24 Abril 2011
Referido a cuestiones que tienen que ver con el buen vivir social y político, es pertinente dejarse interpelar por las cuestiones de la tolerancia y del consenso. Para afrontar la reflexión sobre los tópicos sociopolíticos de tolerancia/intolerancia y consenso/disenso convendría partir de la afirmación de que en el mundo hay más trigo que cizaña, o, lo que es lo mismo, que en la historia cotidiana de los hombres hay más bien que mal (Tolerancia para una ética de solidaridad y paz, de Bernard Häring y Valentino Salvoldi).
¿Por qué relacionar bien/mal y tolerancia/intolerancia? Aquí se nos enseña que la dificultad de ser tolerante es un aspecto particular del esfuerzo que cada uno de nosotros realiza para hacer el bien. Y aunque el bien nos fascina, nos atrae y nos resulta agradable, el aspirar a él es siempre una cosa difícil: no es una casualidad el que el mal, a menudo, nos seduzca precisamente con su inmediata facilidad.
En la trama de la historia humana, a este respecto, varios siglos antes de Cristo, Sócrates fundó la filosofía como ética preguntándose e instando a que nos preguntemos cómo hay que vivir; respondiendo a esta cuestión decía que hay que vivir sabiamente. Y vivir sabiamente es vivir orientado por la idea del bien, completará su discípulo Platón. En esto se condensa y consuma el amor a la sabiduría (la filo-sofía) que nos legaron los griegos.
Desde la fuente bíblica se nos narra que cuando Caín viene de asesinar a su hermano Abel, Dios le pregunta qué ha hecho con su hermano; y éste, como sabemos, le replica con otra pregunta, ¿es que acaso yo soy el guardián de mi hermano? Desde el punto de vista de la filosofía política esta argucia cainita ha creado escuela, desde el hombre como lobo del hombre (Thomas Hobbes) a definir la política como la lucha a muerte entre amigo y enemigo (Carl Schmitt), pasando por la lucha del amo y del esclavo (Georg Wilhelm Friedrich Hegel). Todas ellas son anotaciones a pie de página del programa fratricida que encierra la pregunta de Caín a Dios.
Si uno sólo leyera los diarios, para enterarnos sobre qué está pasando en el mundo social y político, bien se podría llevar la impresión de que el mal, la corrupción, la intolerancia y el disenso llevan las de ganar en este combate. Los campos de concentración nazi, en los años 40 del siglo XX, son -sin lugar a dudas- la medianoche de ese siglo; y, después de Auschwitz, cifra de la deshumanización del hombre, se dijo, no se puede escribir poemas ni hacer filosofía.
Emmanuel Levinas, un filósofo judío, en sentido análogo, sostenía que desde ese agujero de la historia? todos los dioses visibles nos abandonaron, (fueron) años en que dios murió de verdad. No obstante lo cual, Levinas se convence, de ahí en más, de la superioridad del bien, que es más fuerte que el mal. Al mal, dice, solamente lo puede combatir la santidad humana de quien se hace guardián del hermano.
El mandamiento ético primordial, evoca Levinas, ordena el no asesinarás. La condición humana se cumple, nos dice, cuando el hombre responde al imperativo de consagrar su vida al cuidado del otro; del prójimo; del hermano, hasta llegar a morir por el otro; lo que está en simbiosis con la verdad cristiana de que no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por el amigo.
Así se reencauza la ética-política orientándola hacia el principio fraternidad; abriendo el camino filosófico -de Atenas a Jerusalén- a una filosofía entendida como una sabiduría del amor al servicio del amor (De otro modo que ser o más allá de la esencia, de Emmanuel Levinas). Amigo o enemigo, hospitalidad u hostilidad, concordia o discordia, tolerancia o intolerancia, consenso o disenso? morir por el otro o matar al otro: esas son las alternativas. De Sócrates a Levinas, del amor a la sabiduría a la sabiduría del amor, del cómo vivir bien en sabia justicia, al cómo convivir en amorosa justicia y paz: esos son los caminos. Judíos y cristianos, y todos los hombres de buena voluntad, estamos obligados por la universal ley del amor, conforme a la ético-política mandada por Dios a Caín, de hacernos guardianes de nuestros hermanos.
