Es casi una verdad de Perogrullo afirmar que en cuestiones de pareja todo se hace de a dos: los proyectos, las discusiones, las reconciliaciones, los logros. Y la violencia también.
Aunque, según las cifras que maneja la OVD de Tucumán, el 85% de los agresores es varón y el 95% de las víctimas es mujer, el germen que fue desatando la violencia hasta que estalló en los golpes, en los insultos y en la degradación, nació y creció al amparo de ambos miembros de la pareja o ex pareja.
Si las mujeres pudieran entender esto, pero sin la culpa que, seguramente, ya se les instaló en el corazón como consecuencia del maltrato, sería un gran avance para ponerle fin a esta calamidad.
El azote de la violencia doméstica deja cicatrices tan dolorosas y profundas que se transmiten de una generación a otra, y las historias de maltrato se transmiten de madres a hijas y de padres a hijos.
Sería bueno si las mujeres pudieran entender que no someterse a la violencia no equivale a enfrentar a aquel que es, físicamente, más fuerte, o al que se cree más poderoso, porque maneja el dinero o "manda" en el hogar. No someterse a la violencia significa salir de la casa, buscar ayuda, presentar denuncias, golpear las puertas de la Justicia y de donde sea hasta encontrar una respuesta no violenta y con futuro.
Si uno de los miembros de la pareja dice basta, hacia afuera y, sobre todo, hacia adentro, se puede soñar con el fin de la violencia doméstica.