10 Abril 2011
"Debemos escribir sin ninguna clase de ataduras"
Tiene 93 años, es uno de los mayores poetas de Tucumán y uno de los referentes argentinos más relevantes de la literatura rumana. Aquí habla de sus comienzos, de sus libros, de su experiencia en Rumania, del lugar que hoy ocupa la literatura en la provincia, del que debe ocupar en la vida de un escritor.
Por Julio Ricardo Estefan - Para LA GACETA - Tucumán
Lo encontramos en su departamento, rodeado de papeles, de libros y de su vieja máquina de escribir portátil. Manuel Serrano Pérez trabaja en su próximo poemario, cuya temática se centra en la desaparición de su hijo Eduardo, en los años de plomo en nuestro país. Abrimos la charla hablando de sus publicaciones. Serrano Pérez cuenta que en sus libros siempre incluye un texto preliminar que intenta establecer las bases del lenguaje común que empleará. "Allí digo de qué voy a hablar y explico el porqué. Le llamo: Las Reglas del Juego. Ellas me permiten establecer atmósferas en común con el lector", afirma.
- ¿Cómo gestó su primer libro?
- Yo tenía mucho escrito: poemas de circunstancias, sobre alguna cosa que me llamaba la atención. Cuando me di cuenta que tenía algo que decir, que tenía una temática de preocupación que se apoderaba de mí, comprendí que esto era lo que daba forma al libro. Era un cúmulo de respuestas a algo que me preocupaba: el paisaje y los oficios tucumanos. En esa época, me iba al ingenio San Pablo o al ingenio Concepción, donde estaban los hacheros pelando la caña, me ponía a dibujarlos y a hablar con ellos y así nació La mordedura de las cañas, que tiene ese esguince bíblico de la mordedura, el pecado...
- Luego apareció Primera transparencia, donde el lenguaje es otro, como si abandonara su primer intento.
- Comencé a sentir otra necesidad. La de asimilar el lenguaje del mundo de mis padres, el que me sonaba en los oídos y en la sangre. Sentía esa necesidad. Al mismo tiempo, el lenguaje con el que quería comunicarme me exigía volver a las palabras de mi madre. Ella es del pueblo donde está ambientada La Vaquera de la Finojosa, del Marqués de Santillana, y yo aprendí a leer allí, en ese pueblo, con ese lenguaje. Por eso el título.
- En El alfiler y la mariposa ¿por qué se decidió por la prosa?
- En esos momentos me veía a menudo con Hugo Foguet cuando venía a Tucumán. Yo era vicedirector de la Escuela Normal y los días sábado me quedaba a trabajar allí. Él lo sabía, entonces me llamaba por teléfono y se venía a conversar. Una tarde me dice: - Pero Manolo, con esas imágenes que tienes, no has escrito cuentos, ¿por qué? - Es que no he sentido esa exigencia, le digo, pero por mi cabeza andan cientos de historias? Bueno, transcurren 15 o 20 días y cuando vuelve le digo: - Te voy a leer estos cuentos que escribí; y era El alfiler en la mariposa.
- ¿A quién reconoce como su orientador?
- Entre las personas que tuve como profesores, había un poeta que escribió y publicó en Argentina. En la Historia de la Literatura, de Tristián Valdaspe, lo mencionan. Era el padre Teodoro Palacios. Enseñaba literatura. Cuando se detenía en mis composiciones, me decía: - Esto es interesante, tienes que insistir. Pero para insistir por este camino tienes que leer mucho. Escribe, yo te voy a dar permiso para que leas de todo. A él le debo mucho. Esa gente puede estar en cualquier lado. Él estaba ahí.
- Cuando se creó, ¿por qué no participó en La Carpa?
