Reconocer al otro, aunque parezca invisible

Reconocer al otro, aunque parezca invisible

El antropólogo plantea que una sociedad a la que le resultan indiferentes fenómenos de desigualdad social necesita un cambio cultural.

LA GACETA / OSVALDO RIPOLL LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
19 Junio 2011
Imagine el lector un mundo en el que hay desnutridos aunque la producción agrícola pasa por buenas épocas; o un país en el uno se entera de que los qom son parte de la comunidad indígena toba de Formosa cuando se los ve por la tele acampando en Plaza de Mayo para pedirle al Gobierno que investigue la muerte de uno de sus miembros, en un conflicto por tierras. En el libro "Los límites de la cultura" (Crítica de la teoría de la identidad), el antropólogo Alejandro Grimson habla de esa imposibilidad cultural de considerar al otro en un mundo paradójicamente signado por el multiculturalismo. De paso por Tucumán, donde dictó un seminario de posgrado organizado por la Facultad de Filosofìa y Letras (UNT), Grimson dialogó con LA GACETA y acercó reflexiones que dejan pensando.

-En su libro, usted señala que la gente pasa por alto el peso de lo cultural...

- De alguna manera, mi preocupación central en este libro se podría resumir así: cuando un dirigente social, político, un empresario, va a tomar decisiones, sabe que tiene dos restricciones: la primera es de carácter económico, un político sabe que tiene una restricción presupuestaria, un dirigente social sabe que no cuenta con fondos ilimitados, y así sucesivamente. La segunda restricción es política; tiene que ver con la relación de fuerzas en el mundo en el cual se va a desarrollar esa acción, pero tanto el dirigente social como el político o el empresario, entre otros, tienen una tercera restricción. Y la gran diferencia respecto de las dos primeras es que ellos no saben que la tienen: es la restricción cultural. Porque ellos están constituidos por una cultura, un imaginario, un sentido acerca del mundo, acerca de lo que es correcto y de lo que no lo es, acerca de lo que es aceptable y de lo que no lo es. Y esa dimensión simbólica establece restricciones a la imaginación que hacen que determinadas acciones sean posibles y otras no, en determinados contextos. Supongamos: en una sociedad esclavista, a nadie se le ocurre que los cuerpos de los seres negros y de los blancos sean iguales. Eso establece un límite de lo pensable: o sea, qué se puede pensar y qué no en determinado momento. En cada momento histórico hay ciertas cuestiones que consideramos inevitables. Y generalmente son parte de las construcciones culturales. La gran preocupación es tratar de poner sobre la mesa que la cultura tiene que ver con la política y con la economía, y que eso tiende a ser pasado por alto.

- El componente de la crisis cultural a la hora de tomar decisiones, o de vivir...

- Claro. Y la especificidad de la crisis cultural. Puede haber crisis económica sin crisis política. Y puede haber crisis política sin crisis cultural. La crisis cultural, definida específicamente como esa crisis del sentido de quiénes somos y de una suspensión del sentido común, quizás puede emerger sin que haya crisis económica. Por ejemplo, lo que está pasando hoy en el sur argentino conmociona la vida cotidiana. También una catástrofe natural puede abrir una crisis cultural. Podemos hablar de la erupción del volcán Puyehue, o de Fukushima, o de un tsunami, o de un terremoto. En mi libro, lo que yo propongo es restringir el uso del término crisis para ciertos momentos. No todo el surgimiento de nuevos actores implica necesariamente una crisis. Uno de los temas que más me preocupa, y que está atravesado en el libro, tiene que ver con la relación entre cultura y desigualdad; cómo en distintos momentos nuestra cultura, nuestros lenguajes, tienden a legitimar ciertas desigualdades sociales. La declaración de la independencia de los Estados Unidos, que dice todos los hombres nacen iguales (las mujeres no) no incluía a todos los negros esclavos, y eso era la igualdad. Lo que quiero decir es cuáles son nuestros puntos invisibles hoy. ¿Es lo mismo la muerte de un militante porteño o de un habitante de la comunidad qom para los argentinos? No es lo mismo. ¿Es soportable que haya desnutrición en la Argentina? Pero cuando digo ¿es soportable?, quiero decir, ¿los argentinos lo van seguir soportando? Y parece que lo van a seguir soportando. Y no es un tema económico, no pasa por una cuestión económica ni política. Es una cuestión eminentemente cultural.

- ¿ Cuáles son los momentos de crisis cultural en la Argentina?

