Las metáforas habitan en las tumbas de los poetas

Los epitafios no sólo son sentencias o deseos póstumos. Hay algunos que, con versos y rimas, custodian la eternidad de sus difuntos como si hubieran sido sacados de una antología. Un ejemplo de verdadera poesía fúnebre es el epitafio del poeta Vicente Huidobro, que fue hecho por su familia con varios fragmentos de sus poemas. El resultado fue una frase hermosa que permanece peremne en su tumba: "Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid su tumba, debajo de ella se ve el mar".

La historia del epitafio de John Keats es particularmente hermosa. Se dice que, mientras el poeta yacía en su habitación en Roma, ubicada junto a la Escalinata de España, escuchaba noche tras noche el constante ruido del agua que caía en la fuente de la plaza. Y, cada vez que la escuchaba, le venían una y otra vez a la memoria las palabras de una pieza de Beaumont y Fletcher: "Todos tus mejores hechos / Serán escritos en el agua". Finalmente, dos semanas antes de morir, Keats le dijo a su amigo Joseph Severn que en su lápida quería sólo las palabras: "Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua". No menos impactante es el epitafio que acompaña al francés André Breton, padre del surrealismo (1896-1966). Sus restos reposan en el cementerio de Batignolles (París), en una tumba que dice: "Yo busqué el oro del tiempo".

En la tumba de Jorge Luis Borges, ubicada en la necrópolis de Planpalais, Ginebra (foto), se puede leer la siguiente frase escrita en inglés antiguo: "And ne forhtedon na" ("Y que no temieran"). Otra leyenda memorable es la del poeta Rainer María Rilke. Mientras el autor de "Elegías de Duino" cuidaba el jardín del castillo Muzot, donde vivía en Suiza, se pinchó con una rosa, hecho que posteriormente desencadenó su muerte. En su tumba un epitafio que él mismo escribió, reza así: "Rosa, oh contradicción pura, placer, de no ser el sueño de nadie debajo de tantos párpados". Para algunos es toda una premonición.