- Participé, cuando era sólo un lugar de reunión para lecturas. Nos propusimos hacer un teatro de títeres para recorrer la provincia, al que llamamos La Carpa. Estrenamos una obra de Raúl Galán y el nombre le quedó al grupo. En esa época, él se ganaba la vida con los recortes de LA GACETA, los armaba como bloques y los vendía para poder estudiar. Fue un período de mucha penetración del peronismo en las universidades, y Raúl no supo mantener su palabra. Víctor Massuh y yo nos retiramos a la casa de Víctor Posse, en la calle Córdoba, entre Laprida y Rivadavia, donde se hacían reuniones culturales. Había una apertura completamente distinta, no se iba hacia el peronismo. En ese momento me separé de La Carpa. Tenía 20 años y no quería pactar con la extrema derecha fascista y católica, de triste memoria.
- ¿Cómo ve a nuestra realidad?
- En estos momentos hay muchos escritores en Tucumán, jóvenes con talento, que escriben muy bien y no se les presta atención. Soy un poco pesimista? Los gobernantes creen que la cultura no se traduce en beneficios económicos. Están equivocados. En varias oportunidades les propuse hacer un plan, pequeñito, que favorezca la creación literaria: si Tucumán tiene 150 escritores que pueden ser leídos y en la provincia hay unos 1.000 establecimientos educativos, ¿no es posible que en cada uno la cooperadora compre tres ejemplares del libro que aparece? ¿Es difícil eso? Se está dejando pasar una gran oportunidad.
- ¿En qué está trabajando ahora?
- Bueno, tiene un carácter un poco diferente, éste es un libro donde intento mostrar hasta qué punto me persigue el hecho de la desaparición de mi hijo y cómo ha transformado mi vida: insisto en la búsqueda, no me conformo, creo que lo rescato en el sueño, entro en él todas las noches para hablar con mi hijo y esa es la idea de este libro. Por eso se llama Nadie vuelve del sueño con otro desenlace.
- ¿Qué les diría a los jóvenes escritores?
- Que piensen y proyecten su persona. Que escriban todos los días. Que recuerden que debemos escribir sin ninguna clase de ataduras.
Un tucumano en Rumania
- En 1959 se fue a Rumania. ¿Qué lo llevó a un país tan exótico?
- Fue una casualidad. Yo enseñaba latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Tucumán, e investigaba sobre las lenguas neo-románicas.
De pronto, aparece el rumano, del que no conocía nada. En un catálogo de la Universidad de Salamanca ofrecían una gramática en rumano, español y francés. La hago traer y veo que el significado de las palabras en rumano estaba muy cerca del latín. Encuentro también allí una promoción de la revista francesa Europa, que traía textos en su idioma original y en francés. Compro la revista, empiezo a trabajar, y hago una versión propia de los poemas, basada en la gramática latina. Se la mando a Ernesto Sábato, para que, si encontraba a alguien que supiera rumano y español, me dijera que tal estaban las traducciones. El conocía al primer embajador de Rumania que vino a Buenos Aires. Le entregó los textos. Unos días después recibí una invitación para ir a un congreso de lingüística en Rumania. ¡Con todo pago! Allí conocí a las grandes figuras de la lingüística románica. Un lugar paradisíaco. Las conferencias se daban en francés y en rumano. Cuando terminaron, vinieron al cierre el doctor Iorgu Iordan y el ministro de educación, que nos dijo: "Señores, quisiéramos que esto no quedara así. Si alguien tiene algo que contar del lugar donde trabaja, puede hacerlo". Levanté la mano y hablé de lo que significaba en Tucumán la recepción de la literatura extranjera. Cuando terminé de exponer, el ministro me dice: - Profesor, ¿querría usted dar un curso de literatura argentina de un semestre, acá en Rumania?. - Bueno -le contesté-, si ustedes me envían la invitación a la Universidad de Tucumán, voy a pedir permiso y voy a venir, con mucho gusto. Y así fue. Estuve tres años y no me dejaban volver. Me hubiera quedado más?
- Cuénteme lo que hacía en Rumania.
- Empecé a trabajar en la Facultad de Filología, en la cátedra de Lingüística Románica, enseñando Literatura Argentina. Daba mis clases y los alumnos empezaron a hablar conmigo y a traducirme textos; y me entusiasmé, pero me puse a pensar, Estoy en un país con un idioma que no conozco, vienen a verme quienes saben español o francés, para poder hablar conmigo, ¿por qué no voy a ellos con el rumano?. Recordé a los trabajadores extranjeros en Tucumán, que salen a la calle sin saber una sola palabra y luego, a tropezones, están hablando. Hice eso y a los tres meses ya les hablaba en rumano.
- Entonces comenzó con las traducciones...
- Sí, primero me llamaron de las editoriales para que hiciese traducciones de películas que iban a ser distribuidas en el mundo hispánico. Después me llevaron una cantidad de libros de poetas rumanos. Uno de ellos era Hanu Ancutei (La posada de Ancutza, de Mihail Sadoveanu). Cuando se enteró el profesor Iordan, me dijo: - No sabe en lo que se ha metido, eso está en moldavo. Tiene elementos de los siglos XV, XVI y XVII. Efectivamente, es una saga de esa época, donde todavía quedan restos de los señores feudales, con historias maravillosas. Una especie de Mil y una noches. Me puse a trabajar y lo hacía con tanto fervor, con tanto entusiasmo, que daba en el clavo. Por ejemplo, una tarde fui a la casa del autor, a ver a la viuda. Tengo un conflicto muy serio -le digo- , acá están comiendo asado y de pronto dicen la palabra ?potav?; he consultado con varias personas que hablan el moldavo, pero nadie coincide con la imagen que da el autor. Yo había puesto el nombre legítimo en español: una especie de espeto, improvisado con ramas de árbol.
- Luego vino La sonrisa de Hiroshima, de Eugen Jebeleanu.
- Ah, sí. Leí ese libro y me quedé turulato. Jebeleanu me pidió que tradujera su libro en marzo de 1961. Cuando se lo leí me dijo: - Has hecho un milagro. Entonces, Miguel Ángel Asturias vino a Bucarest y vio el libro traducido: - Este libro no puede quedar sin publicarse; y sin que lleve mi nombre, nos dijo. Por lo pronto, yo estaré aquí en el prólogo, donde lo publiques, aunque sea en el infierno. Y así fue. Se publicó y tuvo tanto éxito que Berta Singerman, en sus últimos años, recorrió el mundo leyéndolo. Luego se hizo una segunda edición con epílogo de otro premio Nobel, Adolfo Pérez Esquivel.
© LA GACETA
Julio Ricardo Estefan - Escritor y editor.
Lo encontramos en su departamento, rodeado de papeles, de libros y de su vieja máquina de escribir portátil. Manuel Serrano Pérez trabaja en su próximo poemario, cuya temática se centra en la desaparición de su hijo Eduardo, en los años de plomo en nuestro país. Abrimos la charla hablando de sus publicaciones. Serrano Pérez cuenta que en sus libros siempre incluye un texto preliminar que intenta establecer las bases del lenguaje común que empleará. "Allí digo de qué voy a hablar y explico el porqué. Le llamo: Las Reglas del Juego. Ellas me permiten establecer atmósferas en común con el lector", afirma.
- ¿Cómo gestó su primer libro?
- Yo tenía mucho escrito: poemas de circunstancias, sobre alguna cosa que me llamaba la atención. Cuando me di cuenta que tenía algo que decir, que tenía una temática de preocupación que se apoderaba de mí, comprendí que esto era lo que daba forma al libro. Era un cúmulo de respuestas a algo que me preocupaba: el paisaje y los oficios tucumanos. En esa época, me iba al ingenio San Pablo o al ingenio Concepción, donde estaban los hacheros pelando la caña, me ponía a dibujarlos y a hablar con ellos y así nació La mordedura de las cañas, que tiene ese esguince bíblico de la mordedura, el pecado...
- Luego apareció Primera transparencia, donde el lenguaje es otro, como si abandonara su primer intento.
- Comencé a sentir otra necesidad. La de asimilar el lenguaje del mundo de mis padres, el que me sonaba en los oídos y en la sangre. Sentía esa necesidad. Al mismo tiempo, el lenguaje con el que quería comunicarme me exigía volver a las palabras de mi madre. Ella es del pueblo donde está ambientada La Vaquera de la Finojosa, del Marqués de Santillana, y yo aprendí a leer allí, en ese pueblo, con ese lenguaje. Por eso el título.