-Si uno piensa en el 82, 83, como un momento muy fuerte de crisis cultural, por otra parte, en el 89, 90, con una sociedad deshaciéndose con la hiperinflación; por otra parte, el 2001/ 2002. Para mí, esos son momentos cruciales de crisis cultural. Hay una suspensión completa del sentido común. Los que vivimos la hiperinflación sabemos que había cambiado nuestra vida cotidiana. Las herramientas que tenemos para responder cotidianamente, no sirven. Cuando hay crisis cultural, las maneras en la que habitualmente resolvíamos lo cotidiano se convierten en inútiles. Por ejemplo, deja de haber colectivos, deja de haber electricidad, o deja de haber bancos; deja de haber cosas elementales. ¿Qué pasa cuando no hay salario, no hay trabajo, no hay aviones, no hay bancos, no hay televisión, no hay moneda, no hay transporte?

- ¿Cómo se sigue, ante momentos así?

- Son los momentos más fascinantes. Primero, en casi todas las sociedades se produce un efecto de horizontalización y de solidaridad muy fuerte. Una suerte de "Autopista del sur", de Cortázar. Por ejemplo, Puerto Rico se queda sin agua por un huracán, lo que genera solidaridad entre los vecinos para buscar agua; Japón, una situación de solidaridad interna muy grande; la Argentina del 2002 suspende muchas de sus jerarquías y desigualdades tradicionales para tratar de ver cómo no llegar hasta el fondo de la exclusión. Había un imaginario consolidado de que habíamos ingresado al primer mundo, y que explotó por los aires. Pero ahí hay una pregunta de cómo seguir: porque surge qué fue lo que produjo eso, o cómo estábamos preparados para afrontarlo. Pero se sigue dentro de la lengua que hablamos, dentro del imaginario que tenemos, lo cual no implica que no haya un cambio muy fuerte. Pero es un cambio que está vinculado con lo que yo llamo en el libro la configuración cultural. O sea, dentro de una configuración cultural se pueden plantear ciertos cambios y otros aparecen como más difíciles, en determinado momento. En un país, ciertos imaginarios acerca de quiénes somos son más posibles que otros.

- ¿Por dónde pasa hoy el debate por una identidad argentina?

- Yo creo que en la Argentina existe una identificación nacional. Lo que pasa es que las crisis culturales pasadas tornaron muy inverosímil la vieja formulación de la identidad nacional, una formulación que ponía el énfasis en Buenos Aires, en la inmigración europea, en lo pampeano y eventualmente en el gaucho, en el presupuesto de que la música nacional es el tango, cosas por el estilo. Trata de nacionalizar todos los fenómenos de Buenos Aires y entra en una crisis virulenta, porque comienza a reconocerse como mucho más heterogénea de lo que el imaginario anterior estaba dispuesto a aceptar. El imaginario nacional empieza a desestabilizarse en función de las heterogeneidades reales. Ahora, eso puede terminar en una difuminación de la identidad nacional: o, como creo que pasó en los hechos, lo que pasó en estos últimos años, desde el 2002, para acá, hubo una reconstitución de una definición nacional, pero una reconstitución que no necesariamente implica una visión uniformizante, o porteñocéntrica de la identidad. Hay una identidad vinculada a una heterogeneidad.

- Pero, parece que el porteño la sigue incorporando a esa identidad con una visión folclórica....

- En gran medida es así. Pero nosotros venimos de la gran oposición constitutiva de la nación "capital-interior". Y en esa tensión, en esa oposición, hay un problema que se llama Gran Buenos Aires, que son 10 millones de personas que no son porteños exactamente. ¿Y qué es eso? ¿La capital o el interior? Nos estamos salteando al cuarto del país, que vive en Buenos Aires. Yo creo que el porteño de clases medias altas sigue teniendo una visión folclorizante. Aunque siguen habiendo espacios que van rompiendo y socavando, que van desfolclorizando. Cuando Mercedes Sosa se sube al escenario con Charly García y con los músicos del rock, ella está desfolclorizando, creando situaciones de combinatoria, etc. El Chango Spasiuk llevó el chamamé a zonas que no son chamameceras. Están desfolclorizando, son traductores culturales.

- ¿No le inquieta el avance de la comunicación virtual por sobre la física?

- Mirá la plaza (Independencia), está llena de gente. Ayer había gente haciendo música. En Buenos Aires hay una vida intensa en el espacio público, aunque debería haberla más en todos los sectores de la ciudad. No veo la sociedad pantalla con hambre de piel. Veo que la dimensión tecnológica no va poder sustituir las otras dimensiones de la comunicación. Creo que eso está fomentado por un star system intelectual que no tiene que ver con una visión sustantiva de los diagnósticos, un star system que así está diciendo: "sigan mi teoría, compren mi teoría".

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios