Siembra divina

Siembra divina

Pbro. Dr. Jorge A. Gandur

10 Julio 2011
Que nuestro corazón sea la tierra fértil en donde dé fruto la Palabra de Dios. La parábola del sembrador capta nuestra atención. La semilla es la palabra de Dios, su enseñanza. Una palabra que significa mucho más que una mera palabra hablada, pues en la Sagrada Escritura es prácticamente sinónimo del poder divino; de ese poder que es la eficacia, energía, fuerza salvadora. Por eso hay ante la palabra divina una seria responsabilidad: "la palabra que sale de mi boca no volverá vacía, sino que hará mi voluntad" (1ª lect.). Debe dar fruto en nosotros como semilla en el campo arado. Dios es, a través de Cristo, quien siembra en nosotros los hombres. Y siembra abundantemente en todos; es siembra al voleo.

Malos terrenos. Cristo pensaría en este momento en la acogida que se le había dispensado. Se habían convertido gentes sencillas (Zaqueo, la Magdalena, etc.), pero había topado con oyentes que apenas prestaban atención a sus enseñanzas, con avarientos y con soberbios fariseos. ¿Por qué se es mala tierra? Lo "sembrado al borde del camino" son las personas que no ponen interés por las cosas de Dios. Les llega alguna voz, un reportaje sobre el Papa, la asistencia a una boda, bautizo o funeral por conveniencia social; pero no atienden. Lo "sembrado en terreno pedregoso" produce escasez de raíces. Se ha vivido en cristiano antes, pero sin profundizar en la fe, sin exigencia, con tibieza. Todo se viene abajo cuando surge un clima menos favorable. Lo "sembrado entre zarzas" equivale a la preocupación por el dinero -el materialismo, en una palabra-, que sofoca y ahoga el crecimiento de la buena doctrina recibida. No se puede servir a dos señores y se acaba por servir sólo a las riquezas, muchas o pocas (Cfr. Mt. 6,24).

Tierra agradecida. Esa debe ser nuestra característica. Significa "el que escucha la palabra". Es lo primero en que debemos empeñarnos; poner nuestro oído atento a lo que viene de Dios; acudir a la predicación con interés de aprender; leer la Escritura y libros que nos ayuden a profundizar en ella; no ser sordos a las inspiraciones del Espíritu Santo en el alma.

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