- En El alfiler y la mariposa ¿por qué se decidió por la prosa?
- En esos momentos me veía a menudo con Hugo Foguet cuando venía a Tucumán. Yo era vicedirector de la Escuela Normal y los días sábado me quedaba a trabajar allí. Él lo sabía, entonces me llamaba por teléfono y se venía a conversar. Una tarde me dice: - Pero Manolo, con esas imágenes que tienes, no has escrito cuentos, ¿por qué? - Es que no he sentido esa exigencia, le digo, pero por mi cabeza andan cientos de historias? Bueno, transcurren 15 o 20 días y cuando vuelve le digo: - Te voy a leer estos cuentos que escribí; y era El alfiler en la mariposa.
- ¿A quién reconoce como su orientador?
- Entre las personas que tuve como profesores, había un poeta que escribió y publicó en Argentina. En la Historia de la Literatura, de Tristián Valdaspe, lo mencionan. Era el padre Teodoro Palacios. Enseñaba literatura. Cuando se detenía en mis composiciones, me decía: - Esto es interesante, tienes que insistir. Pero para insistir por este camino tienes que leer mucho. Escribe, yo te voy a dar permiso para que leas de todo. A él le debo mucho. Esa gente puede estar en cualquier lado. Él estaba ahí.
- Cuando se creó, ¿por qué no participó en La Carpa?
- Participé, cuando era sólo un lugar de reunión para lecturas. Nos propusimos hacer un teatro de títeres para recorrer la provincia, al que llamamos La Carpa. Estrenamos una obra de Raúl Galán y el nombre le quedó al grupo. En esa época, él se ganaba la vida con los recortes de LA GACETA, los armaba como bloques y los vendía para poder estudiar. Fue un período de mucha penetración del peronismo en las universidades, y Raúl no supo mantener su palabra. Víctor Massuh y yo nos retiramos a la casa de Víctor Posse, en la calle Córdoba, entre Laprida y Rivadavia, donde se hacían reuniones culturales. Había una apertura completamente distinta, no se iba hacia el peronismo. En ese momento me separé de La Carpa. Tenía 20 años y no quería pactar con la extrema derecha fascista y católica, de triste memoria.
- ¿Cómo ve a nuestra realidad?
- En estos momentos hay muchos escritores en Tucumán, jóvenes con talento, que escriben muy bien y no se les presta atención. Soy un poco pesimista? Los gobernantes creen que la cultura no se traduce en beneficios económicos. Están equivocados. En varias oportunidades les propuse hacer un plan, pequeñito, que favorezca la creación literaria: si Tucumán tiene 150 escritores que pueden ser leídos y en la provincia hay unos 1.000 establecimientos educativos, ¿no es posible que en cada uno la cooperadora compre tres ejemplares del libro que aparece? ¿Es difícil eso? Se está dejando pasar una gran oportunidad.
- ¿En qué está trabajando ahora?
- Bueno, tiene un carácter un poco diferente, éste es un libro donde intento mostrar hasta qué punto me persigue el hecho de la desaparición de mi hijo y cómo ha transformado mi vida: insisto en la búsqueda, no me conformo, creo que lo rescato en el sueño, entro en él todas las noches para hablar con mi hijo y esa es la idea de este libro. Por eso se llama Nadie vuelve del sueño con otro desenlace.
- ¿Qué les diría a los jóvenes escritores?
- Que piensen y proyecten su persona. Que escriban todos los días. Que recuerden que debemos escribir sin ninguna clase de ataduras.
Un tucumano en Rumania
- En 1959 se fue a Rumania. ¿Qué lo llevó a un país tan exótico?
- Fue una casualidad. Yo enseñaba latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Tucumán, e investigaba sobre las lenguas neo-románicas.