Es oportuno en este domingo de Pascuas recordar que Cristo enseña que no debemos hacer el mal a nadie; que debemos amar a todos, incluso a los que se presentan como enemigos. Convertir el odio en amor; desarmar la venganza con el perdón. Tolerancia y consenso serán así frutos de esta ética-política de la fraternidad, expresada por San Pablo cuando dice que hay que hacer la verdad en la caridad.
¿Por qué relacionar bien/mal y tolerancia/intolerancia? Aquí se nos enseña que la dificultad de ser tolerante es un aspecto particular del esfuerzo que cada uno de nosotros realiza para hacer el bien. Y aunque el bien nos fascina, nos atrae y nos resulta agradable, el aspirar a él es siempre una cosa difícil: no es una casualidad el que el mal, a menudo, nos seduzca precisamente con su inmediata facilidad.
En la trama de la historia humana, a este respecto, varios siglos antes de Cristo, Sócrates fundó la filosofía como ética preguntándose e instando a que nos preguntemos cómo hay que vivir; respondiendo a esta cuestión decía que hay que vivir sabiamente. Y vivir sabiamente es vivir orientado por la idea del bien, completará su discípulo Platón. En esto se condensa y consuma el amor a la sabiduría (la filo-sofía) que nos legaron los griegos.
Desde la fuente bíblica se nos narra que cuando Caín viene de asesinar a su hermano Abel, Dios le pregunta qué ha hecho con su hermano; y éste, como sabemos, le replica con otra pregunta, ¿es que acaso yo soy el guardián de mi hermano? Desde el punto de vista de la filosofía política esta argucia cainita ha creado escuela, desde el hombre como lobo del hombre (Thomas Hobbes) a definir la política como la lucha a muerte entre amigo y enemigo (Carl Schmitt), pasando por la lucha del amo y del esclavo (Georg Wilhelm Friedrich Hegel). Todas ellas son anotaciones a pie de página del programa fratricida que encierra la pregunta de Caín a Dios.
Si uno sólo leyera los diarios, para enterarnos sobre qué está pasando en el mundo social y político, bien se podría llevar la impresión de que el mal, la corrupción, la intolerancia y el disenso llevan las de ganar en este combate. Los campos de concentración nazi, en los años 40 del siglo XX, son -sin lugar a dudas- la medianoche de ese siglo; y, después de Auschwitz, cifra de la deshumanización del hombre, se dijo, no se puede escribir poemas ni hacer filosofía.
Emmanuel Levinas, un filósofo judío, en sentido análogo, sostenía que desde ese agujero de la historia? todos los dioses visibles nos abandonaron, (fueron) años en que dios murió de verdad. No obstante lo cual, Levinas se convence, de ahí en más, de la superioridad del bien, que es más fuerte que el mal. Al mal, dice, solamente lo puede combatir la santidad humana de quien se hace guardián del hermano.
El mandamiento ético primordial, evoca Levinas, ordena el no asesinarás. La condición humana se cumple, nos dice, cuando el hombre responde al imperativo de consagrar su vida al cuidado del otro; del prójimo; del hermano, hasta llegar a morir por el otro; lo que está en simbiosis con la verdad cristiana de que no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por el amigo.
Así se reencauza la ética-política orientándola hacia el principio fraternidad; abriendo el camino filosófico -de Atenas a Jerusalén- a una filosofía entendida como una sabiduría del amor al servicio del amor (De otro modo que ser o más allá de la esencia, de Emmanuel Levinas). Amigo o enemigo, hospitalidad u hostilidad, concordia o discordia, tolerancia o intolerancia, consenso o disenso? morir por el otro o matar al otro: esas son las alternativas. De Sócrates a Levinas, del amor a la sabiduría a la sabiduría del amor, del cómo vivir bien en sabia justicia, al cómo convivir en amorosa justicia y paz: esos son los caminos. Judíos y cristianos, y todos los hombres de buena voluntad, estamos obligados por la universal ley del amor, conforme a la ético-política mandada por Dios a Caín, de hacernos guardianes de nuestros hermanos.
Es oportuno en este domingo de Pascuas recordar que Cristo enseña que no debemos hacer el mal a nadie; que debemos amar a todos, incluso a los que se presentan como enemigos. Convertir el odio en amor; desarmar la venganza con el perdón. Tolerancia y consenso serán así frutos de esta ética-política de la fraternidad, expresada por San Pablo cuando dice que hay que hacer la verdad en la caridad.