Por Patricia Vega
17 Agosto 2011
BUENOS AIRES.- Con los números casi definitivos de las elecciones primarias puestos arriba de la mesa está claro que Cristina Fernández les sacó 38 puntos a los dos rivales que llegaron por detrás (Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde), pero también que el bloque opositor necesita descontar sólo algo más de 10 en la primera vuelta para forzar un segundo turno. La primera distancia conmueve (7,8 millones de votos) y ha dejado la sensación de cosa juzgada, sobre todo porque la notable adhesión de la ciudadanía a la candidatura de la Presidenta de la Nación en todo el país rompió con todos los moldes previos, produjo un terremoto político y desencajó a los opositores. Sin embargo, desde la teoría, el segundo escollo no es insalvable ni el tiempo para intentarlo parece poco.
El razonamiento resulta sencillo y va a contramano de quienes sostienen que la elección del 23 de octubre será un trámite para el oficialismo: si Cristina cayera ese día a 39,9% ya no correría la cláusula de la diferencia de 10 puntos que la consagraría directamente en primera vuelta y tendría que competir en el balotaje con el segundo mejor ubicado, así éste casi no se mueva de donde está. Esta alternativa parece más factible para los opositores que la posibilidad de que se produzca por una reconducción de votos que traccione a uno solo de ellos a una estratósfera política de 35 puntos, algo casi imposible de alcanzar, que además tendría valor siempre y cuando la Presidenta caiga hasta 44,9%.
En materia de adhesiones y rechazos, el propio oficialismo deberá convivir con el karma del desgaste, aunque tiene la posibilidad de seguir generando hechos positivos de campaña. Si bien es probable que Cristina consiga nuevos votos entre quienes se sumen en octubre a la ola, también puede ser que otros electores decidan no acompañarla si observan un desbalance en el futuro nivel de hegemonía, sobre todo si se asume que el Frente para la Victoria podría alzarse con la mayoría en ambas Cámaras legislativas.
Sin embargo, con su discurso del domingo y con la sorpresiva señal de la conferencia de prensa que dio en la Casa Rosada, la propia Presidenta parece decir, tras los contrastes electorales previos, que ha tomado debida nota de que la opinión pública aprecia la moderación.
Cómo hacer que dos millones de votos cambien de bando es el gran desafío que tiene por delante la descolorida oposición, siempre y cuando consiga recuperarse del duro golpe recibido en el mentón y si considera en su aturdimiento que merece conseguir otra vida que le permita a alguno de ellos jugar un mano a mano final en noviembre. En esa instancia, tras dividirse mal y reencolumnarse peor, los opositores que lo deseen podrían encontrar la última posibilidad para proponer una coalición explícita de gobierno para así mostrarse como una alternativa real de poder, poniendo sobre la mesa programas de consenso alternativos e intentando salir de la patética pobreza que la sociedad les acaba de facturar.
Pero, una cosa es la hipótesis simple y pura del trasvasamiento de números y otra, habida cuenta de la preferencia de los ciudadanos por no cambiar el statu quo, es suponer que los políticos no kirchneristas tengan uñas de guitarrero para conseguirlo.
El razonamiento resulta sencillo y va a contramano de quienes sostienen que la elección del 23 de octubre será un trámite para el oficialismo: si Cristina cayera ese día a 39,9% ya no correría la cláusula de la diferencia de 10 puntos que la consagraría directamente en primera vuelta y tendría que competir en el balotaje con el segundo mejor ubicado, así éste casi no se mueva de donde está. Esta alternativa parece más factible para los opositores que la posibilidad de que se produzca por una reconducción de votos que traccione a uno solo de ellos a una estratósfera política de 35 puntos, algo casi imposible de alcanzar, que además tendría valor siempre y cuando la Presidenta caiga hasta 44,9%.
En materia de adhesiones y rechazos, el propio oficialismo deberá convivir con el karma del desgaste, aunque tiene la posibilidad de seguir generando hechos positivos de campaña. Si bien es probable que Cristina consiga nuevos votos entre quienes se sumen en octubre a la ola, también puede ser que otros electores decidan no acompañarla si observan un desbalance en el futuro nivel de hegemonía, sobre todo si se asume que el Frente para la Victoria podría alzarse con la mayoría en ambas Cámaras legislativas.
Sin embargo, con su discurso del domingo y con la sorpresiva señal de la conferencia de prensa que dio en la Casa Rosada, la propia Presidenta parece decir, tras los contrastes electorales previos, que ha tomado debida nota de que la opinión pública aprecia la moderación.
Cómo hacer que dos millones de votos cambien de bando es el gran desafío que tiene por delante la descolorida oposición, siempre y cuando consiga recuperarse del duro golpe recibido en el mentón y si considera en su aturdimiento que merece conseguir otra vida que le permita a alguno de ellos jugar un mano a mano final en noviembre. En esa instancia, tras dividirse mal y reencolumnarse peor, los opositores que lo deseen podrían encontrar la última posibilidad para proponer una coalición explícita de gobierno para así mostrarse como una alternativa real de poder, poniendo sobre la mesa programas de consenso alternativos e intentando salir de la patética pobreza que la sociedad les acaba de facturar.
Pero, una cosa es la hipótesis simple y pura del trasvasamiento de números y otra, habida cuenta de la preferencia de los ciudadanos por no cambiar el statu quo, es suponer que los políticos no kirchneristas tengan uñas de guitarrero para conseguirlo.
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