el primer vestido de novia que hago. Había hecho vestidos de fiesta, pero este fue algo especial". En tanto, Adriana afirma: "la confección fue muy atrayente. El vestido tenía muchos detalles pero no fue trabajoso. Además, nos complementábamos en las ideas; pero sobre todo, le pusimos mucha ilusión".