De pronto, aparece el rumano, del que no conocía nada. En un catálogo de la Universidad de Salamanca ofrecían una gramática en rumano, español y francés. La hago traer y veo que el significado de las palabras en rumano estaba muy cerca del latín. Encuentro también allí una promoción de la revista francesa Europa, que traía textos en su idioma original y en francés. Compro la revista, empiezo a trabajar, y hago una versión propia de los poemas, basada en la gramática latina. Se la mando a Ernesto Sábato, para que, si encontraba a alguien que supiera rumano y español, me dijera que tal estaban las traducciones. El conocía al primer embajador de Rumania que vino a Buenos Aires. Le entregó los textos. Unos días después recibí una invitación para ir a un congreso de lingüística en Rumania. ¡Con todo pago! Allí conocí a las grandes figuras de la lingüística románica. Un lugar paradisíaco. Las conferencias se daban en francés y en rumano. Cuando terminaron, vinieron al cierre el doctor Iorgu Iordan y el ministro de educación, que nos dijo: "Señores, quisiéramos que esto no quedara así. Si alguien tiene algo que contar del lugar donde trabaja, puede hacerlo". Levanté la mano y hablé de lo que significaba en Tucumán la recepción de la literatura extranjera. Cuando terminé de exponer, el ministro me dice: - Profesor, ¿querría usted dar un curso de literatura argentina de un semestre, acá en Rumania?. - Bueno -le contesté-, si ustedes me envían la invitación a la Universidad de Tucumán, voy a pedir permiso y voy a venir, con mucho gusto. Y así fue. Estuve tres años y no me dejaban volver. Me hubiera quedado más?
- Cuénteme lo que hacía en Rumania.
- Empecé a trabajar en la Facultad de Filología, en la cátedra de Lingüística Románica, enseñando Literatura Argentina. Daba mis clases y los alumnos empezaron a hablar conmigo y a traducirme textos; y me entusiasmé, pero me puse a pensar, Estoy en un país con un idioma que no conozco, vienen a verme quienes saben español o francés, para poder hablar conmigo, ¿por qué no voy a ellos con el rumano?. Recordé a los trabajadores extranjeros en Tucumán, que salen a la calle sin saber una sola palabra y luego, a tropezones, están hablando. Hice eso y a los tres meses ya les hablaba en rumano.
- Entonces comenzó con las traducciones...
- Sí, primero me llamaron de las editoriales para que hiciese traducciones de películas que iban a ser distribuidas en el mundo hispánico. Después me llevaron una cantidad de libros de poetas rumanos. Uno de ellos era Hanu Ancutei (La posada de Ancutza, de Mihail Sadoveanu). Cuando se enteró el profesor Iordan, me dijo: - No sabe en lo que se ha metido, eso está en moldavo. Tiene elementos de los siglos XV, XVI y XVII. Efectivamente, es una saga de esa época, donde todavía quedan restos de los señores feudales, con historias maravillosas. Una especie de Mil y una noches. Me puse a trabajar y lo hacía con tanto fervor, con tanto entusiasmo, que daba en el clavo. Por ejemplo, una tarde fui a la casa del autor, a ver a la viuda. Tengo un conflicto muy serio -le digo- , acá están comiendo asado y de pronto dicen la palabra ?potav?; he consultado con varias personas que hablan el moldavo, pero nadie coincide con la imagen que da el autor. Yo había puesto el nombre legítimo en español: una especie de espeto, improvisado con ramas de árbol.
- Luego vino La sonrisa de Hiroshima, de Eugen Jebeleanu.
- Ah, sí. Leí ese libro y me quedé turulato. Jebeleanu me pidió que tradujera su libro en marzo de 1961. Cuando se lo leí me dijo: - Has hecho un milagro. Entonces, Miguel Ángel Asturias vino a Bucarest y vio el libro traducido: - Este libro no puede quedar sin publicarse; y sin que lleve mi nombre, nos dijo. Por lo pronto, yo estaré aquí en el prólogo, donde lo publiques, aunque sea en el infierno. Y así fue. Se publicó y tuvo tanto éxito que Berta Singerman, en sus últimos años, recorrió el mundo leyéndolo. Luego se hizo una segunda edición con epílogo de otro premio Nobel, Adolfo Pérez Esquivel.
© LA GACETA
Julio Ricardo Estefan - Escritor y editor.
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