29 Agosto 2011
MARTA Y CHELA. Marta sostiene a una de la más pequeñas del hogar. LA GACETA / FOTOS DE INES QUINTEROS ORIO
La casa es chica, pero el corazón es inmenso. Ese amor hace que Marta Andrada no sienta pereza de levantarse todos los días a las 6 para preparar una ollada de mate cocido. Ese amor la guió a pesar de la recomendación de su marido, que le decía que iba a ser muy cansador para ella mantener un comedor. Sin embargo, cuenta que luchó y luchó hasta convertir su casa en el hogar de más de 20 chicos. "Yo los necesito y ellos a mi también", reconoce.
Ya no suma ni calcula a cuántos les da de comer. Por la mañana recibe a los más pequeños y cerca del mediodía comienzan a caer los que salen de la escuela. "Les doy de comer a todos, porque sé que si me vienen a buscar es porque tienen hambre", resume.
Es viuda, vive con su hijo y su nuera. Él la ayudó a acondicionar la casa porque hace herrería y sabe de todo un poco, explica Marta. Hace 19 años que trabaja intensamente. Muchos de los niños que ella cuidó hoy son adolescentes o jóvenes. "Mirá: esa es la tarjeta de 15 de una nena que venía desde que era muy chiquita. También otro de los chicos, que ahora tiene 20, me invitó a su casamiento", cuenta mientras muestra la tarjeta como quien sostiene un trofeo. Sabe que su intervención en la vida de esos niños muchas veces es decisiva, porque -como ella asegura- "andan mucho en la calle". "Aquí llegó una nena de un año, Belén, que tenía una desnutrición espantosa y yo la saqué. Después me llamó una médica del Hospital de Niños para decirme que si no hubiese sido por mí esa nena no iba a poder vivir", relata con un orgullo que le llena el pecho. "Ahora a quien lo quiero curar es a él", dice mientras acaricia los rulos de Luciano, que tiene dos años y no ve bien porque cuando nació con cinco meses la lámpara de la incubadora le quemó la retina. "Necesita anteojos y una operación", informa.
Los conoce a todos a la perfección y, aunque no le digan nada, ya sabe qué le pasa a cada uno. "Ellos me cruzan en la calle y le sueltan la mano a su mamá para venir a darme un beso. Yo les digo a ellas: ?ese es el amor que vos le tenés que dar?".
Ya no suma ni calcula a cuántos les da de comer. Por la mañana recibe a los más pequeños y cerca del mediodía comienzan a caer los que salen de la escuela. "Les doy de comer a todos, porque sé que si me vienen a buscar es porque tienen hambre", resume.
Es viuda, vive con su hijo y su nuera. Él la ayudó a acondicionar la casa porque hace herrería y sabe de todo un poco, explica Marta. Hace 19 años que trabaja intensamente. Muchos de los niños que ella cuidó hoy son adolescentes o jóvenes. "Mirá: esa es la tarjeta de 15 de una nena que venía desde que era muy chiquita. También otro de los chicos, que ahora tiene 20, me invitó a su casamiento", cuenta mientras muestra la tarjeta como quien sostiene un trofeo. Sabe que su intervención en la vida de esos niños muchas veces es decisiva, porque -como ella asegura- "andan mucho en la calle". "Aquí llegó una nena de un año, Belén, que tenía una desnutrición espantosa y yo la saqué. Después me llamó una médica del Hospital de Niños para decirme que si no hubiese sido por mí esa nena no iba a poder vivir", relata con un orgullo que le llena el pecho. "Ahora a quien lo quiero curar es a él", dice mientras acaricia los rulos de Luciano, que tiene dos años y no ve bien porque cuando nació con cinco meses la lámpara de la incubadora le quemó la retina. "Necesita anteojos y una operación", informa.
Los conoce a todos a la perfección y, aunque no le digan nada, ya sabe qué le pasa a cada uno. "Ellos me cruzan en la calle y le sueltan la mano a su mamá para venir a darme un beso. Yo les digo a ellas: ?ese es el amor que vos le tenés que dar?".
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