26 Abril 2011
Hay epitafios tan insólitos que dejan sin habla. En la cripta de Arquímedes (foto), por ejemplo, hay como único epitafio un cilindro circunscrito a una esfera. Como se sabe, Arquímedes había demostrado que el volumen de una esfera era igual a las dos terceras partes del volumen del cilindro circunscripto. La sepultura del matemático griego había estado olvidada durante siglos, hasta que gracias al peculiar dibujo del epitafio fue descubierta por Cicerón durante una visita a Sicilia.
Otra leyenda mortuoria que resume la vida de su dueño es la que figura en la tumba del matemático alemán Ludolph van Ceulen (1540-1610). En su lápida pueden leerse las 35 cifras del número Pi que él mismo había calculado. Los alemanes ahora llaman a Pi "el número ludofiano".
A veces los epitafios encierran una advertencia que hace reflexionar. Como la del filósofo griego Aristipo, quien dispuso que sobre su lápida sepulcral se grabara un libro, un compás y unas flores con la inscripción "Aquí yace quien os aguarda".
Palabras perdidas
No menos curiosa es la historia del epitafio del astrónomo, matemático y físico Johannes Kepler (1571-1630). El sabio alemán no sólo enunció las leyes con que se describió el funcionamiento del sistema solar; también se encargó de redactar en una suerte de autoepitafio escrito en latín su propia autobiografía: "Mensus eram coelos, nunc terrae metior umbras; Mens coelestis erat, corporis umbra iacet" (Medí los cielos, y ahora mido las sombras. El espíritu estaba en el cielo, el cuerpo reposa en la Tierra).
No obstante, muy pocas personas pudieron leer la inscripción pues la modesta iglesia de Regesburg (Alemania), donde estaba ubicada su tumba, fue destruida en 1632 por el ejército sueco durante la Guerra de los Treinta Años que sacudió a Europa Central entre 1618 y 1648.
Otra leyenda mortuoria que resume la vida de su dueño es la que figura en la tumba del matemático alemán Ludolph van Ceulen (1540-1610). En su lápida pueden leerse las 35 cifras del número Pi que él mismo había calculado. Los alemanes ahora llaman a Pi "el número ludofiano".
A veces los epitafios encierran una advertencia que hace reflexionar. Como la del filósofo griego Aristipo, quien dispuso que sobre su lápida sepulcral se grabara un libro, un compás y unas flores con la inscripción "Aquí yace quien os aguarda".
Palabras perdidas
No menos curiosa es la historia del epitafio del astrónomo, matemático y físico Johannes Kepler (1571-1630). El sabio alemán no sólo enunció las leyes con que se describió el funcionamiento del sistema solar; también se encargó de redactar en una suerte de autoepitafio escrito en latín su propia autobiografía: "Mensus eram coelos, nunc terrae metior umbras; Mens coelestis erat, corporis umbra iacet" (Medí los cielos, y ahora mido las sombras. El espíritu estaba en el cielo, el cuerpo reposa en la Tierra).
No obstante, muy pocas personas pudieron leer la inscripción pues la modesta iglesia de Regesburg (Alemania), donde estaba ubicada su tumba, fue destruida en 1632 por el ejército sueco durante la Guerra de los Treinta Años que sacudió a Europa Central entre 1618 y 1648.