29 Mayo 2011
Las economías modernas de mercado son proclives a las crisis recesivas, simplemente porque no se puede evitar la irrupción de momentos de incertidumbre radical, donde no se pueden calcular ni siquiera las probabilidades de ocurrencia de eventos futuros.
Frente a la presencia siempre latente de la incertidumbre, las decisiones de inversión que determinan el nivel de empleo en las economías modernas se basan muchas veces en convenciones, tales como: el presente es una buena guía para saber lo que pasará en el futuro, o lo que hace el promedio de los inversores es lo que conviene imitar. Convenciones como éstas actúan como un seguro temporal frente al futuro incierto, pero están sujetas a cambios súbitos y bruscos; si la convención se desploma, lo que colapsa es la inversión y el empleo, como sucedió a la crisis de 1929. Frente a la crisis, sólo la inversión pública (no necesariamente estatal) puede devolver la "salud" a las economías. Sobre esta enseñanza básica de Keynes, los países más desarrollados construyeron la economía mixta que floreció en los treinta años posteriores a la segunda guerra mundial.
Los pilares se mueven
Pero desde mediados de los años ?70 del siglo pasado, los pilares de esta economía mixta fueron paulatinamente desplazados por una nueva desregulación de los mercados financieros, bajo el viejo lema que reza, en contra de las enseñanzas de Keynes, que lo único necesario para lograr el crecimiento económico es, en todo momento, el funcionamiento libre de los mercados y una moneda fuerte y estable. La incertidumbre de la que hablaba Keynes fue sustituida, en teoría, por el riesgo calculable, cuyo manejo hay que confiarlo a los mercados financieros que, en teoría, saben administrar estos riegos de manera "científica".
La crisis de los años 2007-2009 mostró cuan lejos estaba esta teoría de la realidad, y sólo los fabulosos estímulos estatales evitaron un colapso en la economía mundial de la envergadura de la crisis del ?30.
En estos momentos, de manera prematura, los gobiernos de los países más fuertes declaran que la crisis se terminó, que lo que corresponde hacer ahora es reducir los déficits fiscales que crecieron con la crisis, abandonando toda preocupación por el desempleo que esta misma crisis provocó y atacando de manera "valiente" el gasto social "improductivo". Frente a tamaña injusticia social, la reacción de los "indignados" no puede sorprender.
Frente a la presencia siempre latente de la incertidumbre, las decisiones de inversión que determinan el nivel de empleo en las economías modernas se basan muchas veces en convenciones, tales como: el presente es una buena guía para saber lo que pasará en el futuro, o lo que hace el promedio de los inversores es lo que conviene imitar. Convenciones como éstas actúan como un seguro temporal frente al futuro incierto, pero están sujetas a cambios súbitos y bruscos; si la convención se desploma, lo que colapsa es la inversión y el empleo, como sucedió a la crisis de 1929. Frente a la crisis, sólo la inversión pública (no necesariamente estatal) puede devolver la "salud" a las economías. Sobre esta enseñanza básica de Keynes, los países más desarrollados construyeron la economía mixta que floreció en los treinta años posteriores a la segunda guerra mundial.
Los pilares se mueven
Pero desde mediados de los años ?70 del siglo pasado, los pilares de esta economía mixta fueron paulatinamente desplazados por una nueva desregulación de los mercados financieros, bajo el viejo lema que reza, en contra de las enseñanzas de Keynes, que lo único necesario para lograr el crecimiento económico es, en todo momento, el funcionamiento libre de los mercados y una moneda fuerte y estable. La incertidumbre de la que hablaba Keynes fue sustituida, en teoría, por el riesgo calculable, cuyo manejo hay que confiarlo a los mercados financieros que, en teoría, saben administrar estos riegos de manera "científica".
La crisis de los años 2007-2009 mostró cuan lejos estaba esta teoría de la realidad, y sólo los fabulosos estímulos estatales evitaron un colapso en la economía mundial de la envergadura de la crisis del ?30.
En estos momentos, de manera prematura, los gobiernos de los países más fuertes declaran que la crisis se terminó, que lo que corresponde hacer ahora es reducir los déficits fiscales que crecieron con la crisis, abandonando toda preocupación por el desempleo que esta misma crisis provocó y atacando de manera "valiente" el gasto social "improductivo". Frente a tamaña injusticia social, la reacción de los "indignados" no puede sorprender.