Por Alberto Horacio Elsinger
16 Septiembre 2011
LA USINA. Santa Ana, incluida las colonias, generaba su energía eléctrica . LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL Y ARCHIVO
Nada está como en los tiempos de bonanza. Apenas dos paredones permanecen de pie. Uno de ellos -el más alto- podría desaparecer por efecto de un viento fuerte o por la voraz y destructiva acción de los depredadores. Una grúa de carga y descarga de atados de caña (mejor dicho, lo que queda de ella) y la carcaza de otro depósito o galpón completan el desolador panorama de lo que a principios del siglo XX fue el ingenio más grande de Sudamérica.
Hace 55 años aún permanecían erguidas las tres chimeneas y el casco grande del ingenio Santa Ana. Las 17 colonias estaban conectadas por vías férreas. En la Villa Hileret se concentraba el comercio, y en las proximidades del otrora gigante de Latinoamérica las viviendas de los empleados sobresalían por su confort y estilo de construcción. Las ocupaban los obreros de la fábrica y del surco.
Santa Ana ostenta la singularidad de haber surgido en 1889. Era una selva virgen de 225 kilómetros cuadrados -27.000 hectáreas-. De esas entrañas nació el coloso azucarero que la firma Hileret y Cía. inauguró en 1898. También se conoce a estas tierras por sus mitos y leyendas, muchas de las cuales son anteriores a la radicación de la industria. Hoy, en la zona del ex ingenio, entre las ruinas y la sensación de que revolotean los fantasmas, el tiempo parece haberse detenido.
"Sé que jamás volveremos a tener una industria que nos proporcione trabajo, vivienda, energía eléctrica, alimento para nuestros niños, atención médica y remedios para los empleados, obreros y peladores, incluidos sus grupos familiares. Además de escuelas y hasta diversión, como era en los tiempos en que el ingenio molía", opinó con nostalgia José Juárez, de 76 años, ex empleado de la fábrica que en 1907 se modernizó y reinauguró como Ingenio y Refinería Santa Ana.
Algunos vaivenes
"El primer cierre del ingenio fue en 1931. Me lo contó mi abuelo", explicó a LA GACETA la docente Lucía Rosa Vázquez. La investigadora prosiguió: "después de la muerte de don Clodomiro, ocurrida en febrero de 1909, los hijos decidieron armar en 1913 una sociedad anónima denominada Ingenio y Refinería Santa Ana, Hileret y Cía. Ltda. El presidente del directorio era Federico Portalís. Hubo casi dos décadas de bonanza, hasta que quebró la firma, que llegó a dar trabajo a 1.700 obreros, de los cuales 1.200 eran peones de las colonias. En períodos de zafra, el número ascendía a 4.500 trabajadores".
"El Banco Nación, el principal acreedor, se hizo cargo de la fábrica, que en 1932 no molió. Pero el 4 de junio de 1933 Lamberto Maciejweski arrendó el ingenio hasta octubre de 1940, cuando el ingenio volvió al Banco Nación. La entidad financiera tenía la intención de formar una cooperativa agrícola industrial para que se hiciera cargo de la fábrica, que por esa razón fue modernizada para moler 2.500 toneladas", describió Marta Avalos, hija de un ex trabajador de Santa Ana.
El segundo cierre
Avalos, que en la actualidad es docente, explicó que desde 1940 hasta 1957 el Banco administró la fábrica. "Tenía 790 obreros permanentes, alrededor de 2.000 obreros del surco, 200 empleados y 3.800 obreros transitorios en la zafra. Estas cantidades calculadas con el grupo familiar deducían una población de más de 30.000 personas durante la cosecha de caña de azúcar. Pero en 1957 se transfirió el ingenio con sus propiedades a la Provincia, que en 1963 (mediante Decreto-Ley) lo disolvió y liquidó. Ese año también se colonizaron 7.000 hectáreas de Santa Ana, en 225 parcelas, entre personal del ex ingenio, técnicos agropecuarios y universitarios, como así también pequeños agricultores con familia numerosa". Comenzó entonces otro proceso: el de la lenta e inevitable decadencia.
Hace 55 años aún permanecían erguidas las tres chimeneas y el casco grande del ingenio Santa Ana. Las 17 colonias estaban conectadas por vías férreas. En la Villa Hileret se concentraba el comercio, y en las proximidades del otrora gigante de Latinoamérica las viviendas de los empleados sobresalían por su confort y estilo de construcción. Las ocupaban los obreros de la fábrica y del surco.
Santa Ana ostenta la singularidad de haber surgido en 1889. Era una selva virgen de 225 kilómetros cuadrados -27.000 hectáreas-. De esas entrañas nació el coloso azucarero que la firma Hileret y Cía. inauguró en 1898. También se conoce a estas tierras por sus mitos y leyendas, muchas de las cuales son anteriores a la radicación de la industria. Hoy, en la zona del ex ingenio, entre las ruinas y la sensación de que revolotean los fantasmas, el tiempo parece haberse detenido.
"Sé que jamás volveremos a tener una industria que nos proporcione trabajo, vivienda, energía eléctrica, alimento para nuestros niños, atención médica y remedios para los empleados, obreros y peladores, incluidos sus grupos familiares. Además de escuelas y hasta diversión, como era en los tiempos en que el ingenio molía", opinó con nostalgia José Juárez, de 76 años, ex empleado de la fábrica que en 1907 se modernizó y reinauguró como Ingenio y Refinería Santa Ana.
Algunos vaivenes
"El primer cierre del ingenio fue en 1931. Me lo contó mi abuelo", explicó a LA GACETA la docente Lucía Rosa Vázquez. La investigadora prosiguió: "después de la muerte de don Clodomiro, ocurrida en febrero de 1909, los hijos decidieron armar en 1913 una sociedad anónima denominada Ingenio y Refinería Santa Ana, Hileret y Cía. Ltda. El presidente del directorio era Federico Portalís. Hubo casi dos décadas de bonanza, hasta que quebró la firma, que llegó a dar trabajo a 1.700 obreros, de los cuales 1.200 eran peones de las colonias. En períodos de zafra, el número ascendía a 4.500 trabajadores".
"El Banco Nación, el principal acreedor, se hizo cargo de la fábrica, que en 1932 no molió. Pero el 4 de junio de 1933 Lamberto Maciejweski arrendó el ingenio hasta octubre de 1940, cuando el ingenio volvió al Banco Nación. La entidad financiera tenía la intención de formar una cooperativa agrícola industrial para que se hiciera cargo de la fábrica, que por esa razón fue modernizada para moler 2.500 toneladas", describió Marta Avalos, hija de un ex trabajador de Santa Ana.
El segundo cierre
Avalos, que en la actualidad es docente, explicó que desde 1940 hasta 1957 el Banco administró la fábrica. "Tenía 790 obreros permanentes, alrededor de 2.000 obreros del surco, 200 empleados y 3.800 obreros transitorios en la zafra. Estas cantidades calculadas con el grupo familiar deducían una población de más de 30.000 personas durante la cosecha de caña de azúcar. Pero en 1957 se transfirió el ingenio con sus propiedades a la Provincia, que en 1963 (mediante Decreto-Ley) lo disolvió y liquidó. Ese año también se colonizaron 7.000 hectáreas de Santa Ana, en 225 parcelas, entre personal del ex ingenio, técnicos agropecuarios y universitarios, como así también pequeños agricultores con familia numerosa". Comenzó entonces otro proceso: el de la lenta e inevitable decadencia.
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